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"Lo de la clase media es una engañifa. Dios sólo creó a ricos y a pobres"

  • Eduardo Mendoza cierra la trilogía de Rufo Batalla con 'Transbordo en Moscú', delicioso viaje por la España de la prosperidad y el mundo que vio caer el comunismo en el tramo final del siglo XX

Eduardo Mendoza, fotografiado hace unas semanas, cuando presentó ‘Transbordo en Moscú’ en Barcelona.

Eduardo Mendoza, fotografiado hace unas semanas, cuando presentó ‘Transbordo en Moscú’ en Barcelona. / Toni Albir / Efe

Tras El Rey recibe, que abordaba la juventud de su protagonista y los años de "búsqueda y expectativas", y El negociado del yin y el yang, historia de los "trabajos y viajes por el extranjero, y el regreso al lugar de origen de ese hombre con cierto desencanto", Eduardo Mendoza se despide de Rufo Batalla, el personaje con el que recorrió los acontecimientos más importantes de las últimas décadas del siglo XX, y lo sitúa en "la etapa de madurez, el tiempo de sentar cabeza". Transbordo en Moscú (Seix Barral), una mirada a la España democrática y ambiciosa que preparaba las Olimpiadas y la Expo mientras el mundo asistía estupefacto a la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de las utopías, embarca a Batalla en una nueva e inesperada aventura: con el descalabro vivido en la URSS reaparece el príncipe Tukuulo, que abraza con renovado entusiasmo su idea de tomar el poder en el reino de Livonia.

Mendoza (Barcelona, 1943) dispuso ya "en la primera página" del libro un ardid para que su protagonista tuviese "la vida resuelta": casa a Batalla con Carol, una rica heredera gracias a cuya fortuna él "no tiene que hacer nada, sólo viajar y opinar, y ya se sabe que cuando el dinero te respalda puedes opinar sobre cualquier cosa", asegura el Premio Cervantes, que admite que comparte "la misma visión del mundo" con su antihéroe. Tampoco le es ajena esa manera en que las circunstancias arrastran a Batalla, que carece de "valor, energía y argumentos de peso" para celebrar la boda como él quiere, que en general anda falto de "ambición, de empuje y de talento" y que se enreda en tantas aventuras delirantes porque no muestra voluntad de oponerse a nada. "Yo creo", aporta Mendoza en un encuentro on line con medios andaluces, "que en la vida tomamos un 5% de las decisiones importantes, que en el fondo somos unos peleles del destino. Pero diré algo a favor de Rufo: cuando se le presenta una oportunidad, no es de los que sale corriendo en la dirección contraria, no es como un caracol que se encierra en sí mismo ante el peligro. Él tiene la cualidad, y quiero pensar que yo también, de que cuando está ante una ocasión la aprovecha al máximo".

El barcelonés siente que con esta tercera entrega el ciclo se ha "agotado, el siglo XX se cierra", pero agradece a Rufo Batalla que le haya hecho revivir el asombro de tanto cambio histórico del que Mendoza también fue testigo. "Cuando yo llegué a EE UU a principios de los 70 había piquetes que protestaban por la presencia de niños negros en escuelas de blancos. Situaciones que se daban hace relativamente poco hoy son impensables... y lo mismo con respecto al papel de la mujer, por ejemplo. El mundo ha cambiado muchísimo, también por la tecnología. Hoy con la globalización sabemos lo que ocurre en Alemania, pero antes no te enterabas de nada", argumenta el autor de Sin noticias de Gurb o Una comedia ligera.

"Creo que tomamos un 5% de las decisiones importantes de nuestra vida, que no somos más que peleles del destino"

Entre otros episodios Mendoza registra la ilusión, también el miedo, ante la incorporación de España a la Unión Europea. "En cuanto entremos", teme uno de los personajes, "esos cabrones nos darán un cubo y una bayeta y nos pondrán a fregar los suelos". El narrador considera, no obstante, que "el balance ha sido positivo, salió mejor de lo que se esperaba, la pequeña industria podía haber quedado muy perjudicada pero se tomaron algunas medidas oportunas", señala este autor que se define "socialdemócrata" y que cree que gracias a la socialdemocracia "hemos vivido sin duda la mejor etapa de nuestra Historia", aunque se resista a caer en el triunfalismo y añada algunos matices: si eso ha sido así, es porque "antes la desigualdad era tal que no podías salir a la carretera que te asaltaba un bandolero", y concluye que la noción de clase media "es una engañifa. Dios creó a los ricos y a los pobres, y lo demás es un invento que ideamos a modo de autoayuda".

Eduardo Mendoza. Eduardo Mendoza.

Eduardo Mendoza. / Toni Albir / Efe

Aunque Transbordo en Moscú reflexione sobre una España que iba a más y un orden mundial donde el comunismo afrontaba el descalabro, algo que dejó huérfanos a quienes incluso nunca creyeron en esa ideología –"Yo,rojo, ni de coña. Pero, ¿cómo te diría?, se ha perdido el equilibrio", se dice en la novela–, el libro derrocha esa maravillosa, refinada, comicidad que es marca de la casa en el autor. Aquí van algunos diálogos encantadores, un tanto delirantes que habría firmado orgulloso el mismísimo Wodehouse: "A mí con el arte moderno me pasa como con los chinos. Ya sé que no son todos iguales, pero no consigo distinguirlos". "La vida práctica consiste en hacer muchas tonterías inútiles". "Los ingleses hacemos las cosas mejor que nadie, pero como maridos no valemos un pimiento".

"No es una técnica que yo elija, me sale así. Y si hubiera hecho un análisis serio de ese tiempo me habrían salido volúmenes y volúmenes", sostiene el creador, antes de valorar que hoy, por fortuna, y gracias a autores como Daniel Ruiz, "la literatura de humor está más asentada. Hubo una época en que los libros tenían que ser muy serios y la gracia sólo se le permitía a la gente que contaba chistes". Lo que sí descoloca a Mendoza del mercado editorial es la voracidad con que las novedades se imponen. "Vas a una librería y no encuentras nada que saliera dos meses antes; si lees una novela de hace dos años parece que eres un bibliófilo exquisito", lamenta.

"Hubo un tiempo en que la literatura tenía que ser seria y el humor era únicamente para los que contaban chistes"

En la ironía de Transbordo a Moscú no se salvan ni el amigo Vázquez Montalbán –"Carvalho es un cabrón: trata mal a las mujeres y a las fuerzas del orden, pero uno le coge cariño"– ni el intocable Shakespeare. "Ser o no ser, ¿qué carajo significa? Nadie lo sabe. Probablemente una idiotez", defiende alguien en el libro. Y Mendoza apunta esa misma extrañeza en su charla. "No conozco a nadie que entienda por qué Hamlet y Lear se comportan así. Es un gran poeta, pero como autores teatrales me parecen mejores Calderón y Lope de Vega. No sé si está sobrevalorado, pero sí que los ingleses nos lo han metido con embudo".

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