La extraordinaria difusión del arte de la prudencia en Europa | Crítica

Tiempo, tribulación, mudanza

  • En esta última obra de Marc Fumaroli se destaca, con la inteligencia y la ecuanimidad acostumbradas, el largo y tortuoso influjo de Gracián en las letras europeas

El erudito francés Marc Fumaroli (Marsella, 1932).

El erudito francés Marc Fumaroli (Marsella, 1932). / D. S.

Este ensayo de Marc Fumaroli, el excelente polígrafo francés, guarda una impensada actualidad por diversos motivos, el menor de los cuales acaso sea el propio y dilatado influjo de Gracián en las letras europeas, desde su lejana cuna barroca hasta a las algaradas de mayo del 68, donde Fumaroli lo sitúa por última o penúltima vez, de la mano de Lacan y la Internacional Situacionista. Lo cierto es que Fumaroli pone de manifiesto una obviedad, que el actual debate de la Leyenda Negra y la obstinada beligerancia con que los españoles hoy deploran su historia, convierten, de algún modo, en un hecho novedoso -por ignorado-: el peso de la cultura española en el mundo moderno.

Bastaría aludir a Cervantes y la conocida influencia de su Quijote, para dar por concluida esta querella. También podríamos recordar, en apoyo de estos viejos hechos, la importancia de Calderón y La vida es sueño en el imaginario romántico alemán, o la vasta iconografía suscitada por Don Juan, hijo del XVII católico, tanto como del propio Tirso. Estos ejemplos podrían centuplicarse, como el lector no ignora. Y es, precisamente, entre estos ejemplos, donde Fumaroli ha encontrado un hilo de la cultura occidental desde el que parten o se anudan otras líneas caudales del XVI y el XVII europeo. Este hilo es el Oráculo manual de Baltasar Gracian; y en concreto, su traducción al francés, obra de Amelot, y que llevaría por título L'Homme de Cour.

Como es lógico, Fumaroli relaciona de inmediato este manual con dos fuerzas determinantes que gravitan sobre aquella hora: la Protesta y el Estado Absoluto que encarnará Luis XIV. Con la Protesta, porque la cuestión de la libertad, del libre albedrío, es una cuestión mayor, estrechamente relacionada con este Oráculo, que se ofrece como una suerte de portulano para el hombre afligido y trémulo del Barroco. Con el Estado, porque este Oráculo es, en cierto modo, un manual piadoso en el que se da ya por sabida, por inamovible, esa realidad hercúlea y amoral de la Razón de Estado. De fondo se halla, con igual o superior importancia, la cuestión del Humanismo (Maquiavelo, Bodin, Montaigne); así como su posterior debate, su querelle, con los modernos: esto es, con aquellos que, con Bacon, se saben ya superiores a los Antiguos. Pero también una cuestión en la que Fumaroli no se detiene.

El Barroco consiste, hasta cierto punto, en dudar de todo lo que en el Renacimiento era firme y claro

Al distinguir entre humanismo y antihumanismo católico (señalando, de paso, el debate sobre la libertad y la gracia que incendió Europa), Fumaroli se pasa sin indicar algo que ya había destacado Huizinga, pero que orilla la historiografía común: la Reforma nace como un movimiento de naturaleza adánica, como una reacción antihumanista; cosa con la que el propio Erasmo parece estar de acuerdo, siquiera momentáneamente, cuando se queja de la paganidad que inunda Roma.

Estos son los modelos paganos (Tito Livio, Polibio, Tucídides, etéctera) que encontrará el XVI para su Política y para su Historia. Y sobre esos modelos escribirán Maquiavelo y Bodin y Guicciardini. Sin embargo, las guerras de religión y los intereses de Estado del XVII (unos estados mucho mayores que los que conoció Maquiavelo bajo los Medicis), revelarán a ojos de su siglo una realidad más vasta y confusa. A lo cual se añade otra realidad que el XVII conocerá en toda su estatura: el nacimiento de la metrópoli.

De todo lo cual, según nos recuerda Fumaroli, parece resultar una sociedad cortesana y una intimidad senequista, como se infiere sin dificultad del Oráculo de Gracián y que el lector ya conoce por los sonetos de Quevedo. Pero antes se ha dado un fenómeno de perplejidad, de extrañamiento, de sospecha universal, que adoptará el nombre Barroco, y que consiste en dudar, hasta cierto punto, de todo lo que en el Renacimiento era firme y claro. El archibarroco Calderón lo ha expresado con solemne desapego: la vida es sueño. E Ignacio de Loyola resumirá su vertiente práctica. En tiempos de turbación, no hacer mudanza. El alcance de esa máxima, y sus orígenes, y su tentacular e inesperada historia; el modo en que la modernidad, a través de Gracián, arbitró unas discretas normas de decoro moral, al margen del poder, es lo que Fumaroli recoge aquí con su ponderada y fina inteligencia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios