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José Daniel M. Serrallé | Poeta

"Más que la esperanza, hay que defender la alegría"

  • El autor sevillano presenta este viernes en la Feria del Libro 'Un sol inocente', una antología con la que vuelve a publicar tras un "barbecho" de más de 20 años

José Daniel M. Serrallé (Sevilla, 1959), en el antiguo convento de Santa Clara.

José Daniel M. Serrallé (Sevilla, 1959), en el antiguo convento de Santa Clara. / Víctor Rodríguez

Durante años ha sido poeta por otros medios. Conjurando su melancolía de niño herido con risotadas y una "ilusión desesperada" –dice uno de sus versos–, compartiendo con su devota legión de amigos una sabiduría profunda y esquiva a toda solemnidad, encerrado en las calles apurando las noches, ejerciendo de último punk de Sevilla, como lo llaman algunos en los bares de cabecera donde tiene la sagrada costumbre de comparecer con impecable buen paño, sonrisa pícara y brillo en la mirada, dispuesto siempre –por autoimpuesto mandato ético– a obligar a la vida a "guiarse terca hacia el espacio claro".

Tras publicar tres sensacionales poemarios, Salón de Embajadores (1984), Luna en la niebla (1991) y Aves nocturnas (1997), José Daniel M. Serrallé entró en un "barbecho que se alargó demasiado". En parte, dice, por la "saturación" que le provocó la vecindad con la creación literaria de sus trabajos (fue selecto editor en El Mágico Íntimo y Metropolisiana y sigue siendo director de la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla). Y ahora, gracias al empeño de Abelardo Linares, el poeta ha vuelto enteramente por fin. Renacimiento acaba de publicar Un sol inocente, una antología que reúne gran parte de esas tres obras, junto con un puñado de nuevos poemas escritos hasta el año 2009.

El autor presenta este viernes el libro en la Feria (La Red, 22:00; una hora antes firmará ejemplares en la caseta de la editorial), acompañado por el crítico literario y columnista de este diario Ignacio F. Garmendia, autor del hermosísimo prólogo de este volumen que condensa el espíritu de un hombre –se retrata él mismo– "con ese aire entre sentimental y pirata".

–Esta antología ha evitado que se convierta usted definitivamente en un Bartleby...

–¡Esperemos! En el libro hay diez o doce poemas inéditos, posteriores a los tres libros de hace ya tantos años... Pero de 2009 hasta la actualidad no hay ninguno en la antología, entre otros motivos porque tengo muchas cosas anotadas, imágenes, versos, pero no poemas terminados como tal. Probablemente haya una nueva entrega. Eso espero al menos. Además, como ya estoy más cansado de la calle tras estos últimos años más disipados, eso me va a meter más en casa...

–"Un día se volvió patética la costumbre de cantar la vida, emoción de saldo", escribe, crudísimo, en Otro tiempo. ¿Se debió a ese sentimiento su larga renuncia a la escritura?

–Me imagino... Después de salir mi tercer libro seguí escribiendo, y tenía material para sacar otro, pero rompí mucho. Quería escribir otras cosas, tenía la sensación de que ya me salía con cierta facilidad y eso no me gustaba. Luego, la vida me llevó por otro lado. Me distancié de la poesía, de la lectura, de mí mismo como poeta.

–¿Cómo observa ahora la evolución de su discurso poético, qué ha cambiado, qué ha permanecido inalterado?

–Los temas siguen prácticamente inalterables. Mi poesía está muy basada en la reflexión sobre el tiempo, sobre mi tiempo de vida en particular, es una poesía que va al encuentro del otro... un otro que la mayoría de las veces es uno mismo en otro tiempo. Permanece también la búsqueda de la claridad y la sencillez y me gustaría pensar que sigue ahí algo que decía un gran amigo, Paco Brines: que mi poesía era a la vez elegíaca e hímnica, lo que no es tan frecuente. Y ha cambiado el tono, que inevitablemente se va volviendo más agrio, más triste y escéptico.

–Usted, que ha sido y es muy amigo de muchos de los grandes poetas españoles desde la Generación del 50, nunca mostró interés en hacer carrera...

–Jamás. Entre otras cosas porque el comer me vino por otro lado. Eso me permitió tener una relación con la poesía más personal, por lo que, como autor, porque por mi trabajo claro que me he metido mucho en el mundillo, no he sentido nunca esa necesidad de estar en la palestra ni de meterme más en esa profesionalidad. Además, soy parco, soy flojo, soy vago. A mis amigos les digo siempre de broma que no paran de escribir para dejarnos a los demás en evidencia.

El poeta sevillano, en la sede de la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla, de la que es director. El poeta sevillano, en la sede de la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla, de la que es director.

El poeta sevillano, en la sede de la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla, de la que es director. / Víctor Rodríguez

–A muchos que conozcan al Serrallé jubiloso de los bares, seguramente, les sorprenderán los tonos sombríos de su poesía...

–Siempre me lo han dicho, incluso algunos amigos, fíjate. Sé que personalmente doy otra imagen, pero la melancolía va por dentro. Siempre se ha dicho que es raro escribir desde la felicidad, ¿no? A veces se hace, pero es raro, porque la felicidad se vive, con eso basta. Pero el paso del tiempo, los paraísos perdidos, el conocimiento de ti mismo y del mundo, ay, eso es frío y húmedo como el lomo de los peces.

–Escribe en La tormenta de una noche de verano: "esa esperanza / que con la madurez, y no antes, ha nacido". ¿Cómo es eso?

–En otro verso del libro digo: "no esperanza, / sino alegría". Es que de joven no se necesita la esperanza, de joven simplemente se vive con descaro. Pero yo en todo caso creo que muchas veces no es la esperanza lo que hay que defender, sino la alegría.

–Se preguntaba Manuel Vilas en un poema en qué momento la poesía dejó de hablar de la vida para hablar de la historia de la poesía. Desde luego no se le podrá reprochar a usted algo así...

–¡Espero que no! Yo en la poesía busco una revelación. Fijar lo que se ha perdido, lo que fue un momento de plenitud, de alegría, de belleza. Fijar eso y comprenderlo, y al hacer eso, poder ver tu experiencia con una cierta trascendencia. Es ese poder de ungimiento que tiene la poesía, ¿no? Estar leyendo y de repente tener que cerrar el libro y pensar. Para mí la poesía es eso, no ir dando lecciones de literatura, algo que por otro lado yo no me siento capaz de hacer.

–En Skerryvore vibra esa referencia a Stevenson, una de sus grandes pasiones. ¿Qué otras figuras forman parte de su altar particular?

–Stevenson siempre ha sido para mí un autor maravilloso por su naturalidad y su mundo, siempre me ha llamado la atención. Pero hay muchos, claro. Algunos se pueden rastrear en mi obran y otros no, pero han sido también importantes para mí. Muy cercanos siempre he tenido a Paco Brines y a José María Álvarez. O a Gil de Biedma, que también creo que se puede rastrear de alguna manera en mis poemas. Eso, por hablar de españoles más o menos cercanos. También han sido importantes para mí Rilke, Borges, los simbolistas, tanto Verlaine como Baudelaire... Algunos poetas del Romanticismo inglés, por supuesto. Y luego hay otros que yo creo que resuenan en algunos poemas míos aunque no sean autores de cabecera para mí. Cernuda el que más me ha llegado del 27, siendo un poeta difícil como es. Hay una línea que particularmente me emociona, pero soy ecléctico, como me pasa también con la música. Y también hay novelistas, eh. En Proust, por ejemplo, encuentro a alguien muy cercano a mi concepción de la poesía, y es lógico, claro, porque en él está siempre la gran incógnita que es el tiempo.

–¿Existe Sedra, ese lugar "donde para siempre quedaron la claridad de todo / y las canciones"?

–Mis abuelos maternos cogieron una casita en las afueras de Dos Hermanas, en lo que entonces se llamaba barriada y ahora urbanización, un sitio rodeado de olivares. Desde chico, allí eran los largos veranos de cuatro meses, las navidades, incluso la Semana Santa. Sedra de alguna manera es eso, pero mezclado con Sevilla, Santa Catalina, Los Terceros, Ponce de León, Bustos Tavera, la Alfalfa, donde mi padre tenía su sastrería... Sedra es un ámbito, el ámbito de la infancia y la pubertad. Me vino por mera sonoridad, buscaba un nombre que tuviera dos sílabas y que me sonara bien, porque yo en la poesía me guío mucho por el oído. Después, por cierto, me di cuenta de que Sedra era ardes al revés, con lo cual ya supe que era perfecto.

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