De libros

Soflama del ermitaño

  • El 'oficial' y favorito de los autores del 98 retrató en este libro la España de su tiempo en un refinado pastiche de inteligencia aguda y sarcástica.

NOTICIAS BIOGRÁFICAS ACERCA DEL EXCMO. SR. MARQUÉS DEL MANTILLO. Silverio Lanza. El Paseo Editorial. Sevilla, 2016. 168 páginas. 18 euros.

Silverio Lanza, pseudónimo de Juan Bautista Amorós y Vázquez de Figueroa, fue un escritor marginal, reputado de raro, que alcanzó dicha condición en este tramo último del XIX que va de la Restauración borbónica a la España del 98. Ya en sus días, Lanza se jactará, suponemos que con amargura, del nulo eco de sus escritos; no obstante lo cual, recabaría la admiración, cuando no el estupor, de aquella generación de escritores (Azorín, Baroja, Machado, un joven Gómez de la Serna...), que encontró en la decadencia española un motivo principal de sus escritos. Doblado el XX, sin embargo, será Cela, heredero a su vez de la literatura noventayochista, quien le dedique un número de sus Papeles de Sons Armadans, reivindicando la extrañeza y el mérito de una obra cuya particularidad más evidente es la notable celeridad con que el autor arroja sus vituperios, que surgen entre la humorada, el epigrama y el sarcasmo.

Todas estas cualidades, en absoluto fáciles, y que son muestra de una inteligencia rauda, sintética, angulosa, son las que Lanza exhibe en este refinado pastiche, Noticias biográficas acerca del Excmo. Sr. Marqués del Mantillo, cuya naturaleza híbrida, que tributa por igual a la ficción, el documento y la farsa, viene explicada en el minucioso estudio introductorio que acompaña a la obra. Ahí, David González Romero señala ese juego ilusorio donde la confesión es fruto del artificio literario, y donde la literatura es el atajo, la fórmula humorística, de una obra con vocación de documento de época. En este sentido, cabría decir que Lanza acude a los cauces que utilizaron tanto el XVIII como el XIX para otorgarle mayor veracidad (a veces será una verdad documental, pretendidamente objetiva; a veces, una verdad más personal y acomodaticia) a cuanto salió de sus imprentas. Me refiero al género epistolar, a las grandes biografías y a las memorias que alcanzaron su esplendor en aquella hora. Pero también a los telegramas, a las noticias, a las transcripciones y grabaciones de voz que utilizará la novela del XIX para darle un tono neutro, periodístico si cabe, para otorgarle la categoría de hecho fehaciente, a sus relatos.

En ese campo, tan ambiguo y tan fértil, es donde Silverio Lanza abre y expone estas noticias biográficas. Unas noticias que no van encaminadas tanto a inventariar una personalidad ficticia como a retratar, cáusticamente, una categoría social: la del político. En este sentido, podríamos decir, sin equivocarnos demasiado, que el modelo último que subyace a estas páginas son las memorias de Talleyrand, príncipe de lo mismo. También las memorias de Chateaubriand, pero por distinto motivo. En Talleyrand, es la astucia, la ductilidad política llevada a su extremo, lo que se expone al juicio del lector. Y es fácil comprobar que el marqués del Mantillo es un Talleyrand iletrado y verboso cuyo único fin, no siempre democrático, es la consecución del poder. En Chateaubriand, sin embargo, es una suprema melancolía lo que destilan sus páginas. De modo que cuando Lanza habla de "la desgracia de nacer" no hace sino citar incompletamente al vizconde: "Después de la desgracia de nacer, no conozco otra mayor que la de dar vida a un hijo".

Sea como fuere, en Silverio Lanza lo que prima es el hartazgo, la desilusión política. Tanto Azorín como Gómez de la Serna lo relacionan, oportunamente, con la escritura de Larra. Pero lo que en Larra fue un reformismo incisivo, valiente, trágicamente inconcluso, en Lanza no es sino el abandono de ese ánimo reformista y de cualquier vinculación política. Lanza, y con él el marqués del Mantillo, contempla la deriva española desde una acracia conservadora que ya no cree -que ya no puede creer- en el liberalismo, en el anarquismo, en el socialismo, ni en cualquier otro ismo que se postule como solución a los problemas de España. Con lo cual la figura que emerge de estas páginas es la figura, abrumadora y hábil, del demagogo. Pero un demagogo cuya demagogia es fruto del conocimiento de los diversos ideales -no de su ignorancia-, y de su radical desconfianza hacia ellos. Probablemente, la prosa inteligente, nervuda, conceptista, altamente politizada, de Lanza, fuera tanto la causa de su fracaso literario como de la admiración que suscitó en los escritores del 98. Y es esta fatigada insistencia en el azar político español el que lo trae de nuevo, burlesco anacoreta de otro siglo, a una actualidad que tiene algo de inactual, de arcano, de inesperado rodal valleinclanesco.

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