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Los participantes en el juego de Las Ollas ya no se llevan 'el gato al agua'

  • En los años de postguerra las vasijas de barro contenían premios como pollos y conejos vivos para paliar el hambre de los más afortunados · Niños y mayores siguen la tradición de modo más 'light'

El broche final a la festividad en honor a San Sebastián, patrón de Fiñana, se produce sólo unas horas después del encierro de la procesión de la mano del tradicional juego de 'Las Ollas'. Como viene sucediendo cada año, la cita se produce en la plaza de la Constitución, a partir de las 16.00 horas, una vez que los vecinos del pueblo se 'desperezan' de la larga fiesta del día anterior. A ella asisten niños, jóvenes, adultos y ancianos. Nadie quiere perderse un juego que viene haciendo las delicias de los fiñaneros desde tiempos inmemoriales.

La dinámica de 'Las Ollas' es, actualmente, muy similar a la de las piñatas, pero en sus inicios contaba con algunas diferencias de peso. Antes, especialmente en los años anteriores y posteriores a la postguerra, las orzas o vasijas elaboradas con barro no encerraban sólo dulces, sino los más variados objetos y... seres. Y es que, décadas atrás, la carestía de alimentos hacía que la organización se decantara por productos 'prácticos'. Así, los más afortunados podían hacerse con un pollo o un conejo vivos, por ejemplo.

Poco antes de comenzar la celebración, los encargados introducían los regalos en los recipientes y los tapaban con papel de estraza en el que abrían pequeños orificios que servían de respiradero. Entre los regalos 'buenos' se incluían también chorizos, morcillas trozos de manta de tocino o algunas monedas. Los menos afortunados, sin embargo, se llevaban sorpresas menos agradables. Nunca faltaban agua o harina que terminaban embadurnando al pobre jugador, aunque a veces ésta se sustituía por yeso, más engorroso de limpiar. Pero, sin duda, el peor 'regalo' era encontrarse al gato, que salía despavorido cuando el palo rompía la 'olla', entre el revuelo de los asistentes. Para los más pequeños se colgaban 'ollas' hechas con cartuchos de papel, más inocuas que los trozos de barro.

Actualmente la tradición se conserva, aunque hace ya muchos años dejó de lado los hábitos menos 'simpáticos' con los animales. Como siempre, los jugadores deben pagar una pequeña cuota para poder participar. Cuando les llega su turno se suben al burro, se les venda los ojos, y dan palos a diestro y siniestro, ayudados por los gritos del público, hasta lograr alcanzar la diana.

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