Crítica de Cine

Más infame que la Dalila de Paco Toronjo

Fotograma de la cinta dirigida por Bruce Macdonald.

Fotograma de la cinta dirigida por Bruce Macdonald.

De la Sansón y Dalila de 1949 -que no es una de las mejores películas del gran De Mille- se recuerdan cuatro cosas: la extraordinaria partitura de Victor Young, con un tema de amor del que grandes jazzistas hicieron versiones inolvidables; el decorado del templo de los filisteos; la belleza siempre asombrosa y un punto perversa de Hedy Lamarr; y lo que según se cuenta dijo Groucho Marx al salir del estreno, refiriéndose a Victor Mature: "Nunca me han gustado las películas en las que él tiene las tetas más grandes que ella". De esta otra Sansón, en cambio, nadie dirá nada, nadie recordará nada o tan siquiera podrá hacer un chiste al salir de verla (despertándose, supongo).

El para mí desconocido (y ni ganas de conocerlo) Bruce Macdonald confunde la Biblia con un cómic de Marvel y a Sansón con un superhéroe petao quitándole al relato toda su carga simbólica e incluso todo el dramatismo y atractivo erótico que hacen de esta historia una anticipación del cuento de la bella y la bestia: el coloso (en este caso no feo, sino guapo y musculado) vencido por el amor. Aquí todo es músculo sin cerebro, traición sin fundamento, seducción sin erotismo, toscos efectos sin espectacularidad, personajes sin interpretación, actores sin carácter. La nada. Una versión barata del horrendo cine bíblico de última hora -las fallidas, horteras y caras Exodus de Ridley Scott o Noé de Aronofsky- que ni por su modestia resulta simpática.

La produce una pequeña compañía al parecer empeñada en difundir el mensaje cristiano. Un conspiranoico diría que son la niña de Exorcista, el niño de La profecía y el bebé -ya crecidito- de Rosemary quienes están detrás de ella. Esta Dalila es más infame que la de Paco Toronjo, la que mientras Sansón dormía los hilos de la fuerza supo cortarle.

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