javier sáez de ibarra

"Escribir es un acto de empatía, es dar voz a quien no la tiene"

  • El narrador aborda desde el humor el sinsentido del mundo laboral

  • "Hay que ir hacia formas económicas más humanas", defiende el escritor

Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) presenta 'Fantasía lumpen', editado por Páginas de Espuma.

Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) presenta 'Fantasía lumpen', editado por Páginas de Espuma. / josé ángel garcía

"Cuando estoy enfermo pienso en un caballo lejano", comienza uno de los cuentos, precisamente llamado El caballo lejano, del nuevo libro de Javier Sáez de Ibarra, Fantasía lumpen. "Un caballo lejano significa que, si me monto en él, de inmediato estoy ya a sesenta kilómetros. Es muy útil un caballo lejano. Las veces que he ido a pedir trabajo o que me han entrevistado para uno que, invariablemente, no me han dado, o si me he puesto a reclamar algo más de dinero por un empleo asqueroso, en esas veces, también he montado al caballo lejano". Tras Mirar al agua, por el que el escritor se hizocon el Premio Ribera del Duero, y Bulevar (Premio Setenil), uno de los mejores cuentistas de la actualidad regresa para observar el mundo laboral con humor, compasión e inventiva.

-En el libro hay un directivo caníbal, un empleado de banca homicida, un anciano que teme que le quedan muchos años para jubilarse. Todo está exagerado para reflejar lo despiadado que puede ser el capitalismo...

-Sí, claro, es intencionado. En vez de recurrir a fórmulas convencionales para contar la realidad, yo prefería usar otros registros. Optar por la ironía, la hipérbole, en cierto modo como una herencia de los espejos deformantes de Valle-Inclán, porque la deformación ayuda a ver las cosas. Se trata de una literatura que no pretende hacer un reportaje ni ceñirse a unos datos concretos, sino utilizar otras estrategias literarias, principalmente la imaginación, para hablar del mundo. Me muevo mejor cuando no tengo que estar pegado a unos hechos concretos. Me siento más cómodo si no tengo que documentarme como lo hacía Galdós, si puedo tirar con la inventiva.

-Sin embargo, en uno de los relatos, por ejemplo, se recoge el escándalo de France-Télécom.

-Sí, yo conocí ese escándalo cuando estaba escribiendo el libro, no me enteré antes. Y todavía me resulta increíble que en un país como Francia, donde se ondea la bandera de los derechos sociales, se pueda someter al trabajador a una explotación tan brutal. En el relato los personajes son ficticios, pero los datos de las muertes y las declaraciones de los empleados fueron tal cual.

-Aquí apuesta abiertamente por el humor para reflejar el sinsentido del mundo laboral. En Coordinación oficinística o algo, el empleado se enfrenta al absurdo más absoluto.

-Es verdad que en mis cuentos no suelo ser muy humorístico, y me apetecía moverme en esa clave. Cuando estaba escribiendo pensaba en Chaplin, que sin menoscabo del drama que viven los personajes te hace reír, y que a mí me parece un artista increíble. En La quimera del oro está hablandohabla de algo tan serio como el hambre, en Tiempos modernos de las servidumbres del trabajo, pero en ambas te provoca carcajadas. Ahí abrió un camino muy interesante.

-Comienza el libro con una frase, "Ya no hay clases sociales", que parece ser una idea extendida y que quizás ha servido para que el trabajador se sienta más solo, más desprotegido.

-Hay otra frase, además, como cita: Nadie pertenece al proletariado, y que creo que es muy provocadora.Independientemente de que el concepto de clase media sea muy ambiguo, vivimos en un tiempo en el que gran parte de los trabajadores europeos corremos el riesgo de volver al proletariado. Si te echan del trabajo, o si tus condiciones laborales empeoran, ya no puedes pagar ese piso que compraste cuando tú y tu pareja ganabais un sueldo mejor... Se ha extendido la acusación de que la gente quería vivir mejor, pero no es sólo eso, es que los bancos daban dinero barato... Hemos vivido en una economía que era una trampa, y nadie tenía la información. El capitalismo básicamente es eso: cuando no te interesa un trabajador, lo echas. Cuando uno cumple 50 años y dos de 25 pueden hacer su trabajo, no interesa. Es una infamia.

-Hay un relato muy revelador, Un emprendimiento, en el que un hombre de firmes ideas izquierdistas acaba explotando al hombre que contrata. ¿El poder corrompe, inevitablemente?

-En eso estoy marcado por Bakunin. Creo que hay personas buenas, pero no se trata tanto de confiar en la integridad de los demás, sino de que funcionen los mecanismos que controlan el poder. Entrando ya en una cuestión económica, pienso que hay que ir hacia otras formas de producción en la que no haya explotados. Hay que buscar formas más humanas. Hay que mirar más allá de lo que tenemos. Nos hemos acostumbrado a que no podemos bañarnos en el río porque la gente tira basura; a que la capa de ozono desaparezca y que nos quememos cuando salgamos a la calle. Pero, ¿por qué hemos de resignarnos?

-Siempre se habla de los actores que se llevan el personaje a casa, pero el trabajador común también vuelve al hogar con las preocupaciones de su empleo. Y eso, como usted analiza en un relato, puede desgastar a la pareja.

-La vida en pareja no depende sólo de la afectividad o de la psicología. Hoy no hay vida que esté alejada de la economía. No es lo mismo volver de tu trabajo a las ocho amargado que regresar a las cinco, no es lo mismo tener dinero para las vacaciones que no contar con él. Ahora la empresa decide la movilidad del trabajador. A un familiar lo destinaban a 300 kilómetros, ¿y cómo se gestiona la convivencia con tu pareja a esa distancia?

-"No puedo escribir de una realidad que no conozco", dice uno de sus personajes. Y, pese a la inventiva, podría decirse que su literatura está muy apegada a la vida.

-Sí, sí. Yo he trabajado en una cooperativa, trabajé por cuenta ajena y saqué una oposición y soy profesor. Eso es lo que conozco del mundo laboral, pero también he conocido otras cosas por mi entorno. Porque uno escribe de lo que vive, pero eso no se ciñe a tu cuerpo, también se trata de ver a otros, de sentir por otros. La literatura es a menudo un ejercicio de empatía, es dar voz a quien no la tiene.

-Usted mostró en la antología El pez volador, que coordinó, una nueva lectura de la obra de Hipólito Navarro, en la que se vislumbraba el dolor que existía tras el humor y el ingenio. Él mismo ha asegurado que esa mirada le abrió un nuevo camino en su trabajo. En su caso, ¿qué elementos subyacentes en su producción podrían marcarle el paso?

-No lo sé... ¿Sabes lo que ocurrió con Poli? En las reseñas de exposiciones se suele analizar la trayectoria de los autores, hablar de las obras anteriores... En literatura, veo que el crítico se detiene poco a ahondar en la producción anterior de ese escritor en sus búsquedas, y se limita a la propuesta actual y ya está. Con Poli, con Ángel Zapata, con Eloy Tizón, yo he intentado dialogar con ellos, con su trabajo. Falta comunicación entre nosotros. No hablo de alabar al otro, sino de mirar lo que hace en profundidad.

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