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Músicas con alma, épica crepuscular

  • La madrugada del domingo se entregan los Oscar, donde seis compositores, dos de ellos por partida doble, aspiran al premio a la mejor banda sonora original.

Cinco películas, seis compositores, dos de ellos por partida doble, una banda sonora con tres autores y una sola estatuilla en juego. Las cábalas para el Oscar a la mejor música original de este año incluyen también otra de esas particularidades que tanto gustan a los titulares de prensa, sobre todo en Estados Unidos. Por primera vez, dos compositores afroamericanos compiten por el premio, y uno de ellos podría ser el segundo en ganarlo después de Herbie Hancock, que lo consiguió en 1986 con Alrededor de medianoche: el veterano Terence Blanchard, por su música para Da 5 Bloods, y Jon Batiste, por sus composiciones jazzísticas para Soul, donde comparte créditos con Trent Reznor y Atticus Ross, pareja que, también haciendo historia, repite nominación por Mank, de David Fincher, el cineasta que les proporcionó su celebrado Oscar en 2011 por la extraordinaria, renovadora e influyente banda sonora de La red social.

Varios hitos, anecdotario y algunas conexiones en una categoría musical que se mueve también este año entre dos escalas: la de la épica de Da 5 Bloods o el western neoclásico y crepuscular que reconstruye el veterano y siempre eficaz James Newton Howard (siete nominaciones, cero premios) desde la escritura orquestal, notas de introspección gospel, aires folk e instrumentos tradicionales como el fiddle, la armónica, la guitarra o el banjo para News of the world, de Paul Greengrass, y el intimismo impresionista del novato

Emile Mosseri en su delicada partitura para Minari, de Lee Isaac Chung, otro relato sobre el mito americano como tierra de acogida en el que su música, ni americana ni coreana, parece evocar la memoria de la infancia entre texturas oníricas sugeridas por la voz, una guitarra acústica y el timbre disonante e inestable de un sintetizador ochentero.

Entre las cinco nominadas, la banda sonora a seis manos de Soul ha caminado firme por la pasarela de premios (de los Globos al Bafta) y apunta como la más seria aspirante al Oscar. Reconvertidos en sofisticados diseñadores sonoros para el cine tras sus años de turbiedad noise en Nine Inch Nails, Reznor y Ross sacan enorme partido a las texturas sintéticas y la electrónica vintage para construir atractivos envoltorios musicales de la contemporaneidad.

En la que es su primera película de animación y para Pixar, sello hasta ahora casi siempre abonado a los Newman, Danna o Giacchino, acompañan todo ese tramo del más allá donde vagan las almas perdidas y su particular y abstracta escenología digital haciendo vibrar entre ritmos pautados los desplazamientos de los personajes por un paisaje tan abierto y místico como etéreo y laberíntico. Del lado del mundo terrenal, Batiste despliega su piano y sus arreglos jazzísticos para dotar de carácter orgánico a la música diegética que interpreta nuestro protagonista, que busca sus verdaderos propósitos y objetivos vitales en el umbral de la desaparición. Entre un universo y otro, la de Soul es una de esas bandas sonoras cuya construcción conceptual se pliega a la propia dualidad interconectada del filme, en un ejercicio rico y lleno de matices que satisface la narrativa y el sentido al tiempo que contenta al melómano desprejuiciado.

Bien distinto es el trabajo de la misma dupla para Mank, de Fincher, cuyo score netamente instrumental para la historia sobre Herman Mankiewicz, el guionista (en la sombra) de Ciudadano Kane, asume la tarea de recrear sonidos de época (Hollywood, finales de los 30), de los aires sinfónicos, las orquestaciones singulares y las tonalidades sombrías del Bernard Herrmann que colaboró con Orson Welles, al jazz orquestal de las big bands o los ritmos populares del fox trot, o lo que es lo mismo, entre el relato psicológico y emocional del escritor en su laberinto, y el fastuoso mundo del cine, los grandes estudios y sus ejecutivos con el que éste mantiene su particular pulso creativo y ético.

Finalmente, el score para Da 5 Bloods de Terence Blanchard, reputado trompetista de jazz y no menos veterano compositor cinematográfico, peca de ampulosidad o sobreescritura orquestal. Cómplice de Spike Lee en Malcolm X, La última noche o Infiltrado en el KKKlan, con la que obtuvo su primera nominación al Oscar, Blanchard ha ensamblado una orquesta de casi 100 músicos que inyecta demasiada carga épica, marcial y dramática a unas imágenes y una historia de amistad, aventura y redención que, incluso en sus pasajes bélicos iniciales en Vietnam, carecen de la densidad o la fuerza que parece estar amplificando artificialmente la música. En una decisión igualmente peculiar, el compositor elige el duduk, instrumento de viento de origen armenio y sugerente timbre, para acentuar los pasajes elegíacos de su partitura, que insisten demasiado en subrayar y articular algo que, por otro lado, funciona bastante mejor en el filme cuando intervienen las canciones de Marvin Gaye de aquel mítico álbum What’s going on?   

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