Daniel Ruiz | Escritor

"La trampa de la nostalgia es vivir una vejez prematura"

  • El autor publica 'Amigos para siempre', un despiadado retrato de un grupo de personas atrapadas en la crisis de la mediana edad que presenta este miércoles en Sevilla, junto a Caótica, en Las Setas

El escritor y periodista Daniel Ruiz (Sevilla, 1976).

El escritor y periodista Daniel Ruiz (Sevilla, 1976). / Juan Carlos Muñoz

Conviene que las veladas, además de inolvidables, sean cordiales y divertidas. Porque puede darse el caso de que unos pocos amigos de toda la vida se reúnan una tarde junto a sus parejas para celebrar hasta la madrugada los 50 años recién cumplidos de uno de ellos y la cosa, en fin, lo que se dice bien no acabe de ir en ningún momento. En su nueva novela, Amigos para siempre (Tusquets), que se presenta este miércoles a las 20:00 de la mano de Caótica en la escalinata de Las Setas más próxima a la calle Regina, el escritor sevillano Daniel Ruiz propone una mirada implacable, a ratos gamberra y por momentos amarga, a uno de los pocos espectáculos que la vida garantiza por igual a cualquier persona: la manera en que todos, mejor, peor o mucho peor, vamos envejeciendo y rindiendo cuentas ante el juez inclemente que llega a ser todo anhelo insatisfecho.

–Tengo entendido que la angustia de la pandemia y el confinamiento tuvieron bastante que ver con la escritura de esta novela...

–La idea surgió a raíz de una discusión muy fuerte que tuve con una buena amiga por un tema político, hasta el punto de que nos pusimos como energúmenos y casi nos prometimos que no nos íbamos a hablar nunca más. Me di cuenta de hasta qué punto la polarización política está contaminando las relaciones y exacerbando los ánimos, tanto que a veces perdemos la perspectiva... Y por cierto, a propósito de esto, desde hace tiempo se suele hablar muy mal de los equidistantes, y yo aprovecho para declararme equidistante: si hay que elegir prefiero la tibieza a tanta discusión inflamada que no lleva a ningún lado. A partir de aquella discusión con mi amiga me planteé escribir la novela, hablamos de enero del año pasado, poco antes de la pandemia. Empecé a escribir con cierta calma pero cuando llegó el confinamiento viví momentos personales muy malos, y me encerré y me puse a escribir como un loco. Y la novela fue de alguna manera tomando otra dirección. Empecé a acercarme al texto como si fuera algo curativo, terapéutico, y aunque suene un poco extraño sentía que, más que escribiendo, estaba escuchando a esos amigos, como si me hubiera asomado a cotillear. Escribí con una compulsión que no había sentido antes. Y ahora pienso que si este texto no me hubiera ocupado tanto la cabeza, probablemente habría caído en una depresión.

–Me pregunto si esta novela es en cierto modo un especie de intento por su parte de exorcizar el miedo a hacerse viejo...

–No diría eso. Creo que más bien es una constatación de la evidencia de que nos hemos hecho viejos y de que además ha pasado casi sin darnos cuenta. En el fondo todos los personajes tienen algo de niñatos que no se dan cuenta o no quieren darse cuenta de que ya están muy metidos en edad y tienen muchos compromisos y responsabilidades pero se siguen considerando todavía jóvenes, lo cual es muy patético.

–"Estáis cansados de vosotros mismos", le dice una de las mujeres de la novela a uno de los amigos. ¿Esto es una cuestión generacional o es que simplemente el tiempo y la vida no tienen piedad?

–Creo que es una novela en la que se va a sentir reflejada mucha gente de mi generación, los nacidos en los años 70 e incluso finales de los 60. Eso lo dice Noelia, la buenorra, el personaje al que todos los demás juzgan como una persona banal, y en realidad justamente ella es el personaje que funciona como el espejo más implacable de las relaciones de ese grupo de amigos. Al final, si no surgen determinadas liturgias que permitan refundarlas, las amistades tan largas acaban en una sensación de hastío. Y eso le pasa a este grupo, están todos ya asqueados y aburridos de verse.

–La novela está llena de agravios, resentimientos, rencores, envidias, mezquindades, ocultaciones..., como si nadie de ese grupo recordara ya muy bien en realidad por qué una vez se hicieron amigos. ¿Conviene no mirar mucho debajo de la alfombra de esas amistades de toda la vida?

–Creo que es fundamental hacerlo. Es un ejercicio complicado, pero merece la pena asumirlo porque las amistades de largo recorrido te dan lo mejor, que es la incondicionalidad, y te dan lo peor, como el hecho de que a veces hay que aprender a mirar a otro lado, lo cual en no pocas ocasiones supone que uno tiene que hacer renuncias con uno mismo. Por eso me interesó poner de relieve la manera en que distintas personas envejecen partiendo de un punto común y cómo cada uno llega a un puerto distinto, y las contradicciones que implica todo eso. A mí me han llegado a causar mucho desasosiego algunas personas que he conocido en el camino y que por talante eran desarraigadas, no parecían tener necesidad de echar raíces con amigos, y también hay mucha gente que se plantea la amistad de un modo bastante utilitarista, pero en mi caso siempre he necesitado, para entenderme a mí mismo, tener amigos de mucho tiempo. Y hago todo lo posible para que mis grupos de amigos no se parezcan a los de la novela, dicho sea de paso.

Daniel Ruiz posa con un ejemplar de 'Amigos para siempre', novela que llega este miércoles a las librerías. Daniel Ruiz posa con un ejemplar de 'Amigos para siempre', novela que llega este miércoles a las librerías.

Daniel Ruiz posa con un ejemplar de 'Amigos para siempre', novela que llega este miércoles a las librerías. / Juan Carlos Muñoz

–Lo cierto es que son todos un poco detestables y ridículos. Pero no sé si hay alguno al que le haya cogido más cariño o al menos alguno al que le cueste menos esfuerzo entenderlo...

–Mi tendencia normalmente es encariñarme más con los personajes femeninos y en este caso incluso más, porque son parejas en las que el componente machista es importante. Seguramente el personaje que me cae más simpático es Noelia, de la que hablábamos antes. Involuntariamente es el Pepito Grillo de esta historia, el personaje que recrimina de manera más limpia todo el resabio, la maldad, la fealdad de los demás. Pero diría que todos tienen defectos de bulto porque todos somos un poco así, ¿no? El personaje heroico a mí no me gusta ni como lector ni como escritor. Hay una serie, Succession, que para mí es un modelo en este sentido: todos los personajes son despreciables, constituyen un catálogo de la miseria humana, pero todos, cada uno en su perfil, son magníficos y brillantes.

–En la faja del libro ha incluido la editorial una frase espléndida y muy certera de la traductora Karolina Jaszecka: "Una historia para mujeres que están pensando en divorciarse. Esta novela es ese empujoncito que les falta para llamar al abogado". ¿Fue premeditado por su parte que todos los hombres de la novela fueran tan lamentables, hay algo de demoledora radiografía generacional de la masculinidad?

–Bueno, yo tenía la voluntad de hablar de los temas que creo que interesan y preocupan a los hombres maduros de esa generación que es también la mía: el sexo, la forma en que las relaciones monógamas evolucionan y sobreviven o no, la relación con el poder y el dinero, es decir, la ambición, las relaciones familiares, por supuesto, y la amistad, claro, que para mí es un valor fundamental. Por ejemplo, el machismo soterrado de la gente de mi generación es patente, lo vemos continuamente, los hombres estamos haciendo un esfuerzo para intentar superarlo pero es evidente que sigue ahí.

–La novela tiene pasajes muy gamberros, muy desatados, de gran desfase, pero en última instancia queda un regusto amargo. Todos, por ejemplo, viven nostálgicamente, por no decir que se han resignado con respecto a todo...

–Es que la nostalgia es algo muy tramposo, puede llegar a impedir que uno esté en disposición de vivir nuevas experiencias, que son las que nos llevan a no vivir en un mundo excesivamente endogámico como les pasa a los personajes, que sólo saben hacer bromas privadas, muy codificadas, porque sus relaciones están muy viciadas y son como carcasas que no dejan ya que nada entre en ellas. De modo que lo que les pasa a los personajes de la novela es que viven una vejez prematura porque consideran que lo mejor ya pasó, viven anclados en un tiempo que se fue y apelan continuamente a él porque son incapaces de refundar sus relaciones y sus vidas. De ahí la cita de Los muertos al principio de la novela. Es tremendo ese momento del relato de Joyce en el que, durante la cena en la que se reúnen todos, el único momento real de viveza que se produce es cuando la chica recuerda al joven que murió por ella de amor. La nostalgia hay que dosificarla, a veces reconforta pero creo que la mayoría de las veces te apoltrona demasiado. A mis 45 años, que ya son años, yo prefiero pensar que lo mejor está por llegar... porque si no, es para morirse.

–Es curioso cómo en prácticamente todas sus novelas irrumpe en algún momento la vida lumpen, los submundos, la violencia, en este caso la sordidez de la prostitución y la fauna asociada a ella. ¿Por qué afloran en sus libros tantos rincones feos y sucios de la sociedad?

–Es que nuestra realidad es así. Hay empresarios de éxito que viven en carísimas urbanizaciones de las afueras que son adictos a la farlopa, gente que vive con una tremenda naturalidad el hecho de ser alcohólico, padres de familia felizmente casados que tienen cuenta en Tinder y conviven a diario con la mentira, hombres enganchados a la prostitución... A poco que uno rasque... Nos guste reconocerlo o no, las bajas pasiones forman parte de nosotros, creo que no hay más.

–Ha dicho en alguna ocasión que usted no es un escritor de largo aliento sino más bien de novelas breves e intensas. Y en efecto sus novelas siguen teniendo ese punto de fiebre, de combustión, de exploración de un estado de ánimo en situaciones de gran tensión. Vamos, que pasan los años y no se aplaca...

–Celebro especialmente la observación sobre el estado de ánimo. Muchos de los autores que más me interesan, Curzio Malaparte, Céline, Hubert Selby Jr., Nelson Algren..., siempre logran eso precisamente, te trasladan a un estado de ánimo. Por otro lado, yo nunca he sido un autor de tesis, soy lo más opuesto que puede haber a un escritor bibliófilo, no escribo con coordenadas intelectuales. Lo mío es contar historias, y contarlas con mucha intensidad, supongo que es la única forma en la que yo sé expresar. Y detesto la pedantería. Por ejemplo, en esta novela es verdad que la selección de temas musicales no es muy fina...

–Bueno, son grandes éxitos de cuando los personajes de la novela eran jóvenes...

–Exacto, y es premeditado. Porque yo aspiro realmente a hacer algo popular. Y por tanto no voy a poner a un personaje a escuchar a Nick Cave o cualquier otro artista muy sofisticado para quedar estupendamente yo. Me toca la moral el autor de turno que te cuela su playlist superguay en la novela, siempre acabo pensando: pero este tío cómo va a escuchar a los Pixies, en todo caso escuchará a los Hombres G y en el coche, ¿no ves que es lo que cuadra por su perfil? Pasa mucho en la literatura testimonial y del Yo que tanto se lleva ahora, en la que la voz narrativa se confunde con la voz del escritor y todo eso: veo en esos libros un deseo de vanagloria que te lo indica ya la propia decisión de hacer una novela autobiográfica sobre gente que tiene 30 o 40 años a la que le pasa lo que a cualquier persona sólo que con muchos libros en la estantería, y yo francamente no sé muy bien a quién le interesa eso. A mí me gusta más lo que decía Flaubert, que el autor tiene que estar lo menos posible en el texto, que éste tiene que ir solo, con la sensación de que no ha necesitado la mediación de un narrador. A mí antes me pasaba, pero con los años he aprendido a esquivar la tentación de hacer florituras para gustarme mucho a mí mismo, que es algo que me parece egoísta, innecesario y sobre todo, desde el punto narrativo, muy poco eficaz.

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