El talón de hierro | Crítica

Memoria del Apocalipsis

  • Cátedra publica la que acaso sea la primera obra 'distópica' del siglo XX, El talón de hierro de Jack London, cuyas simpatías socialistas le facultaron para penetrar la naturaleza conflictiva, prometeica, de la Utopía

Imagen del escritor norteamericano Jack London (1876-1916)

Imagen del escritor norteamericano Jack London (1876-1916)

Dos rasgos distintivos prestigian esta novela de London como temprana obra distópica: uno primero es su carácter retrospectivo, narrado desde un futuro en el que las revoluciones son ya una vaga y sangrienta erisipela, ocurridas varios siglos atrás. Un segundo rasgo, también de naturaleza histórica, es que London publicará El talón de hierro en 1908, nueve años antes de la revolución bolchevique y a ocho de su propia muerte. Es decir, que la lucha de clases que aquí se recoge, y con la que había simpatizado London en su juventud, era ya una ominosa realidad, hija de la explotación, que pronto incendiaría el mundo.

London, igual que sus compañeros de prospección utópica/distópica, tienen ya como materia inmediata y campo de lucha la totalidad del Estado

Por otro lado, la traslación de la novela a un futuro lejanísimo e incierto, donde se descubre un antiguo manuscrito, no es sólo por influjo de Wells, sino del mismo pensamiento utópico que desplazaba, a la manera laica, el Paraíso y el Apocalipsis hacia el final de los tiempos. Hay otra distinción, que vincula irremediablemente a London con Zamiatin y los utopistas inversos de la entreguerra y el medio siglo: Huxley, Orwell, Bradbury, Rand. Me refiero a que London, igual que sus compañeros de prospección utópica/distópica, tienen ya como materia inmediata y campo de lucha la totalidad del Estado. Para el utopista del Renacimiento, sin embargo, este Estado será la Ciudad-Estado de Moro, Campanella y Bacon. Incluso en las sangrientas utopías de matiz religioso que se dieron en el XVI, como la proclamada en Münster en 1534 (y que vino con el terror anabaptista de Johann Bockelson, antiguo sastre en Leyden), nos encontraremos con una realidad amurallada, compacta y domeñable.

La titánica lucha de la clase obrera que fabula, con extremo realismo, London, tiene ya al Estado, a su conquista, a su derrución, a una inconcreta mezcla de ambos fines, como ideal preferente. Sobra decir, por otra parte, que London es un escritor diestro y solvente que conoce bien el “abismo” que aquí se enuncia, con la distante mirada de los siglos futuros. Con todo, lo más interesante acaso sea la distancia del utopista London respecto de sus propias y fallidas utopías.

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