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Gioconda Belli indaga en sus raíces

  • La escritora nicaragüense novela en ‘Las fiebres de la memoria’ (Seix Barral) la historia de su antepasado Charles Choiseul de Praslin, un aristócrata francés acusado de asesinato

Gioconda Belli (Managua, 1948).

Gioconda Belli (Managua, 1948). / Luis Eduardo Noriega / Efe

Un día, cuando ya había cumplido los 18 años y regresaba de un partido de básquet, el padre de Gioconda Belli descubrió por la indiscreción de un amigo el engaño con el que había crecido: el que había tomado hasta entonces por su hermano, Pedro, era en realidad su padre. "Siempre me sorprendió con qué tranquilidad se tomó aquello, esa especie de aceptación tácita que había en él", recuerda su hija. Aquel secreto largamente callado no era, sin embargo, el único hecho asombroso en el árbol genealógico de la escritora: su tatarabuelo, Charles Choiseul de Praslin, había huido de Francia acusado del asesinato de su esposa y, tras fingir su propio entierro y cambiar de identidad, había acabado instalándose en Matagalpa, en Nicaragua. Fascinada por aquel argumento tan rocambolesco, Belli ha acabado indagando en sus orígenes y escribiendo sobre ese aristócrata de la corte de Luis Felipe I de Orleans en Las fiebres de la memoria (Seix Barral), que la autora presentó este martes en Sevilla dentro del ciclo Letras Capitales organizado por el Centro Andaluz de las Letras.

"La historia de mi antepasado era como El conde de Montecristo, pero sin tesoro. Tenía componentes de aventura, de intriga", dice la autora sobre una trama que le parecía oportuna "en este momento de la historia de la humanidad: habla de un inmigrante que tiene que huir y reinventarse, y en el camino se encuentra con todo tipo de migraciones", explica Belli, que se reconoce "fascinada" ante todas las familias alemanas o danesas que se trasladaron y cultivaron el café en Matagalpa, "un pueblo en medio de la niebla donde oías apellidos tan peculiares como Schröder o Dreyffuss y los extranjeros tenían un cementerio propio".

"En esa localidad apartada del mundo, y de las oscuridades de mi pasado, se me dio vivir como si hubiese vuelto a nacer. Fui ciudadano de una geografía todavía sin esculpir, ni ser manoseada por la mano del hombre. Pude regresar al tiempo en que uno es aún moldeable", escribe el personaje protagonista, cuya voz va hilvanando una historia que transcurre también en otros escenarios como la isla de Wight o Nueva York y por el que asoman celebridades como Alfred Tennyson o Julia Margaret Cameron. Belli retrata a Choiseul de Praslin atormentado por el recuerdo -"sí, la memoria es otra fiebre, de ahí el título; él se despierta a menudo entre pesadillas con las que revive el pasado"- pero al que exime del asesinato del que lo acusaban.

"La historia me parecía oportuna en este momento: habla de un inmigrante que tiene que reinventarse”

"En mi investigación encontré pruebas que lo redimían", asegura la escritora. "Y él jamás aceptó que fuera culpable, ni siquiera cuando estaba con los malestares del arsénico y pensaba que se iba a morir, un trance en el que lo habitual es confesar si tienes algo de lo que arrepentirte", opina. "Comprobé además que la amante, Henriette, era bastante extraña, y a mi tesis contribuyeron ciertas cosas que se dijeron en el análisis del crimen, como que había sido cometido por alguien que no tenía mucha fuerza... Llegué a esa deducción, pero en la novela tampoco hago un retrato indulgente de ese hombre. Me interesaba eso de que se convierta es un desplazado, que pierda su poder y con ello también cierta arrogancia que tenía al principio", señala Belli.

Pese a todo, la nicaragüense albergó dudas tras elegir a su familiar como protagonista. "Me dio mucho que pensar, tuve miedo de abordar el tema porque se trataba de una persona sospechosa, y lo rescataba en un tiempo en el que las mujeres somos muy conscientes de la agresividad masculina y sus consecuencias", afirma. Paradójicamente, en la descendencia de este hombre abundarán "las mujeres fuertes, precursoras y forjadoras del fin de la sumisión", escribe Belli. "Ay, sí, mi abuela era extraordinaria. Imagínate tener un hijo fuera del matrimonio en esa época. Gestionaba un hotel en Matagalpa y era un personaje muy querido en el pueblo. Llegó a celebrar los cien años, y a su cumpleaños fue su hijo, que tenía 80...", rememora la autora de La mujer habitada y El país bajo mi piel, antes de volver en su conversación al héroe de su novela. "Indagar en tus raíces te lleva a preguntarte de dónde vienes, quién eres. No sabemos lo que ocurrió con mi protagonista porque, en ese pueblo donde hay tantos extranjeros sepultados, no se conserva una tumba con su nombre".

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