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Las cenizas poéticas de José María Morón

El poeta José María Morón con el pintor E. Monís Mora en el balcón del Ayuntamiento de Nerva durante un homenaje a ambos, en 1958.

El poeta José María Morón con el pintor E. Monís Mora en el balcón del Ayuntamiento de Nerva durante un homenaje a ambos, en 1958. / Archivo M. Aragón (Nerva)

“Hierve el pleno mediodía enarbolando en sus fuegos. Hierve la mina y se quema la tapadera del cielo”. J.M. Morón.

Muy poco conocemos de la obra de uno de los grandes poetas onubenses, José María Morón Gómez, aquel poeta republicano comprometido que alumbró el segundo Premio del Nacional de Literatura de 1933 y el Premio Fastenrath de 1935 con el extraordinario Minero de Estrellas, toda una referencia de la poesía social y minera. La vorágine represora que siguió al golpe militar de 1936 impidió que su obra previa sea hoy conocida, especialmente porque en los días de muertes indiscriminadas su obra sucumbió al efecto de las llamas. Una obra que, en palabras de José Manuel de Lara, “resulta el estallido poético más sonoro de todos los años treinta”.

Había nacido Morón a las tres de la tarde del día 10 de febrero de 1897, en La Puebla de Guzmán, porque siendo sus padres originarios de esta población, marcharon hasta allí desde su residencia en Nerva, para que doña María Gómez pudiera dar a luz ayudada por su madre. Pero el niño José María vivió y se crió en Nerva, donde residían sus padres que regentaban una librería. Habían llegado hasta la población minera, tras conseguir casarse después de que ella huyera del convento donde la habían recluido para impedir la boda con el aprendiz de poeta, cosa que evidentemente no consiguieron. El joven Morón vivió rodeado del ambiente intelectual y progresista que se respiraba en la trastienda de esa Librería, donde su padre, José Morón Vázquez, poeta y músico, reunía a la voz de la cultura de una Nerva bulliciosa, aglutinadora del interés mediático de la época y punta de lanza del activismo político y sindical andaluz.

Los nombres del pintor Vázquez Díaz, del poeta capitalino Rogelio Buendía, del médico-poeta amigo de Juan Ramón, el doctor Cristóbal Roncero, del pianista y compositor local, Manuel Rojas, del industrial creador de Radio Nerva (derivaría en RNE), Arturo Albarrán, o del paso ocasional por la población de intelectuales, como el poeta sevillano Adriano del Valle (amigo de Vázquez Díaz) o de la novelista Concha Espina (que se paseaba del brazo del doctor Roncero), son algunos de los nombres que jalonan las visitas a la Librería Morón, para participar y estar al día de los acontecimientos sociales, culturales y políticos que marcaron aquella época. Allí el joven bachiller Morón, ávido de lecturas, ya bebió del impacto de esa Generación del 27, que marcó uno de los momentos más brillantes de la poesía española, con la que él se sintió identificado

Tenía nuestro Morón 23 años, cuando en 1920 se publica la novela que marcó la literatura social y minera de España, El metal de los muertos, de Concha Espina, justo cuando él es premiado por la Sociedad Colombina Onubense con los poemas titulados Flor Natural y colaboraba en el diario La Provincia. La guerra de África marcará otra etapa del poeta, cuando marcha a la llamada militar, lo que no impide que siga con sus versos (Poema Inmortal) y colabore con periódicos como El Telegrama del Rif o El Diario de Mañana. Tiempos convulsos que acabarían con su regreso y su boda, en 1931, con la sevillana Consuelo Santander, justo cuando se inician los años republicanos y comienza su Minero de Estrellas, en momentos de felicidad por el nacimiento de su única hija, María un año después de su boda. El jurado que compone Manuel Machado, Gerardo Diego y Dámaso Alonso, otorga el primer Premio del Nacional de Literatura de 1933 a Vicente Aleixandre, por “La destrucción o el amor”, pero José María Morón obtiene el segundo Premio, valorado en 3.000 pesetas (la mitad de lo obtenido por Aleixandre), justo donde otros poetas solo obtuvieron accésit, como Manuel Altolaguirre o Luis Cernuda. Y con su Minero de Estrellas volvería a obtener uno de los mayores galardones literarios como era el Premio Fastenrath, de la Real Academia de la Lengua, en 1935, tal como antes lo había obtenido la novelista Concha Espina.

Un poeta reconocido y querido que ve interrumpida su proyección literaria por el golpe militar que acabó con la II República. La entrada de las tropas en Nerva, el 26 de agosto de 1936, no auguraba nada bueno a nuestro poeta, quien estaba en el punto de mira de los golpistas, por haber mostrado su apoyo a Izquierda Republicana, por mantener relaciones con masones y encima por publicar versos a favor de la causa obrera y especialmente con sus “mineros de estrellas”. Inmediatamente fue detenido, interrogado y llevado al cementerio para ser fusilado. Según sus familiares, su mujer, Consuelo Santander, reaccionó con prontitud asustada y temiendo lo peor llamó a un cura tío suyo que vivía en Sevilla, quien se movilizó para tratar de impedir lo que estaba a punto de suceder. En el mismo cementerio, cuando el destino parecía trazado, se presentó un miembro de Falange con el telegrama que impidió su muerte. Sin embargo, en versión del escritor onubense, José Manuel Gómez y Méndez, fue el periodista Manuel Martín Mayor, “quien intercedió ante las fuerzas de Franco para que lo dejaran en libertad”. Sea como fuere el poeta pudo salvar la vida y aun vivirla casi 30 años más, hasta que le llegó la muerte el 5 de abril de 1966, tras los últimos intentos de la medicina por ganarle al cáncer.

Mientras al poeta Morón le acechaba la muerte en el mismo cementerio de Nerva, su madre María Gómez, conocida en el pueblo como María Morón, sacó asustada de su vivienda los manuscritos y todo cuanto pudiera implicar al poeta frente a la vorágine represora del momento. Se fue a casa de su amiga Ana Mendoza Trigo, quien vivía frente a la Torre del Ayuntamiento, y allí en los altos del Casino (Hoy Cervecería Restaurante Marobal) los manuscritos y versos del poeta fueron consumidos por las llamas. Nadie sabía de la suerte real de Morón, de tal forma que algunos medios como el diario La Vanguardia de Barcelona, o la revista El Mono Azul, publicaron necrológicas anunciando su fusilamiento. En esta última revista, nacida el 27 de agosto de 1936, al día siguiente de concluir la ocupación militar de la cuenca minera del Tinto, auspiciada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, Antonio Aparicio y Adrián Plata, escribieron sendos artículos sobre la muerte de José María Morón. En el caso de Aparicio, la noticia apareció tardía en el número 24 de El Mono Azul, el 15 de julio de 1937, señalando que “sobre la tierra andaluza ha caído la sangre de otro gran poeta español, asesinado por el fascismo, José María Morón”. Antonio Machado, también lamentó su muerte, tal como recoge en sus escritos Los Complementarios y otras prosas póstumas, publicados en Argentina por la editorial Losada, donde dice “pienso en una voz que ha enmudecido cuando apenas pudo ser escuchada y, sin embargo, parecía escucharse. Me refiero a otra voz como la de Lorca, asesinada, la de mi amigo Morón, el poeta onubense. Morón escribió Minero de estrellas, dedicado a los mineros de Río Tinto. Como Alberti, como Emilio Prados, como Serrano Plaja, Morón se acercó al alma del pueblo, no solamente para oírle cantar, sino que también supo, piadosamente, escuchar su fatiga. Y descendió con él a las entrañas de la tierra, a las tinieblas de la mina”.

Afortunadamente, a pesar de la desinformación sobre su suerte, el poeta estaba vivo y lleno de pánico por lo que estaba sucediendo en la cuenca minera, foco espeluznante de la represión, huyó de Nerva, primero a Sevilla y después a Madrid. Especialmente le impactó la noticia del asesinato de su intimo amigo y confidente, el doctor Cristóbal Roncero (Huelva Información, 14 de agosto de 2017), quien dejó su vida en una cuneta de Valverde del Camino, en agosto de 1937, cuando la Guardia Civil lo bajó de la camioneta que lo llevaba a Huelva para prestar declaración por unas denuncias. Aquel vil asesinato determinó a Morón que no podía seguir en su pueblo, por la enorme inseguridad del momento.

Y Morón llega a Madrid, con su mujer y su hija, tras el final de la guerra. “Ahora se agarra desesperadamente a la vida que se le torna quebradiza, hasta el punto de modificar su carácter que se va haciendo cada vez más adusto, seco, retraído, huraño (…) sus poemas se hacen oscuros, alambicados”, escribe José Manuel de Lara, en el preámbulo de una edición de Minero de Estrellas. Y cambió su poesía hacía el simbolismo, colaborando con el régimen. Él mismo, en 1940, manda su Oda al Caudillo, publicada en la revista Vértice, al dirigente socialista encarcelado en Huelva, Francisco López Real, a quien le avisa: “No se fije más que en la música”. Y es que como ya escribí en la revista Nervae de 2016, “muchos hombres y mujeres que no participaron de manera activa en la guerra civil española, se vieron involucrados en el proceso de asimilación ideológica posbélica”. El caso de José María Morón es claro. Tuvo que buscarse la vida y evitar ser un sospechoso para el régimen. Trabajó de contable en una imprenta y afiliado a la Falange encontró empleo en el Ministerio de Trabajo. Colaboró en revistas como Isla, Brújula o Tajo y en los periódicos del régimen. Poemas como el aludido dedicado a Franco, o la Ofrenda lírica, sonetos dedicados a José Antonio forman parte de esa obra menor, alejada de aquel comprometido y musical Minero de Estrellas. Fue, como dice el catedrático de Literatura de la Universidad de Salamanca, Antonio Pérez Bowie, “una reacción contra el acatamiento resignado con el que se vio obligado a aceptar las nuevas circunstancias (…) al Morón auténtico hay que buscarlo, pues, en los poemas escritos antes de la guerra civil”. Muy pocos, ya que el fuego los transformó en cenizas.

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