Crítica de Cine

Aquí todos somos los tontos del pueblo

Una escena de la película que dirige Nacho G. Velilla.

Una escena de la película que dirige Nacho G. Velilla.

Trazada con escuadra, cartabón y plantilla desde los despachos televisivos con la prisa necesaria para su estreno de pretemporada navideña, Villaviciosa de al lado estira y retuerce la fórmula de los últimos éxitos cómicos patrios, sus estereotipos y su elenco habitual (sí, la Machi vuelve a hacer de puta) para activar la nostalgia de la caspa municipal preconstitucional y aquellos chistes de mariquitas, negros, putas y puteros en una España de sainete esclerótico en la que ya caben los alcaldes corruptos, los curas negros y hasta los aspirantes podemitas en un enredo que agota su gracia en los cinco primeros minutos de premisa. Seguramente ya se la saben si han visto el tráiler. No busquen ni esperen más ni mejores chistes o gags porque no los hay, prueba de que el reclamo publicitario no puede estar mejor hecho ni condensado.

Velilla (Que se mueran los feos, Perdiendo el Norte) sigue siendo el mejor ejecutor posible para la empresa exprés y confirma su larga experiencia en las sitcoms con una puesta en escena que no puede disimular el plástico, el cartón y los neones entre decorados de estreno, figurantes robotizados y unas risibles secuencias de acción (sic) a lomos de un tractor y una motocicleta tan mal rodadas que dan pena. En uno más, pero no el último, de los peajes habituales, los guionistas siguen empeñados en introducir una trama romántica boba en mitad de la fiesta. Y así, claro, tampoco hay manera. Por consolarnos con algo, al menos se atisba que Leo Harlem podría dar mucho de sí en el cine a poco que lo dejasen suelto.

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