'OBRA COMPLETA' DE CHAVES NOGALES | ESPECIAL

El ansia de paz

  • Subtitulado 'Mientras desfilan los excombatientes y los mutilados de guerra', este texto hasta ahora inédito que recoge la 'Obra completa' apareció en 'El Liberal' de Madrid el 4 de diciembre de 1929  

Desfile con combatientes mutilados celebrado en París tras el final de la Primera Guerra Mundial.

Desfile con combatientes mutilados celebrado en París tras el final de la Primera Guerra Mundial.

A paso ligero los excombatientes han tardado más de hora y media en desfilar, formados en columna de honor, ante la tumba del soldado desconocido, este símbolo que cualquiera de ellos pudo haber encarnado. Se rendía así homenaje a la memoria de Clemenceau, el gran muerto escamoteado a la pompa de los funerales oficiales.

Entre dos filas de soldaditos jóvenes y bizarros, que presentaban armas correctamente, los viejos poilus, encerrados en sus gabardinas y sus abrigos burgueses y cubiertos con sus hongos y sus flexibles estrictamente civiles, han pasado, aprisa y con aire desgarbado, sin saber marcar el paso, rota la uniformidad militar de sus filas por el ritmo sincopado de sus piernas de palo. Sorprende gratamente que estas legiones que ganaron la guerra no tengan ningún aire militar. Solo los excombatientes que se agrupan al desfilar bajo las banderas de L'Action Française conservan profesionalmente el aire belicoso, mueven los brazos a compás y taconean bizarros. Los demás, el buen pueblo que por la fuerza de las circunstancias se vistió el uniforme y ganó la guerra, pasa con un aire sencillo de gente que ha hecho su trabajo. Viéndolos desfilar se deshace el temor de que esta gran parada de excombatientes sea –como han insinuado algunos periódicos de la izquierda– más bien que un homenaje al "padre de la victoria", un acto de afirmación nacionalista y de fe en el militarismo. No; no hay que temerlo. El espectáculo que da a los jóvenes esta generación que hizo la guerra, estos hombres de treinta y cinco a cincuenta años, con sus miembros amputados y sus rostros trabajados por el sufrimiento, no es un espectáculo a propósito para encender los fervores guerreros.

Soldados heridos en la Primera Guerra Mundial. Soldados heridos en la Primera Guerra Mundial.

Soldados heridos en la Primera Guerra Mundial.

Esta mañana yo he sentido más netamente que nunca el horror a la guerra y el odio a su barbarie al ver pasar a la cabeza del cortejo aquel pelotón vacilante de los ciegos de la campaña, que se apretaban unos contra otros y se daban las manos para avanzar formando un bloque por la amplia calzada de los Campos Elíseos, flamantes de banderas que ellos no podían ver. Ninguna propaganda antimilitarista tendrá nunca la eficacia que aquella horrible procesión de los grandes mutilados hundidos en sus cochecitos.

No importa que entre los humildes trabajadores de la victoria vayan los militantes de L'Action Française, ni que los muchachitos de la juventud patriótica voceen estentóreamente sus periodiquitos de combate, en los que insultan a Briand y claman contra el internacionalismo. La Humanidad camina lentamente; la experiencia se pierde al pasar de una generación a otra, y estos muchachitos ¡son tan jóvenes, tan fogosos! Pero no importa. Ha habido un momento en el que la manifestación se ha detenido súbitamente y todo ha quedado suspenso. Ha sonado el cañonazo que marca el minuto de silencio, y los millares de seres congregados alrededor del Arco de la Estrella, inmóviles y silenciosos, se han encontrado de improviso a solas con su pensamiento. Si hubiese sido posible saber lo que en ese minuto de silencio ante la tumba del soldado desconocido pensaban los millares de almas allí reunidas para rendir homenaje al vencedor; si hubiese sido posible penetrar durante ese minuto de reposo en la conciencia de los que hicieron la guerra y de los que la vieron, de los viejos y los jóvenes, los de la derecha y los de la izquierda, quizá se encontrase como denominador común un sentimiento colectivo más fuerte que todos, un sentimiento universal que a veces se esconde vergonzosamente y a veces aparece desvirtuado, pero que siempre alienta en lo más hondo de todo hombre civilizado: el ansia de paz.

*

Tres horas después de la gran parada de los excombatientes se han reunido en Champigny los socialistas y pacifistas, con asistencia de varios compañeros alemanes, para rendir homenaje a los muertos –alemanes y franceses– de la guerra del 70. Ha sido una contestación al posible significado nacionalista del acto celebrado ante la tumba del soldado desconocido. León Blum, Albert Thomas y el diputado del Reichstag Wels han gritado la voluntad de paz que hoy mueve al mundo y han condenado la guerra con sus más fervientes palabras.

Pero así como los socialistas recelan del pacifismo de los excombatientes, los comunistas niegan el pacifismo de la Segunda Internacional, cómplice del imperialismo, a la que acusan de preparar la guerra contra Rusia. Y entrometiéndose provistos de silbatos en el mitin de Champigny, los comunistas han organizado una contramanifestación en favor de la paz universal.

Y para que la jornada fuese completa, yo, que he visto de cerca el terrible militarismo de la URSS, que he presenciado sus grandes paradas militares y he advertido la preparación bélica del proletariado bolchevique, hubiese deseado que existiera en París un núcleo de manchúes capaces de organizar a su vez una manifestación pacifista contra el comunismo de Moscú imperialista e invasor de Manchuria.

París, diciembre 1929

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