Cuero contra plomo | Crítica

Fútbol y Goma-2

  • El Mundial de España 82 estuvo amenazado por la violencia terrorista.

Naranjito charla con unos amigos.

Naranjito charla con unos amigos. / DS

Aquella España del Mundial 82, la que aún sorbía el cáliz de la Transición, era tal vez el país de Europa más inapropiado para organizar el mayor sínodo del fútbol mundial. Democracia neófita y terrorismo rutinario: al poco de que se inaugurara el Mundial en el Camp Nou, una bala atraviesa el parietal izquierdo del guardia civil José Luis Pernas en Pasajes. El etarra Beloqui es su autor. Casi un mes después, Italia se mide a Alemania en la final, la cual ganará. En las gradas había ultras sangrientos (entre ellos un clásico: Carlo Cicuttini), reflejo de los ‘anni di piombo’ en aquella Italia asolada por las Brigadas Rojas y la violencia de los 'negros' de la ultraderecha. El asesinato de Aldo Moro (aparecido en el maletero de un Renault 4 en mayo de 1978) y la matanza de la estación de Bolonia (agosto de 1980), marcan el mayor pico de violencia. Paolo Rossi fue el héroe y goleador de la Italia campeona. Pero existió otro Paolo Rossi, de idéntico nombre: el estudiante de la Universidad de Roma asesinado en 1966.

El periodista Alberto Ojeda se sirve del Mundial de España para hacer doble autopsia, deportiva y política, a la España vasca de antaño (repleta de jugadores de la Real Sociedad), y a la Italia que, del gris inicial, se consagró en el Bernabéu como campeona del mundo para emoción incontenible de Sandro Pertini. Lograda analogía, pues, entre fútbol y terrorismo, entre la España de ETA (sin olvido del Grapo ni del viejo ‘Felipe’) y la Italia que salía de los ‘anni di piombo’ de las ‘Brigate Rosse’ y de la violencia mostrenca del Estado dentro del Estado.

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