Cristo de nuevo crucificado | Crítica

Se armó la de Dios es Cristo

  • Acantilado recupera una densa pero divertida novela de Kazantzakis que, con apariencia de sainete evangélico, retrata el desgarro de la guerra heleno-turca

El escritor griego Nikos Kazantzakis (Heraclión, 1883 - Friburgo, 1957).

El escritor griego Nikos Kazantzakis (Heraclión, 1883 - Friburgo, 1957). / d. s.

En la crítica a la obra del griego Nikos Kazantzakis (1897-1957), hay quien tiende a considerar Cristo de nuevo crucificado como su novela más importante y alumbradora. Contiene buena parte de los temas que obsesionaron al cretense desde su inquieta juventud (la conjugación de Dios sobre el mundo carnal, el helenismo de Grecia como nostalgia fallida, el influjo de Nietzsche).

No obstante, dicho esto, es sin duda Zorba, el griego (1946) la novela con la que el autor alcanzó merecida nombradía y popularidad. Ni que decir tiene que a esta difusión contribuyó la película de Michael Cacoyannis (1964).

De igual modo, la controvertida cinta de Martin Scorsese (1998) rescató de la pereza la novela de Kazantzakis La última tentación de Cristo (1951). Se trataba, como es conocido ya (pero más por la vía de Scorsese que por la propia fuente del griego), de una versión alterna a los evangelios, que muestra la falla, la dislocación entre la humanidad de Jesús y su naturaleza divina.

Después de este Cristo revisado de Kazantzakis vendrían otras versiones literarias. Todas ellas han conformado, si se permite la expresión, un canon blasfemo. Basta recordar Rey Jesús de Robert Graves, El evangelio según Jesucristo de José Saramago o El evangelio según el Hijo de Norman Mailer. Este canon propone una especie de ucronía (en el caso sobre todo de Graves) y de biografía más terrenal y humana acerca del mito del nazareno.

El Cristo de nuevo crucificado (1948) de Kazantzakis es anterior a La tentación y contó con la hoy olvidada adaptación al cine de Jules Dassin en 1957 (al parecer el director Theodoris Papadoulakis está preparando hoy otra revisión en clave coetánea). El título de la novela podría parecer que alude a otra discutida inmersión en otra posible vida alterna de Jesús. Más bien, diremos que se trata de de una burlona tragicomedia política y religiosa, que narra lo ocurrido en 1922 en el pueblo de Likóvrisi, en Anatolia, en la histórica región del Egeo, donde se fraguó el inicio de la prédica del cristianismo.

Likóvrisi, habitado por griegos -pero regido por un agá turco- se está preparando para celebrar la Semana Santa. El pope Grigoris y los demogerontes (notables de la villa) eligen a los figurantes que harán los papeles de Cristo y los apóstoles. Pero justo entonces llega hasta el lugar una procesión de griegos expulsados de su pueblo por el ejército turco. El hecho se inscribe en la guerra casi de exterminio mutuo que de 1919 a 1922 enfrentó a Grecia y a Turquía. No obstante, el autor omite los pormenores de esta guerra crucial pero poco conocida.

El papel de representar al Ungido recae en la figura de Manoliós. Para los griegos itinerantes, desnutridos y harapientos, se convertirá en un Mesías. Pero para el pueblo que pastorea el pope Grigoris, impagable bribón, no será más que la encarnadura de un Satán rojo. La maledicencia cree que Manoliós ha sido enviado por la mismísima Rusia bolchevique. Todo un evangélico sainete.

En el fondo, Kazantzakis logra una refutación del cristianismo griego donde más duele: en la cuna de la ortodoxia. Se enseña aquí la pura ruindad, la usura de quienes dicen llamarse cristianos y herederos de las glorias de la era de Pericles, Alejandro Magno, Bizancio, los mártires de la Independencia griega, etcétera. Con todo, pese al crudo calado, el humor prevalece en toda la narración en la medida en la que unos y otros van armando la de Dios es Cristo (expresión, por cierto, que alude a la trifulca del I Concilio de Nicea del año 325, el que se condenará el arrianismo en la naciente Constantinopla).

Kazantzakis hace de su novela un irónico salmo. Sin olvido del tono burlón, nos acaba mostrando la puja existencial entre el hedonismo y la llamada de Dios. La fe, como enseñanza de radicalidad, nos lleva al hombre superado por su propio afán de superación (Manoliós), y siguiendo, como se decía al inicio, la cuerda de Nietzsche.

Por último, con permiso del fatigable lector, subrayamos la importancia que tiene traducir a Kazantzakis en su versión autóctona (griego demótico más dialecto cretense). Cristo crucificado de nuevo lo publica ahora Acantilado gracias a Selma Ancira (traductora asimismo del citado Zorba). La editorial Cátedra, bajo edición de Carmen Vilela, ha publicado El capitán Mijalis, Informe al Greco y La tentación de Cristo (la filóloga prefiere citar al autor como "Nicos Casandsakis" y no como el más aceptado "Nikos Kazantzakis").

Como gozosa extravagancia, la editorial de Jaén Ginger Pie B&F publicó Almas rotas (traducción de Mario Domínguez Parra), escrita en 1909 como parte de la obra primeriza del escritor. Por último -y de nuevo en Acantilado- apareció también la opera prima Lirio y serpiente (1906) con traducción de Pedro Olalla. Si Cristo resucitó (Christos anesti), como reza la liturgia griega, Kazantzakis también lo hace en español.

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