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Variaciones sentimentales

  • Hiromi Kawakami, una de las escritoras japonesas más leídas, reúne una serie de relatos sobre corazones anhelantes y soledades urbanas.

La escritora japonesa Hiromi Kawakami (Tokio, 1958).

La escritora japonesa Hiromi Kawakami (Tokio, 1958).

Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) pasa por ser una de las escritoras japonesas más leídas. Avalan su trayectoria literaria, que comenzó en 1994, un puñado de prestigiosos premios entre los que se encuentra el Tanizaki que obtuvo por El cielo es azul, la tierra blanca (Acantilado, 2009). Su prosa, de una ligereza casi minimalista, ha cautivado a un tipo de lector que conecta con una manera muy concreta de entender la cultura japonesa, y en especial la literatura de aquel país: la que la identifica con una sensibilidad etérea, delicada, sugerente y cargada de emotividad contenida.

Kawakami responde bien a este modelo y lo encaja en el desarrollo de historias que suelen tener como denominador común la ajetreada vida en las urbes japonesas, la dificultad para relacionarse con los demás de un ejército de trabajadores incansables que, en cierto modo, continúan, como en el pasado, supeditados a las más estrictas normas sociales, así como la imposibilidad del amor sincero y desprovisto de prejuicios en un mundo de rigurosas convenciones.

En Amores imperfectos, como en otras de sus historias, Kawakami da total protagonismo a los personajes femeninos. En esta colección de breves y sugerentes relatos, nos encontramos ante un catálogo de historias de amor no consumado. La mayoría de los cuentos incluidos en el volumen son meras variaciones de un mismo tema recurrente: la imposibilidad de amar plenamente. La soledad, los deseos no satisfechos, la incapacidad de expresar las emociones, el rechazo y la renuncia están presentes en la mayoría de estos relatos. Nos presenta la autora un panorama sentimental desolador porque la mayoría de los personajes que comparecen en las páginas de este libro son incapaces de desarrollar relaciones sinceras con los demás. El final abierto de todos ellos no nos sugiere más que una continuidad en ese estado de cosas.

No dejan de tener encanto, sin embargo, estas protagonistas que esconden sus más ardientes emociones hacia compañeros de trabajo, amigas de colegio o jefes casados que se cansan pronto de ellas. No obstante, las enamoradas lo están sólo a medias, las amistades guardan cierto halo de crueldad, las relaciones laborales son estrictamente formales o apenas se extienden al ámbito de lo privado. Los encuentros sexuales, eso sí, parecen ser plenamente satisfactorios pase lo que pase.

Amores imperfectos es un libro fácil de leer. La estructura de todos los relatos es casi idéntica: el lector se asoma brevemente a la vida de una mujer joven contrariada por la incapacidad para lograr o mantener una relación amorosa. Los escenarios, también repetidos -la gran ciudad, pequeños apartamentos en los que la soledad es huésped permanente, bares en los que apenas se comparte algo más que una copa o una taza de café y en los que suena música de moda-, nos recuerdan tímidamente a los del maestro Murakami. El lector avanza a través de un puñado de historias que, salvo excepciones, apenas difieren más que en lo meramente anecdótico.

Las notables excepciones la constituyen relatos como Calcetines de colores, en el que se intuye una historia interesante sobre un escritor muy peculiar. También otros como Peregrinos, una de las pocas historias de amor que apuntan alto dentro del libro y que tiene como protagonista a una viuda reciente que se encapricha de un joven estudiante. A destacar también Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos, en el que la aparición de una cesta habladora nos remite a esos cuentos tradicionales de fantasmas en los que los objetos cobran vida para burlarse de los incautos o advertirles sobre el futuro.

El lector en busca de la esencia japonesa encontrará en Amores imperfectos no pocas referencias a la cultura del país del sol naciente, aunque sea de pasada: a sus fiestas, como el Obon (para honrar los espíritus) o Tanabata (en la que se escriben deseos en tiras de colores que se cuelgan de las ramas del bambú); a platos de la gastronomía nipona no tan conocidos en Occidente, a las costumbres cotidianas o a la especial fisonomía de los hogares japoneses.

La traducción del japonés de Marina Bornas Montaña, que no es la primera vez que se enfrenta a un texto de Kawakami, es fresca y efectiva, centrada en facilitarle el trabajo al lector español. Se echa de menos, sin embargo, algunas necesarias notas que añadan información sobre algunos términos intraducibles que hacen referencia precisamente a esas peculiaridades de la cultura japonesa que antes señalábamos. Su ausencia no impide la compresión del texto, pero su presencia lo hubiese enriquecido sin duda.

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