Lealtades y traiciones | Crítica

El cronista de Novi Sad

  • Acantilado continúa difundiendo, ahora con 'Lealtades y traiciones', el fabuloso ciclo narrativo que compuso el escritor serbio Aleksandar Tisma

El escritor serbio Aleksandar Tisma (1924-2003).

El escritor serbio Aleksandar Tisma (1924-2003). / D. S.

La gran novela europea sobre la guerra y la posguerra a partir de 1945 se levanta sobre ciertos autores eméritos –no siempre muy reconocidos– que han construido su obra a través de un espacio regional o local concreto, lo que les ha llevado a crear un ciclo novelístico propio e inconfundible. A Aleksandar Tisma (Novi Sad, 1924-2003) le debemos una serie de novelas reunidas bajo el nombre de Ramas entrelazadas.

Ha aparecido en el sello Acantilado la última de las obras pertenecientes a este ciclo, Lealtades y traiciones, que como gavilla se une a otros títulos ya publicados por la misma editorial en los últimos años. Citamos El libro de Blam, El uso del hombre, los relatos de Sin un grito, El Kapo y el ya título antedicho, que es el que ahora nos ocupa. Salvo error por nuestra parte, sólo faltaría por publicarse Escuela de impiedad para cerrar, al menos en castellano, el fabuloso cronotipo literario que Tisma creó en torno a la ciudad de Novi Sad y la región de la Voivodina.

Si Giorgio Bassani hizo de La novela de Ferrara un epitafio total sobre la silente eliminación de la huella judía en aquella ciudad italiana, Aleksandar Tisma, por su parte, ahonda también en la disolución del pasado como fresco compartido por mayorías y minorías raciales. Quiere decirse que Lealtades y traiciones no busca tanto relatar las atrocidades cometidas durante la ocupación nazi como sí narrar las consecuencias prácticas que impuso la posguerra y los años que siguieron, donde la voluntad de olvido, la hipocresía o el silencio práctico acabaron inculcando un nuevo estatus de ciudadanía a los yugoslavos.

En ciudades mestizas como Novi Sadi (antaño conocida como la Atenas serbia), austriacos, serbios, judíos, alemanes y húngaros formaban uno de esos contenedores étnicos que la guerra disolvió en los crematorios y en los posteriores corrimientos de fronteras entre países (la madre de Aleksandar Tisma era húngara). Con la victoria sobre los nazis por parte de los partisanos comunistas, lo que se creó fue un nuevo fresco social, una nueva idea de futuro en común, en cuya urdimbre (o en cuyas ramas entrelazadas, por aludir al nombre del ciclo narrativo) se enredan los protagonistas creados por Tisma.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Sergije Rudic, sombra principal en esta novela, refleja la apatía sobre el sentido de la vida. Partícipe en la lucha partisana, poco después se enrola en las filas de una existencia anodina, que intenta ser avivada bajo los eslóganes y la trompetería del triunfo comunista yugoslavo, hasta que los años van pasando y los eslóganes callan para dar paso a la aburrida existencia estatal en el corazón de los Países No Alineados (recuérdese aquel invento ideado por Tito). Sergije no renuncia a la felicidad. Pero afloran en él las dudas, la expiación, el miedo a aceptar el fracaso; igual que aflorarán el adulterio, la hipocresía o la inmoralidad en su más abyecta versión. El Danubio que a su paso baña Novi Sad reflejará toda esa turbidez.

Los viajes en tren de Belgrado a Novi Sad, adonde acude a visitar a sus padres, se convierten en una metáfora plástica de los años que siguieron a la posguerra. Por la ventanilla del vagón discurre un paisaje en movimiento, que avanza por la aplastante llanura de Panonia. Pero lo que logramos entrever es una suerte de aburrimiento interior, esa deshumanización del ser que luego se reflejará, por ósmosis, por las calles, plazas y casas de Novi Sad. Allá por los años 60, en la ciudad se ha instalado ya el silencio, una impostación social y colectiva que ha de tapar las vergüenzas y la hipocresía en las relaciones afectivas.

Tras la guerra, que va quedando lejana, las minorías disiparon su crisol. La nacionalización yugoslava volvió a avivar sordamente los viejos cuadros de usos y costumbres entre ciudadanos de distintas etnias. El derecho de propiedad por un apartamento (cuestión que nos parecería de lo más plúmbea), derivará poco a poco, conforme avanza la novela, en una especie de recomposición coral del pasado. La memoria agazapada fluye a través de nudos de sangre y de amistades, que no se perdieron del todo, pero que sí estaban ya adoctrinadas por las nuevas convenciones.

Que en una novela pase de todo sin que parezca que pase nada es mérito de este extraordinario escritor, Aleksander Tisma, sobre quien parece fundirse la tradición literaria centroeuropea con el canon de los autores nacidos en el reñidero de los Balcanes. Al esplendor de su obra toda contribuye la no menos esplendorosa traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomer Pistelek.

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