Andrés Neuman. Escritor

“Los cuerpos normales son los nuestros, no los de las pasarelas”

  • Neuman se rebela en 'Anatomía sensible', desde la imaginación y el humor, contra los modelos de belleza que imperan en los tiempos del Photoshop

Andrés Neuman, en una reciente visita a Sevilla.

Andrés Neuman, en una reciente visita a Sevilla. / Belén Vargas

A la vagina la quieren "sentadita y confinada a la privacidad" mientras el falo, sin embargo, "atraviesa nuestras leyes". El alma es "lo mismito que el codo", y el ojo es un "déspota ilustrado". Andrés Neuman acaricia con su habitual inteligencia y una espléndida prosa los poros y rincones de un cuerpo en Anatomía sensible (Páginas de Espuma), un libro de relatos que no oculta un propósito político: reivindicar la belleza imperfecta, real, en los tiempos del Photoshop.

–Sus últimos libros, la novela Fractura o el poemario Vivir de oído, y esta Anatomía sensible tienen poco que ver entre sí, al menos en lo formal. ¿Esta diversidad de tonos responde a la necesidad de reinventarse de Andrés Neuman?

–Quizás sea por no perder la búsqueda, la sensación de aventura y de curiosidad. Nunca he creído en los especialistas de la palabra, aquellos que te dicen: Lo mío son los thrillers, yo sólo escribo sobre Murcia por la tarde [dice con una sonrisa]. Puede que eso de centrarse en algo no tenga nada de malo, pero para mí la escritura es un viaje y no me gusta, por tanto, ir siempre al mismo sitio. Y sin embargo pienso que había una constante en los últimos libros, que el replanteamiento de cómo representar el cuerpo ya asomaba por ellos, irrumpían en esas obras cuerpos diferentes de lo esperado. Eso se trata ahora de manera monográfica, pero estaba en las cicatrices de Fractura; o en un poema de Vivir de oído, Retablo con chica corriente, donde hay una desplatonización del cuerpo que se observa, una tensión entre la tradición canónica y apolínea de lo que se entiende por un cuerpo bonito y esa otra belleza que radica en la realidad: la chica llevaba unas sandalias y se le veían los pies heridos, tenía ojeras, estaba despeinada... Aunque la forma de este libro es nueva para mí, ya exploraba el tema de los cuerpos de otro modo.

"Lo que yo llamo ‘la literatura de la turgencia’ no explora y poetiza nuestros cuerpos reales. Perpetúa los clichés"

–En un pasaje dice: "El cabello conoce dos terribles enemigos, la alopecia y la poesía". Ciertamente, un baremo para medir si un libro es malo es ese lirismo estereotipado con el que a menudo se describe el cuerpo.

–Eso es un termómetro brutal, sí. Yo lo llamo la literatura de la turgencia, donde en lugar de poetizar y explorar las posibilidades estéticas de nuestros cuerpos tal y como son, se trabaja para viralizar el cliché. Los cuerpos normales los tenemos nosotros, los raros son los de las pasarelas, y sin embargo nos construimos al revés. Y esos estereotipos empiezan mucho antes de los anuncios de cosmética, de la presión del mercado; están ahí desde la escuela. En las clases, por ejemplo, para explicar el símil recurren a imágenes como dientes como perlas, cabello como el oro, piel de nieve, de seda… Esas palabras que parecen inocentes están haciendo varios trabajos oscuros. Vinculan la belleza a un modelo convencional de cuerpo, pero enseñan también que el lenguaje y su función poética sirven para reforzar esa asociación. ¿No es mejor, más divertido, hablar de una piel de puercoespín o una dentadura de piano? Sería mejor una aproximación más lúdica, más audaz, a los cuerpos, porque lo que se aprende a esa edad se instala en tu imaginario.

–Abre con una cita sobre el Photoshop, una herramienta con la que revistas y suplementos dan forma a una belleza artificial...

–Hay una afirmación que se hace mucho, que por razones culturales hacen especialmente las mujeres: que a partir de cierta edad te vuelves invisible. Eso no sucede por un proceso natural, porque de repente tengas arrugas o michelines; sucede porque hay mecanismos concretos de borrado. El Photoshop no es sólo un software, es también una lógica cultural, una manera de evitar la representación erótica o estética a partir de cierta edad. Son muy pocas las películas donde veas una escena erótica bonita que no esté protagonizada por cuerpos jóvenes que parecen la prolongación del lenguaje publicitario. Y eso no ocurre sólo en el cine. Por esa literatura de la turgencia, muy pocos libros piensan el cuerpo a través de su paso del tiempo.

Andrés Neuman. Andrés Neuman.

Andrés Neuman. / Belén Vargas

–Ni una activista como Jane Fonda pudo escapar de esa presión. En el documental Jane Fonda en cinco actos reconoce que le encantan las arrugas de Vanessa Redgrave, pero que ella no ha podido evitar pasar por el quirófano.

–Eso me recuerda una historia de Marilyn Monroe. En la última sesión fotográfica que le hicieron, una sesión de la que salieron unas imágenes muy conocidas en las que ella está desnuda detrás de un velo, ella era una mujer ya de edad mediana. Se está dirigiendo a una edad más interesante, pero yo veo ese velo como una metáfora de la imposibilidad de contemplar el paso del tiempo. Si Marilyn hubiese vivido más, ese velo se habría vuelto una cortina; si ella hubiese envejecido, habría sido un muro. Marilyn, que para bien o para mal era un cuerpo colectivo, es un símbolo de cómo negamos que la belleza sea un diálogo entre el cuerpo y el tiempo, pero la belleza, en la realidad, es como una energía que se transforma. El fotógrafo [Bert Stern] contó que Marilyn tenía una cicatriz de una operación de vesícula y que a él le dieron muchas ganas de tocar aquello, le parecía muy bonito. La tragedia es que esa cicatriz de la que habla, que en términos poéticos es muy interesante, ha sido borrada. Yo tengo la fantasía de que si esa cicatriz hubiese podido estar en las fotografías ella podría haberse salvado, haber sido Norma Jean, la mujer real, no ese icono al que obligaban a hacer de rubia tonta cuando era muy inteligente.

–Un libro sobre el cuerpo podría haber salido muy oscuro si usted hubiese decidido fijarse en las secreciones, las heridas. Sin embargo, Anatomía sensible tiene otro ánimo: es luminoso, juguetón incluso.

–El cuerpo es un laberinto infinito, y decidí no centrarme ni en los órganos ni en flujos, secreciones y todo ese repertorio de consecuencias del cuerpo. Decidí, por poner el foco en alguna parte, centrarme en la parte visible del cuerpo. Y dentro de esa parte visible también había zonas que se invisibilizan, que no se representan, se niegan y se ocultan. En este libro habría una suerte de ética del codo: hay un capítulo en el que se dice que éste es el paria de la belleza. Es tan importante el codo para el brazo y, sin embargo, qué poca fiesta le hacemos. Eso podría verse como un resumen de las intenciones del libro: gozar con la periferia del cuerpo. No es una obra escatológica. Tiene mucho humor, mucha ironía, me interesaba el discurso desacomplejado sobre el cuerpo.

"El Photoshop no es sólo un ‘software’. Es una lógica cultural que vuelve invisible a quien no responde al canon”

–En este recorrido los lectores se encontrarán con imágenes quizás evidentes, pero en las que tal vez nunca había reparado. Como la de que un ojo, como señala usted, "es imbesable".

–Es la gran tragedia del audiovisual: el ojo no puede recibir una caricia ni un beso, y cuando nos damos un beso está la tradición de cerrar los párpados. Pensaba en eso: qué lejos llega el ojo, más hoy que tenemos una relación tan visual con la realidad, y al mismo tiempo qué limitado está. En este libro trato de tener presente que hay otros sentidos desde los que celebrar un cuerpo.

–En este libro el alma es otra parte más de la anatomía.

–Todavía seguimos pensando en términos de alma y de cuerpo, de fisicidad y de espiritualidad, continuamos trabajando con esas categorías. Me parecía divertido abolir esa separación hablando de ella como si fuera un tendón o un poro o una extremidad, y al mismo tiempo espiritualizando zonas del cuerpo que habitualmente no merecen ninguna ceremonia. Eso es lo que hago en el último capítulo, encarnar el alma y espiritualizar el cuerpo.

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