El naufragio de las civilizaciones | Crítica

Apocalipsis para integrados

El escritor libanés Amin  Maalouf.

El escritor libanés Amin Maalouf. / Efe

El título de esta obra, El naufragio de las civilizaciones, remite a la gran obra de Spengler, La decadencia de Occidente, así como a aquella otra más lejana, pero no menos colosal, que fue la Historia de la decadencia y caída del imperio romano, del desdichado y tenaz Edward Gibbon. De Gibbon quedó la conciencia de que las civilizaciones mueren, como un viejo robledal acuciado por el fuego; mientras que en Spengler nos encontramos con otra idea falaz, de gran influjo en Ortega, cual fue la capacidad de prever el futuro, junto con otro pronóstico no menos peregrino: la civilización marcha, inexorablemente, de Oeste a Este. De ahí que ahora sea China quien cope nuevamente la cima del orbe...

No es este, desde luego, el tenor de las presentes páginas. Si bien Maalouf se deja llevar por el desánimo en su epílogo, el grueso del volumen es un limpio y original ensayo sobre la historia del mundo en los últimos decenios; historia donde se presta singular atención a los sucesos de Oriente Próximo en la inmediata posguerra, y donde dos son los fenómenos que, a su juicio, definen al mundo de hogaño: la economía liberal, propiciada por Thatcher y Reagan, y el fuerte carácter identitario, originado en los conflictos del Oriente de aquella hora, que se extienden hasta la formación Estado Islámico. A juicio de Maalouf, uno y otro son expresiones de un mismo espíritu de los tiempos, en los que cierta idea de civilidad ha devenido irresoluble o inhóspita, y no presagia, tampoco para Europa, nada esperanzador o halagüeño.

Es, sin embargo, el foco "excéntrico" de Maalouf el que quizá añada un interés superior a estas consideraciones. Cuando Maalouf cifra en el Oriente ribereño del medio siglo la marcha posterior del mundo, no parece que esté diciendo ninguna extravagancia. Sus razones son razones solventes. Y sobre todo, son razones históricas, extraídas de las hemerotecas. No acude, como Spengler, a una cierto fatum sobrehumano. Es al final, como digo, cuando este fatum asoma tibiamente, augurándonos una oscuridad inmediata.

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