Cartas: Antología | Crítica

Belleza y temblor

  • En esta antología de las 'Cartas' de Keats, obra de Àngel Rupérez, se concitan, junto a la estrechez económica del poeta, junto a su enfermedad y su muerte, las novedad estética y la inquietud moral traídas por el Romanticismo

John Keats retratado por William Hilton en 1822

John Keats retratado por William Hilton en 1822

Alianza publica, en espléndida edición de Ángel Rupérez, que dobla aquí sus méritos como traductor, una selección del vasto epistolario de John Keats, muerto en Roma a la edad de veinticinco años, y no obstante dueño de una poderosa obra, donde se formulan, a la manera romántica, dos conceptos que el XVIII había enunciado de muy distinto modo: la Naturaleza y la Antigüedad pagana. A ello contribuirá -lo sabemos por Hugo-, la relectura apasionada de William Shakespeare, así como la traducción de Homero por Pope. En una carta dirigida al pintor Benjamin Robert Hydon, nueve años mayor que él, Keats deja consignada esta nueva forma de tratar viejos asuntos, asuntos que no son otros que la doble aspa, clásica y judecristiana, sobre la que se asienta la civilización occidental.

La poesía de Keats implica, sí, un radical desacuerdo con la divinidad, pero también la condición celeste del poeta

En el caso de Keats, nos encontramos también con esa profunda soledad que se abre con el Romanticismo, y que tomaría la forma, en Byron y muchos otros, del Ángel Caído, tributario del Satanás de Milton. “Tengo la confianza -le escribe en mayo de 1817 a Hydon, que incluiría un retrato del poeta en La entrada de Cristo triunfante en Jerusalén- de que podría llegar a ser un ángel rebelde si tuviera la oportunidad de serlo”. Lo cual implicaba, sí, un radical desacuerdo con la divinidad, que se extasía en el “genio incomprendido”. Pero implicaba, en mayor modo, la condición celeste del poeta. La carta acaba con una expresiva despedida que sólo en parte hubieran ya firmado Winckelmann o Mengs: “en el nombre de Shakespeare, Rafael y todos nuestros santos, ¡te encomiendo al cuidado del cielo!”.

Cuatro años más tarde, Keats muere en Roma a consecuencia de la tuberculosis. Es otro pintor, Joseph Severn (el XIX es el siglo de la poesía, de la pintura y de la música), quien narra, con gran emoción, las últimas horas del poeta, al que darían sepultura junto a la pirámide de Cayo Cestio, donde se halla el cementerio protestante. Allí, bajo unas flores frescas, encontró descanso aquel muchacho doliente, enfebrecido y trágico.

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