'Poesías' de Rafael Porlán | Crítica

Aquel poeta llamado Rafael Porlán

  • La Universidad de Jaén recupera en una edición facsímil la primera antología que apareció tras el fallecimiento del escritor del grupo 'Mediodía', en la que se incluyeron importantes inéditos     

Rafael Porlán -con gafas-, con Romero Murube y Núñez de Herrera, y sentados, Collantes, Sierra y Pablo Sebastián.

Rafael Porlán -con gafas-, con Romero Murube y Núñez de Herrera, y sentados, Collantes, Sierra y Pablo Sebastián.

Rafael Porlán, mitad oficinista, mitad desbordante, fue un poeta que se acechaba a sí mismo. Tenía el ánimo popular y el verso hecho a ratos de vanguardia. Militó en la revista literaria Mediodía, esa franquicia sevillana de la Generación del 27 en la que llegó a ejercer de secretario. Hay en su obra, tan breve en la superficie, una hondura mayor que el olvido que le tocó en suerte.

"Porlán es el poeta capaz de milagros como el de esta definición irrefutable, condensación suprema de la poesía: La fuente es, al fin, la pura / consagración del sonido", llegó a reconocer Gerardo Diego, quien no lo incluyó, sin embargo, en la antología que fijó en 1932 la alineación definitiva del grupo.

Ahora, los versos de Porlán (1899-1945) ganan actualidad con la recuperación, en una edición facsímil, del volumen que le dedicó la colección Al verde olivo, dirigida por Sebastián Bautista de la Torre, al poco de fallecer a causa de la tuberculosis.

El libro, rescatado por la Universidad de Jaén, reúne en una primera sección una recopilación de sus Romances y Canciones –el único poemario que publicó en vida, a comienzos de septiembre de 1936, si bien no llegó a circular hasta el final de la Guerra Civil- y una segunda, titulada Nuevas poesías, que daba a conocer entonces las dos obras inéditas del poeta: Sonetos y Ejercicios para manos pequeñas.    

"Su tradición poética es la propia de su tiempo: la modernidad simbolista y la tradición hermética e intelectual que va de Baudelaire a Mallarmé y a Valéry, pasando por Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna, hasta desembocar en un intento de conciliar tradición y vanguardia, poesía culta y neopopularista, clasicismo y modernidad, poesía pura e impulsos surrealistas", valora el profesor Rafael Alarcón Sierra, quien le calza el estudio introductorio a esta reedición de las Poesías de Rafael Porlán publicadas hace ahora setenta años, en 1948. Al igual que entonces, el volumen se cierra con una corona poética a modo de homenaje que lleva por título El verso amigo en la última esquina.

En opinión de Alarcón Sierra, Romances y canciones es "una excelente síntesis de la poesía de los años veinte y treinta" y, en este sentido, "combina vanguardismo, surrealismo controlado y neopopularismo". "La sugerencia, el misterio, el lenguaje denso y una actitud de rechazo de la realidad por insuficiente caracterizan el volumen", añade.

Por su parte, Sonetos da cuenta de "su vuelta al orden endecasílabo, que se inicia en los años treinta y que se adelanta al garcilasismo posterior", mientras que Ejercicios... "teje con el arte menor un andalucismo estilizado y neopopular que late en temas y formas sin dejar por ello de elaborar novedosas imágenes irracionales".

Por tanto, en estas Poesías recogidas en el número inaugural de la colección Al verde olivo están algunas de las cumbres líricas del autor, cuya vida y obra literaria ha sido en los últimos años bien escudriñada en los trabajos de Manuel Urbano, José María Barrera, Juan Lamillar y José Cenizo, entre otros.

En todas estas aproximaciones, Rafael Porlán sobresale como un hombre de amplia cultura –dominaba varios idiomas-, dotado de un fino sentido del humor y de la amistad, cuya escritura amplificó cauces no sólo en la poesía, sino también en la narrativa, el ensayo, la traducción, el teatro e, incluso, el guion cinematográfico (El arpa y el bebé, 1929).

Y todo gracias a ese motor en marcha que supuso para él la revista Mediodía, tal como reconoció en un texto titulado Autobiografía: "Me importa declarar que mi pertenencia al grupo Mediodía significa mi durable orientación espiritual, el encauzamiento de mi autodidáctica que caminaba a tientas por la más salvaje manigua, el aprendizaje de muchas fértiles noblezas y, sobre todo, una juvenil confianza en mí mismo que me llevó a tomar la pluma con más decisión y alegría de las que hasta entonces me animaran". Al margen de su labor en los cargos directivos de la publicación, el poeta se convertiría en el más asiduo de sus colaboradores.     

En esta aventura por las vanguardias de Rafael Porlán –natural de Córdoba, pero residente en Sevilla entre 1912 y 1933, años ciertamente fundamentales- destaca el libro de  aforismos Pirrón en Tarfía, que apareció en 1927 en la colección vinculada a Mediodía. En estas páginas, el poeta perpetra un ingenioso prólogo donde convierte un trozo de tierra de Lebrija, próximo al Guadalquivir, en una isla fenicia.

Junto a Manuel Halcón y Fernando Villalón, Porlán recorre su geografía y enumera su fauna antes de dar paso a los juegos de palabras y los golpes de ingenio: "La gloria de los hombres debe medirse por los medios de que se ha servido para conseguirla", anota.   

Sobre esa voluntad de renovación que siempre impulsó su escritura, Julio Porlán (1915-2007), quien dedicó buena parte de su vida a divulgar la obra de su hermano, recordaría que "en el ambiente hogareño no gustaban los trabajos literarios de mi hermano, que eran considerados raros e ininteligibles; se estimaba que estaba desperdiciando su talento al no expresarse de forma más tradicional".

"La cuestión era que en aquel momento no se podía apreciar que su modo de escribir era lo que precisamente habría de darle prestigio en el futuro",  concluye el pequeño de los Porlán en un epílogo a una selección de narraciones y piezas teatrales inéditas que vio la luz en 1997.

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