Cultura

El Bardo en su laberinto

  • Debate recupera 'El tiempo de Shakespeare' de Frank Kermode, introducción esencial al mundo del poeta y al ambiente social y político al que el dramaturgo dirigió sus obras.

el tiempo de shakespeare. Frank Kermode. Traducción de Juan Manuel Ibeas. Debate. Barcelona, 2016. 238 páginas. 16,90 euros

Además de la producción de algunas de sus obras fundamentales en nuestros escenarios (cuánto cabe echar de menos, sin embargo, y todavía, la posibilidad de asistir aquí a una buena función de Troilo y Crésida, El Rey Juan, Como gustéis y otra muchas piezas fuera del repertorio acostumbrado), el año del 400 aniversario de la muerte de Shakespeare, coincidente con la efeméride cervantina, ha dejado ya en España una notable dosis de reediciones tanto de los textos del Bardo como de los consagrados al estudio y análisis de su persona y su escritura. En cuanto su figura, más allá de los enigmas (baldíos y gratuitos en su mayoría) relativos a su identidad relativos a su identidad, cierta historiografía se ha prestado, quizá en exceso, a considerar a Shakespeare prácticamente un hijo inevitable de la Inglaterra en la que vino al mundo; como si su genio se debiera, principalmente, a la coexistencia conflictiva de protestantes y católicos, a las complejas sucesiones en la corte, a la desconfianza que el teatro despertaba en las autoridades, a la protección del tercer conde de Southampton y al ambiente social y político bajo el que el poeta hizo su trabajo. En este sentido, resulta oportuna la recuperación a cargo de Debate, con motivo del centenario, de El tiempo de Shakespeare de Frank Kermode (Isla de Man, 1919 - Cambridge, 2010), obra que la editorial ya incorporó en su catálogo en 2005 (sólo un año después de su aparición) y que ofrece una verdadera inmersión en aquel contexto en el que Shakespeare vivió, escribió y actuó; en su amena y a la vez exigente exposición, el autor no señala tanto los elementos que explican la aparición de un talento como el de Shakespeare (todavía, a estas alturas, tantos encuentran cierto consuelo en la posibilidad de encontrar causas para la maravilla) como los que conforman el cosmos al que el talento de Shakespeare se dirige. El lector asiste aquí, por tanto, a la proyección de un Bardo en su tiempo y a la vez, por cuanto el genio es una virtud universal, fuera del mismo. Por su concisión, claridad, erudición, equilibrio, humor y voluntad de estilo, El tiempo de Shakespeare es el libro ideal para quien cree que puede encontrar en el padre de Hamlet, Rosalinda, el Rey Lear y otras fabulosas criaturas un compañero de largo recorrido.

Kermode, autor de libros esenciales dentro de la crítica literaria del último siglo como El sentido de un final. Estudios de la teoría de la ficción (publicado originalmente en 1967 y revisado por el autor en 2003), desarrolla cual Teseo el hilo de El tiempo de Shakespeare allí donde lo había dejado W. H. Auden. En los primeros capítulos del libro narra las dificultades a las que se enfrentó la Corona tras la muerte de Enrique VIII, al que siguieron en el trono Eduardo y María antes de la reina Isabel. María reinstauró el Catolicismo en un momento en que la Reforma aún se encontraba en pañales y en el que dogmas y ritos aún estaban por definir (el mismo Enrique VIII mantuvo la mayor parte de los signos católicos de la liturgia), pero, tras su gobierno, Isabel decidió volver a los brazos del protestantismo, aunque lejos de la severa doctrina calvinista que algunos líderes de la Iglesia Anglicana pretendían importar desde Ginebra. El gusto de Isabel por la mise en escène, también en el culto (la monarca era partidaria de las velas, que el protestantismo rechazaba), explica, en parte, que por más que las municipalidades persiguieran a los actores y saltimbanquis que practicasen su oficio sin el amparo de un noble como a criminales, la Corona diese luz verde a las representaciones en los teatros que desde la primera empresa de James Burbage empezaban a florecer en Londres, un esplendor que se mantuvo hasta la definitiva clausura de los escenarios en 1642. A menudo se ha dado por sentada la querencia católica de Shakespeare por ciertos testimonios de la fe de su padre John y de detalles en sus obras como la purga a la que se ve abocado el fantasma del padre de Hamlet, pero Kermode coincide con Harold Bloom en que Shakespeare no deja una sola pista sobre su adscripción religiosa en sus obras ni en sus poemas; sin embargo, Shakespeare sí supo entender la confusión dogmática de su tiempo respecto a la transmisión de valores a través de la imagen y la palabra para excitar en su público la necesidad del teatro, tal y como supo mostrarse favorable a la causa de Essex en Ricardo II y salir impune cuando cualquier otro se habría dejado el cuello: la reina Isabel pudo decir tras el estreno aquello de "Yo soy Ricardo", carcomida por la rabia pero sin razones de honor ni venganza para actuar contra Shakespeare.

Kermode escribe sobre el Shakespeare empresario, el fundador de The Lord Chamberlain's Men y The King's Men, compañías que alcanzaron la gloria en el Globe y el Blackfriars. También revisa las obras del Bardo, con finura y sin pasión pero con acierto en su exégesis (un servidor le agradece que se resista a condenar Las alegres comadres de Windsor como hicieron Auden y Bloom). El resultado es un fresco vivo y alentador.

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