Cómics

¡Yo quiero ser ese niño!

  • De la mano de la editorial Astiberri, regresan a nuestro país las peripecias de Calvin y Hobbes, del rubiazco protagonista y su amigo, el achuchable tigre de peluche

Detalle de la portada del cómic.

Detalle de la portada del cómic.

Sí, no me importa gritarlo a los cuatro vientos. Ni Superman surcando los cielos, ni Batman ocultándose en las sombras de Gotham… Mi verdadero héroe de los cómics, el que me gustaría ser, es ni más ni menos que un ‘simple’ (atención al entrecomillado) niño. Un chavalín, rubio, hijo único de unos padres que se merecen el cielo y algo más, y que pasa los días acompañado de su mejor amigo, un tigre achuchable cuyo nombre es Hobbes.

Y sí, como ya habréis adivinado, el nombre de mi ídolo de las viñetas es Calvin.¿Y que hace que sea tan, tan especial?

Pues, dejando aparte que siempre está provocando dolores de cabeza a sus sufridos padres, lo que más define al personaje creado por un genio del noveno arte como es Bill Watterson es ser poseedor de una imaginación sin límite.

A él no le hace falta ningún juguete, acompañado por su colega surcará los cielos, viajará a otras y lejanas galaxias y se transformará en lo que quiera, ya sea un diplodocus, un tiranosaurio, un frágil colibrí si la ocasión lo requiere, un destructor gigante, o meterse dentro del uniforme del aguerrido y sideral Capitán Spiff

La vida de estos personajes, narrada en tiras o páginas dominicales (las denominadas Sundays) son un auténtico canto a la libertad, a que mundos que no existen surjan de la cabecita de este niño hiper activo, cuya existencia diaria es un juego en que, de la mano de su por momentos estoico y sarcástico colega, el tigre, nos van a regalar mil y un momentos que nos arrancan una sonrisa.

Pero también hay que hablar sobre esos padres, una pareja de auténticos santos, que cada vez que escuchan un ruido que se sale de lo normal ya saben quién está cometiendo un tropelía, aunque la mayoría de las veces, el autor de la gamberrada señale como improbable culpable a su imaginario amigo de peluche.

Otro personaje a la que veremos aparecer de vez en cuando por estas páginas será a Susie, compañera de colegio de Calvin, que casi siempre se va a convertir en diana de sus bromas, o letales bolas de nieve…

La estrictísima profesora, la señorita Wormwood que no logrará de ninguna de ninguna de las maneras que este gamberrete se comporte y atienda en clase, ensimismado como está siempre en su personal mundo.

Terminando con los personajes secundarios, la niñera Rosalyn, que a veces acude en ayuda de esos progenitores que se permiten una ocasional salida (huida) del hogar familiar y que a su regreso no saben lo que se van a encontrar, sabiendo de antemano que no será nada bueno…

Y poco que este dramatis personae más le hace falta a Watterson para componer una obra que se ha convertido, por méritos propios, en un auténtico clásico moderno, al que hay que añadir la etiqueta de leyenda, ya que, después de una larga temporada creándola, su autor se retiró del mundanal ruido, siendo ésta su última (al menos hasta el momento) incursión en el mundo de las viñetas.

También me gustaría dejar constancia de un hecho aquí, y es la absoluta genialidad de Watterson no solo como guionista, ya que es un dibujante que es capaz de llevar a la viñeta todo, absolutamente todo, lo que pase por su imaginación, dotando a sus personajes, con un solo trazo, de una expresividad apabullante.

Ahora sí, redoble de tambor, después de algunos años en los que echábamos de menos una edición definitiva de esta maravilla, la editorial Astiberri nos sorprende, y alegra la vida, con la noticia de que van a publicar todo el Calvin y Hobbes en una serie de volúmenes.

Para abrir boca, comienzan con una delicatesen, una selección de lo mejor de lo mejor de este cómic, que incluye las tiras y Sundays comprendidas entre los años 88 y 90, en las que se ha respetado la traducción original de Francisco Pérez Navarro y creándose una rotulación que imita al cien por cien a la del propio autor, Watterson, convirtiendo a este volumen en ese oasis al que vamos a beber en esos momentos en los que la fatiga y la tristeza nos persiguen, alejándolas al segundo, y poniendo una ancha sonrisa en nuestras caras.

Y es que ese es el poder que exuda esta obra, un soplo de aire fresco, de libertad, de incontrolable rebeldía, un canto a la imaginación más desbordada…

¡Y todo ello dentro de la rubia cabecita de un chaval de seis años!

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