No hay apocalipsis | Crítica

Política y adanismo

  • En 'No hay apocalipsis', el activista estadounidense Michael Shellenberger aborda un análisis minucioso, audaz y en absoluto complaciente de las políticas ecológicas, y del propio ecologismo, en las últimas décadas

El periodista y activista ecológico norteamericano Michael Shllenberger

El periodista y activista ecológico norteamericano Michael Shllenberger

En este libro de Shellenberger se aborda la cuestión ecológica desde una doble e inusual perspectiva, que incluye tanto la huella industrial del hombre, del XVIII a nuestros días, como los efectos que las políticas “ecológicas”, auspiciadas por el Banco Mundial y la ONU, tienen en vastas zonas subdesarrolladas de América, África y Asia. El resultado del primer considerando, según Shellenberger, es que la evidencia del cambio climático ha propiciado en Europa y EE. UU. una considerable reducción de las emisiones de carbono, así como una recuperación de las zonas boscosas, derivadas, tanto de la mayor eficiencia energética del gas natural y la energía atómica, como de la alta productividad de los cultivos. Sin embargo, el resultado de las políticas ecológicas aplicadas en países en vías de desarrollo es el contrario. La promoción de energías renovables y formas de cultivo tradicionales se ha traducido en una perpetuación de la pobreza y un mayor efecto adverso sobre el paisaje, la población y el clima, fruto de la mayor necesidad de recursos para alcanzar un mismo fin; vale decir, fruto de la escasa productividad de tales procedimientos y energías.

El análisis de Shellenberger se centra en los efectos de las políticas 'ecológicas' en los países subdesarrollados

Aclaremos que Shellenberger en un veterano activista ecológico, con largos años de colaboración periodística en medios como el The New York Times y The Washington Post. Lo cual lo sitúa dentro de la lucha contra el cambio climático, pero fuera del catastrofismo, de raíz religiosa según Shellenberger, que embarga a la joven Greta Thumberg y a quienes hoy claman contra un Apocalipsis que, según se desprende de los datos oficiales aquí ofrecidos, no parece que vaya a llegar en breve. Aclaremos, de igual modo, que el análisis de Shellenberger no contempla las consideraciones paleoclimáticas, ajenas a la actividad del hombre, que Brian Fagan popularizó hace dos décadas con el título de la La Pequeña Edad de Hielo. Consideraciones que luego el historiador Geoffrey Parker aplicaría al siglo XVII, al que no dudó en llamar El siglo maldito, dada su adversa virazón climática. El análisis de Shellenberger se ciñe, pues, a la desigual ejecutoria del ecologismo en la segunda mitad del XX y primeros del XXI. Y en mayor grado, a las perniciosas consecuencias, económicas y humanas, que para los países subdesarrollados tienen las energías y cultivos “sostenibles”, cuya ineficacia y falta de rendimiento obliga a un mayor uso y explotación del paisaje que se pretendía proteger. Este es el sólido argumento que aduce Shellenberger, no sólo en favor de la construcción de presas en Africa, hoy paralizadas por su impacto ecológico, sino en cultivos de alta producción que liberen grandes extensiones de terreno para su recuperación boscosa, tanto en África como en la Amazoia. Ese es el motivo, también, de la razonada defensa de la energía nuclear que aquí se emprende.

Según recuerda Shellenberger en estas páginas, la energía nuclear es la energía más limpia, segura, barata y eficaz de la que se dispone. En este sentido, Shellenberger aduce que la paulatina sustitución de la energía nuclear por combustibles fósiles, no ha hecho sino encarecer la energía e incrementar los daños infligidos por la contaminación, ya de por sí mucho mayores que los que podría causar la energía nuclear. De esta repercusión en los ecosistemas, dice Shellenberger, tampoco quedan libres dos energías poco productivas, y sujetas al albur del clima, como la energía eólica y la energía solar. La energía eólica, por cuanto las aspas de los molinos dañan las especies volátiles autóctonas; la energía solar, por la alta contaminación que se deduce de sus placas, una vez obsoletas. Y ambas, porque al cabo necesitan el apoyo de otros combustibles. Todo lo cual se traduciría, en las regiones pobres, en una perpetuación de la pobreza y un uso abusivo de combustibles dañinos e ineficaces.

Shellenberger llama “neocolonialismo” a esta aplicación de políticas ecológicas escasamente productivas en países en vías de desarrollo. A juicio del activista, son unas políticas que ningún país desarrollado admitiría, pero que los organismos internacionales aplican allí donde la necesidad de desarrollo es más acuciante, y cuyo resultado es perjudicial para la población y el ecosistema. Quiere decirse, pues, que a pesar de la lógica controversia que un tema así suscita, este No hay apocalipsis de Shellenberger es una esperanzada vindicación del progreso y la ciencia, y un razonable alegato contra el trémulo adanismo y los intereses espurios.

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