Las cartas de Stark Munro

Flecha hacia lo oscuro

  • En 'Las cartas de Stark Munro', obra inédita en español, se ofrece, no sólo una biografía encubierta de Conan Doyle, sino un temprano testimonio de los grandes temas que ocuparían buena parte de su obra: la razón, la fe, y los misteriosos modos en que ambas catagorías se rechazan, se confunden y se anudan 

Sir Arthur Conan Doyle. 1859-1930

Sir Arthur Conan Doyle. 1859-1930

Inédita en español, y vertida a nuestro idioma por la acreditada pericia de Victoria León (“Doy en la lengua más hermosa del mundo la obra entera del autor dramático más grande de todo el universo”, escribía Astrana Marín al comienzo de su Shakespeare); inédita, pues, en nuestras letras, y con la curiosidad añadida de ser una suerte de biografía encubierta, Las cartas de Stark Munro son, en primer término, una pieza de gran literatura, obrada por un narrador excepcional, a cuyo oficio llegó tras abandonar su gabinete de oftalmología. Este paso fugaz por la medicina es, precisamente, el que Doyle narra en Las cartas de Stark Munro (1895), oculto, sin embargo, por un doble artificio: el artificio del nombre literario -Stark Munro-, tras el que se vela el joven y atribulado gigante que fue Doyle; y la añagaza del género epistolar, que le permite al autor argüir y contrargüir, sin explicación alguna, usando un corresponsal tan obsequioso como fantasmagórico.

Como digo, Las cartas de Stark Munro narran esta aventura inicial del joven Doyle en compañía de un extravagante socio, apellidado Cullinworth. Este Cullinworth es un gigante colérico y genial, cuya hiperactividad y cuyo carácter arbitrario recuerdan a ciertos episodios del Holmes más agitado y hermético. También sirve este Cullinworth, retratado en su fenomenal locura, para devolvernos una idea de Doyle que nos lo muestra sereno, infortunado y pobre. Por otro parte, el modo mismo en que Doyle construye el personaje de Cullinworth es ya un ejemplo de eficacia literaria; lo cual quiere decir que, de los párrafos dedicados al personaje, el lector emerge con una idea muy precisa, no sólo de este compacto jugador de rugby, sino de la amistad, del amor, del infortunio y, en suma, con una sólida noción de la juventud victoriana de aquellos hombres. En cuanto al corresponsal de Stark Munro, ¿qué podríamos adelantar sobre este misterioso Herbert Swanborough, inductor remoto de unas cartas, emergidas desde la lejanía del Nuevo Mundo? Poniéndonos freudianos, podríamos aventurar que Swanborough es, sencillamente, el nombre con el que Doyle personifica y extravierte su conciencia. Pero esto, en rigor, no le resultará necesario: es la propia estructura epistolar la que habilita a Doyle para preguntarse y responder sobre cualquier asunto.

los temas aquí tratados -la razón y la fe, presentados como contrarios-, son los que harán de la obra de Doyle, y de su personaje Holmes, uno de los más acabados retratos del entresiglo europeo

Sin embargo, es la naturaleza específica de tales asuntos lo que ofrece un interés mayúsculo para el lector de Doyle. Interés por cuanto ofrece una visión ajustada de su pensamiento; en tanto que testimonio cultural de una época; e interés, digamos literario, por cuanto los temas aquí tratados -la razón y la fe, presentados como contrarios-, son los que harán de la obra de Doyle, y de su personaje Holmes, uno de los más acabados retratos del entresiglo europeo. Cuando Doyle firma estas cartas de Stark Munro, hace ya unos años que Sherlock Holmes ha salido a caminar por la bruma londinense. Y ha salido a caminar como un epítome de la razón, envuelto, sin embargo, en el misterio: “¿Qué objetivo persigue este círculo vicioso de sufrimiento, violencia y miedo? -pregunta Holmes a Watson al final de La caja de cartón-. Tiene que existir alguna finalidad, pues de lo contrario significaría que el universo se rige por el azar, lo cual es inconcebible”. Holmes -y Doyle con él- ha arbolado un poderoso arco con los más recios materiales del positivismo. No obstante, su flecha, la flecha de la razón inductiva, apunta hacia una oscuridad sin nombre.

Este carácter metafísico de Holmes es el que le añade ese vértigo incomprensible a su oficio. Ese cerco de oscuridad es el que separa el sentido común de Watson de la habilidad, mediúmnica y atormentada, de su inteligentísimo amigo. Esta misma hermandad de la razón y la fe es la que, más tarde, llevará al propio Conan Doyle por todo el mundo, abanderando la causa del espiritismo. Su amigo Harry Houdini trató de disuadirlo, por innumerables vías, de lo equivocado de su empresa. Sin embargo Doyle -la razón persiguiendo a sus fantasmas- aguardó las voces del más allá como quien espera el advenimiento de una nueva era. Este mismo bracear de la razón y la esperanza, esta misma lógica de lo oscuro, es lo el lector encontrará en las presentes páginas. Aún no se ha cernido el drama sobre su autor. Pero ya tiene las armas con que se allegará al combate.

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