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Home, Sweet Home

  • Alianza recupera la segunda novela de Dashiell Hammett, ‘La maldición de los Dain’, con el famoso agente de la Continental como protagonista

Dashiell Hammett, maestro de la novela negra.

Dashiell Hammett, maestro de la novela negra.

La maldición de los Dain, segunda novela de Dashiell Hammett, recién publicada por Alianza, es el garbanzo negro de la familia. De un lado se alza Cosecha roja (1929) y del otro El halcón maltés (1930), dos obras poderosas cuya sombra devora cuanto hay alrededor. En El tweed y la seda (Comares, 2006), Manuel Valle se refería a La maldición de los Dain como el “único texto fallido de su autor”, y pasaba de puntillas por ella en este magnífico ensayo suyo. Nadie lo discute; esta novela es muy inferior a Cosecha roja, El halcón maltés, La llave de cristal o El hombre delgado, el abrupto canto del cisne de Hammett. Y sin embargo, el lector se reencontrará en sus páginas con ese estilo afilado como una navaja de afeitar en manos de un barbero impaciente genuinamente hammettiano: los diálogos son incisivos, las descripciones precisas, las reflexiones contundentes. Lo dije en otra ocasión y lo repito: Hammett construye sus historias de manera que no te queda más remedio que seguir leyendo. El protagonista de La maldición de los Dain es el agente de la Continental, un tipo de lógica implacable y desencantada: “La gente como tú es la que roba a la vida todo su colorido”, le dice Owen Fitzstephan, un amigo escritor, que tendrá un papel decisivo en la trama.

Todo empieza con la denuncia de un robo de diamantes. Ha ocurrido en casa de Edgar Leggett, quien los había recibido de una joyería para que mejorara el color de las piedras aplicando un tratamiento sobre el cristal de su invención. Obviamente, los diamantes son sólo una excusa para entrar en materia; de hecho, el robo queda resuelto en los primeros capítulos. Hammett se sirve del crimen y la investigación para entrar por la puerta de atrás de los hogares norteamericanos y fisgonear tras el cartel de Home, Sweet Home que cuelga del vestíbulo. La primera imagen de los Leggett es la de una familia sana, de ésas que dan gracias a Dios por los alimentos que van a recibir al sentarse a la mesa. Sin embargo, Míster Leggett se llama en realidad Maurice de Mayenne, nació en Francia, en donde fue acusado del asesinato de su esposa, y estuvo encerrado en la Isla del Diablo. Monsieur Mayenne había huido de esta isla prisión y rehecho su vida en los EE. UU. bajo una identidad falsa y allí le dio alcance Alice Dain, su segunda esposa, hermana de la primera, un escorpión que no dudará en clavarse su propio aguijón cuando se vea rodeada por la policía. (O eso parece). Gabrielle, la hija del matrimonio, es una chica de bajo coeficiente intelectual, toxicómana; un auténtico imán para los problemas. Ella se considera a sí misma una persona maldita y Hammett se empeñará en darle la razón retorciendo la intriga más de lo conveniente.

Hammett construye sus historias de manera que no te queda más remedio que seguir leyendo

Hammett dinamita el hogar de la familia Leggett y de paso los cimientos de la sociedad en que se asienta. La puerta abierta por el presunto robo de los diamantes nos lleva al entorno de una secta, el Templo del Santo Grial, un grupo de sanguijuelas que chupa la sangre y vacía las cuentas corrientes de sus adeptos, y de ahí pasamos a una típica small town de nombre hispano, Quesada, en donde las autoridades locales aprovecharán la investigación de un homicidio para hacer campaña en beneficio propio y quitar de en medio al rival político, una práctica común ayer como hoy. Hammett se equivocó al embarrullar la trama en torno al personaje de Gabrielle Dain (poniendo en evidencia el origen espurio de las diferentes intrigas). Pero la novela aguanta el tipo a golpe de ingenio y gracias a algunos estallidos de lucidez cegadores: el agente de la Continental se enfrenta al albacea de Gabrielle, sospechoso de sucios tejemanejes, y le espeta: “Usted es abogado, y sabe muy bien que la verdad no tiene nada que ver con lo que se dice ante el tribunal… o en la prensa”. Hammett conoce bien el terreno que pisa; en otro momento, el protagonista reconoce: “A los detectives nos gustan las preguntas de las que ya conocemos las respuestas”. Que es la esencia de la novela negra, en definitiva.

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