El expolio nazi | Crítica

Traficantes de obras de arte

  • Un certero análisis de la tupida trama con la que los nazis desposeyeron de sus bienes a cuantos señalaron como enemigos o subordinados del Reich

Depósito de obras de arte expoliadas por los nazis en la mina de sal de Altausse, situada a 80 kilómetros al sureste de Salzburgo.

Depósito de obras de arte expoliadas por los nazis en la mina de sal de Altausse, situada a 80 kilómetros al sureste de Salzburgo.

75 años después de la rendición de Alemania en la Segunda Guerra Mundial (8 de mayo de 1945) la prensa sigue publicando noticias de pleitos entablados por víctimas y herederos contra estados y museos de todo el mundo para recuperar sus bienes expoliados. En el caso español, es conocido el litigio abierto contra el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid por la propiedad del óleo Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, de Camille Pissarro, reclamado por los herederos de Lilly Casiesrer-Neubauer, la alemana de origen judío que, antes de exiliarse a Londres en 1939, se vio obligada a malvender el óleo en Múnich a un galerista sin escrúpulos por la ridícula cantidad de 900 marcos.

Muchos han sido los gobiernos que han optado por mirar hacia otro lado en estos 75 años. De poco ha servido que las pautas de cómo actuar quedaran fijadas relativamente pronto -aunque tarde para los millares de personas que ya habían sido desposeídas de sus tesoros- en la Declaración de las Naciones Unidas de enero de 1943 rubricada por los representantes de 26 países. Posición que se vio reforzada con los acuerdos de Bretton Woods, de julio de 1944, a los que se sumaron gobiernos de países neutrales como España (Franco lo firma in extremis, sólo tres días antes del armisticio alemán), por los que se tomaban medidas como "el boqueo y posterior devolución a los aliados de cualquier propiedad procedente de los países del Eje".

A día de hoy sigue habiendo muchas incógnitas sobre el paradero de las obras de arte expoliadas por los nazis. Tampoco se conocen bien los mecanismos depredadores del Tercer Reich, ni las redes de contrabando tejidas por los múltiples agentes que intervinieron en el mayor saqueo de obras de arte de la historia. A desentrañar este último aspecto se dedica con brillantez el volumen El expolio nazi del catedrático de Historia de la UNED, Miguel Martorell. Autor de Duelo a muerte en Sevilla. Una historia española del novecientos (Ediciones del Viento, A Coruña, 2016), la increíble historia del último duelista español, el marqués de Pickmann, Martorell es un historiador con un gran manejo de la bibliografía especializada y los archivos internacionales, además de un narrador inteligente capaz de desplegar sus artes para que siempre queramos saber más.

Portada del libro editado por Galaxia Gutenberg. Portada del libro editado por Galaxia Gutenberg.

Portada del libro editado por Galaxia Gutenberg.

Siguiendo el rastro de un esquivo financiero y tratante de arte, el alemán Alois Miedl, y de 22 cuadros retenidos en el puerto franco de Bilbao, Martorell expone en este libro la tupida trama con la que los nazis desposeyeron de sus obras de arte y bienes muebles a todos aquellos que señalaron como enemigos o subordinados del Reich: judíos, gitanos, masones, bolcheviques, eslavos… En todos los territorios que cayeron bajo su dominio, requisaron o compraron, masivamente y a precios muy bajos, óleos y piezas arqueológicas. Para hacernos una idea de la magnitud del expolio, Martorell cifra en 150.000 los objetos artísticos que llegaron a Alemania únicamente desde Francia, Holanda y Bélgica -países en los que no se llevó a cabo la requisa sistemática de las colecciones de los museos, pero sí de particulares-, mientras rechaza dar datos de los que integraron el botín que se obtuvo de los países de Europa del Este, donde "no hay ni siquiera números aproximados".

Martorell cifra en 150.000 los objetos artísticos que llegaron a Alemania únicamente desde Francia, Holanda y Bélgica

Tras expurgar las obras de "arte degenerado" de los museos alemanes y sacarlas a subasta pública por precios muy bajos, Adolf Hitler y su segundo, el mariscal Hermann Goering, llevaron a cabo una auténtica lucha entre ellos por hacerse con una inmensa colección de obras de arte: Hitler, para crear un gran museo en Linz, llamado a convertirse en el mayor de Europa, y Goering, para engrosar su pinacoteca particular. Este incontenible afán les llevó a poner en nómina a una larga lista de especialistas que recorrieron los territorios del Reich en pos de óleos de viejos maestros, pero también, en una nueva vuelta de tuerca a su cinismo, de los representantes de las vanguardias.

El hallazgo del expediente de Miedl evidencia la colaboración del régimen de Franco en esta trama

Conscientes de estas prácticas predatorias, los aliados -sobre todo EEUU y Reino Unido- no dudaron en poner en marcha varios equipos compuestos por más de 350 especialistas en arte -los conocidos Monuments men y la Unidad de Investigación para el Arte Robado, entre otros- con objeto de revertir la situación. De este modo, "nunca antes una guerra movilizó a tantos especialistas en el mundo del arte".

Dos de estos especialistas, uno de cada bando: el teniente estadounidense Theodore Rouseeau, y el banquero y, marchante de Goering, Alois Miedl, se entrevistaron en varias ocasiones en San Sebastián y Madrid, las ciudades en las que se había refugiado este último en el ocaso del Reich. Escurridizo y bastante hábil, casado con una mujer judía a la que amaba, Miedl ocultó y dio información a los aliados tratando así de recuperar sus cuadros varados en Bilbao y evitar ser expulsado de España. El hallazgo de su expediente ha servido a Martorell para pintar este completo cuadro del expolio nazi, evidenciando la colaboración del régimen de Franco en esta trama.

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