Cultura

Erudición y juego

  • 'FRAGMENTOS'. George Steiner. Trad. Laura Emilia Pacheco. Siruela. Madrid, 2016. 88 páginas. 10,90 euros.

Sabemos que el fin último de la filosofía -y el del poeta- es la precisión. No es necesario, sin embargo, que dicha búsqueda se formalice con la solemnidad y el orden de un tratado. Voltaire escogió el diccionario, el artículo, la invectiva, para expresar su pensamiento; Parménides, el poema; Tomás Moro y Lord Verulam, una alegoría del Edén; Montaigne y el obispo Guevara, la carta y el opúsculo; Sade escogió -como Platón- un diálogo trufado de crímenes y obscenidades. Volney y Montesquieu acudirán al libro de viajes. Diógenes se valió, únicamente, de un barril. Este Steiner de Fragmentos acude al pastiche, al ilusorio descubrimiento de un pergamino, hallado en Herculano, para abismarse en unos cuantos temas de crucial importancia para el hombre: el amor, la muerte, la amistad, el mal, la música y los dioses.

¿Por qué se oculta Steiner tras esta burlona mixtificación de un vestigio de la Antigüedad? Uno diría, en principio, que por mostrar la continuidad de la cultura occidental y su insistencia en un reducido número de asuntos. Sin embargo, es probable que su objeto sea, de algún modo, el contrario. Es probable que la intención de estos Fragmentos sea el de mostrar -fragmentariamente- la profundidad, la modulación, el azaroso fluir de unos conceptos que hoy afloran al idioma con su escondida carga milenaria. Esa empresa es la que ocupa, en buena medida, al Foucault de Las palabras y las cosas; ese empeño, de formidable talla, es el que desarrollan Klibanski, Saxl y Panofsky cuando se aventuran en el anguloso concepto de melancolía. Esa misma labor, no tan meticulosa y exhaustiva, es la que parece abordar Steiner en estas páginas, de deslumbrante escritura, y en las que hallamos algo que podríamos llamar su calidez humanística.

En este sentido dijo Ortega, y luego lo repitió Gómez de la Serna, "lo cursi abriga". No obstante, el abrigo que proporciona Steiner es de otra naturaleza. Se trata de la cultura mostrada como juego y de su gravitación sobre el lector con levedad infrecuente. Steiner es, pues, un sabio. Pero un sabio disfrazado de mixtificador que oculta, bajo la fantasía erudita, una verdad desnuda.

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