Dios en la poesía actual | Crítica

El verbo hecho carne

  • Rialp explora en una antología el diálogo que los poetas españoles han mantenido en sus versos con lo divino

El poeta José Julio Cabanillas, uno de los responsables de esta antología.

El poeta José Julio Cabanillas, uno de los responsables de esta antología. / José Ángel García

Ha sido Juan Antonio González Iglesias uno de los poetas que mejor ha concretado en un verso la voluntad del misericordioso: "Dios quiere que esta noche haya amor para todos", escribía en su último libro, Confiado (Visor, 2015). Uno de mis alumnos, que tenía la intención de tatuarse dicho verso, dijo en clase que los poetas hablan de Dios porque viven de lo imposible, y que sólo Dios parece escucharles. Ese día se ganó la matrícula que más tarde obtuvo. María Zambrano, que fue quien mejor entendió que lo sagrado es la base de la realidad, habría estado de acuerdo con la calificación del chaval. Para la filósofa malagueña, era lo religioso lo que otorga al poema su verdadero sentido de concreción, que no es otra cosa que el sentido del mundo desde lo más esencial.Dios es, como recuerda el profesor Manuel Fraijó, el misterio absoluto, y el poeta vive del enigma, cree, como escribió Rafael Guillén, en la otra mitad de lo visible. Sobre ese sentido apunta el músico y escritor estadounidense Saul Williams, que, tras su reciente actuación en Madrid junto al saxofonista David Murray, declaró que hay que "invertir en lo invisible tanto como en lo visible". Quizá la receta para la salvación del ser humano sea más sencilla de lo que parece: creer más allá de lo que se palpa.

Dios es un camino, como lo es la poesía, y muy rara vez una meta, como nunca lo es el poema. Santo Tomás de Aquino, que fue seguramente quien mejor comprendió este misterio, escribió que lo máximo que podemos saber de Dios es que siempre supera todo lo que podamos pensar de él. Y es en esa posición de humildad, de sumisión ante su naturaleza, donde solemos dar con los mejores poetas. Uno muy joven, Sergio DeCopete, de apenas 30 años, escribió: "En algo erré, pero en esto creo que Dios sabrá perdonarme: en exceso amé a su creación más extraordinaria". Otro muchacho, Raúl Alonso, cerró así su Libro de las catástrofes: "En lo interior, mi gratitud se dirige a Dios". ¿Qué ha ocurrido para que en la época secularizada de la hiperconexión y de la cultura post-humana el poeta haya vuelto su mirada hacia Dios? El filósofo Emilio Lledó suele, a través de Aristóteles, incidir en la repuesta: toda persona tiende por naturaleza a interpretar el mundo.

"No son hombres o mujeres de iglesia", apunta Cabanillas de los autores seleccionados

Para dejar constancia de estos diálogos con las bondades de lo infinito, con el más allá más certero, la editorial Rialp acaba de publicar la antología Dios en la poesía actual, edición a cargo de José Julio Cabanillas y Carmelo Guillén Acosta, una amplia selección de poetas que se han acercado a lo religioso o a la trascendencia que impone lo divino.

Como indica Cabanillas en el prólogo del libro, "no son hombres o mujeres de iglesia ni sacristía, ni asociaciones religiosas. Hasta donde yo sé, son poetas que, sin más, han escrito auténticos y hondos poemas religiosos". La antología es incompleta como todas y necesaria como pocas. Por ella desfilan poetas de distintas generaciones y estilos, desde Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) hasta Bárbara Grande (Huelva, 1992), pasando por una amplia nómina de autores que se han acercado sin complejos a los asombros más amplios, al anhelo de una eternidad muy próxima que sepa de nuestras necesidades. En el poema Teología escribe Vicente Gallego: "Y que pueda salvarnos una briza de hierba. / Esta verde de aquí / la que me ama". Recorriendo las páginas de este trabajo el lector siente como propia la confianza del que cree, la tranquilidad del que se abandona a la buena ética del mundo, que siempre está en la gente.

El poeta Pedro Villarejo, que acaba de publicar Puerta de embarque, un libro que nos recuerda que justo lo que le exigimos al cielo es lo que tenemos que ofrecer a los demás, apunta que "a Dios no se le hacen preguntas, sería un atrevimiento fuera de la fe. A Dios se le ama. Y en su misterio navegamos sobre una luz que no duerme". Esa luz "que aún respira y nos respira", añadiría Antonio Colinas. Destello que nos ilumina más allá de lo finito, lejos de lo mundano pero muy atento al presente, preocupado por el otro. Y así estos poemas no buscan demasiadas repuestas sino más bien naufragar en todas las intensidades, gestos que inciden en la inocencia del ser humano, lejos de la religión del consumo salvaje, que nos impone el irremediable infantilismo en que se traduce la percepción de una vida finita.

Eloy Sánchez Rosillo. Eloy Sánchez Rosillo.

Eloy Sánchez Rosillo.

Apunta en un verso Clara Janés que el mal de nuestro siglo es, recordando a Rosa Chacel, "la falta de fe". Y es que la fe impone la espera del que no teme y su ritmo lento del que brota el poema. Estas intensidades siempre se hallan en lo más próximo, en lo más sencillo: "Me parece bastante religión / este sol no muy frío / de primeros de octubre", escribe Jesús Montiel, y desde ahí "ver cómo fluye la gracia entre las cosas", cerraría el propio Rosillo.

Es de agradecer este ejercicio de cobijar mediante poemas muchas de las manifestaciones del amor que la existencia y la escritura nos regalan. Porque Dios es, para muchos, sólo eso, amor: la verdad última de la poesía.

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