Félix G. Modroño. Escritor

"Los padres no sabemos lo que hacen los chavales en las redes"

  • El autor publica en Destino ‘Sol de brujas’, una novela negra ambientada en Santander sobre la huella que deja el acoso escolar y la prolongación que encuentra en internet

El escritor Félix G. Modroño (Vizcaya, 1965), fotografiado esta semana en Sevilla.

El escritor Félix G. Modroño (Vizcaya, 1965), fotografiado esta semana en Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

La expresión sol de brujas, que el escritor Félix G. Modroño había oído a los pescadores, define "ese sol que aparece sobre todo a primera hora de la mañana, entre nubes, que parece pronosticar que el cielo clareará y que te engaña"; la leyenda que a veces suena en boca de los mayores dice también que los días así "son los que elige el demonio para casarse". El autor no pudo resistirse a la fuerza de esa imagen y su pertinencia en "una historia de falsas apariencias, sobre alguien de quien no te puedes fiar", Sol de brujas, su primera novela negra, una intriga editada por Destino en la que el cadáver de una chica con la boca cosida y los pulgares amputados cuelga de la Grúa de Piedra en la bahía de Santander. Modroño aparca temporalmente la saga en la que homenajeaba las calles y gentes de Bilbao, iniciada con La ciudad de los ojos grises y La ciudad del alma dormida, para reflexionar sobre el infierno del acoso escolar y su prolongación en los teléfonos móviles y las redes sociales.

–No es el primer crimen que retrata en su obra, pero en sus libros anteriores los asesinatos servían como premisa para ir hacia otro sitio. ¿Qué prendió la chispa para hacer una novela negra?

–Hoy parece que en la novela negra cabe todo, se llama así a muchas obras que no lo son, para mí es necesario que haya en ellas un retrato social y una denuncia. Conocer muy de primera mano un caso de acoso escolar adolescente, seguir su evolución, fue lo que me indicó dónde debía poner el foco. Pensé que hay un elemento aterrador, y es cómo el acoso se perpetúa hoy en las redes. Antes, a los inadaptados nos pegaban una paliza en la calle, y cuando llegábamos a casa estábamos a salvo, pero ahora la vejación continúa por otros medios. Yo tenía una pandilla de quinquis en Portugalete que me hizo la vida imposible durante dos años, porque era empollón, en mi caso, como pegaban a otro por ser marica o estar gordo. Eso sigue existiendo, pero las circunstancias son muy distintas.

–Usted alerta del peligro de los teléfonos móviles. Se dice en el libro que muchas niñas pierden la inocencia cuando en la primera comunión les regalan uno.

–Sí. Antes, cuando los hijos salían de fiesta, los padres sabíamos qué peligros tenía la noche, pero ahora ese panorama se ha vuelto más complejo, no controlamos lo que hacen los chavales a través de las redes. En el pasado, los niños montábamos obras de teatro para que nos vieran nuestras abuelas, en el salón de casa, pero hoy ese público se ha multiplicado: los niños cuelgan sus vídeos y los ven miles de personas. Ellos no son conscientes del peligro que eso encierra, tienen problemas para distinguir entre la ficción y la realidad. No alcanzan a comprender lo que significa que un depredador te compre una foto de los pies o unas bragas usadas, ellos piensan: ‘Qué guay que me den dinero’. Uno de los policías que me asesoró les habló a sus hijas de un caso de este estilo y las niñas no veían el peligro.

"Antes, de niño, te pegaban en la calle y te refugiabas en tu casa. Ahora la vejación continúa en internet"

–"No hay ningún colegio ni instituto que se salve" del acoso, apunta uno de los personajes, pero en un colegio de pago tardan quizás más en actuar por evitar el daño a la reputación del centro.

–Procuran taparlo, lo niegan. ‘No, son exageraciones, cosas de críos’, dicen. Hay un protocolo frente al acoso, y les cuesta activarlo. En el acoso que yo conocí, el caso se cerró con la víctima cambiándose de colegio, lo que por desgracia es muy habitual, y eso es un desastre: se consigue que los niños se sientan culpables y hagan como que no ha pasado nada, intenten olvidar. Pero las vivencias adolescentes se quedan grabadas, y cuando lees una noticia relacionada con el tema revives lo que padeciste. Yo presencié un atentado en Portugalete con 13 años, salía del colegio y vi cómo unos hombres bajaban de una furgoneta y acribillaban a un vecino. Intenté borrar esa imagen durante cuatro décadas, pero ese impacto está ahí, hasta que un día decidí buscar la noticia, saber quién fue la víctima. Por mucho que intentes sepultar esos recuerdos, te marcan, condicionan tu personalidad.

–La omnipresencia de los móviles no sólo afecta al desarrollo de la infancia, también al desarrollo de las investigaciones. La Policía aún no ha levantado el cadáver y ya circulan las fotos y las teorías por internet…

–Sí, la Policía tiene que hacerlo muy rápidamente porque la sociedad está informada de inmediato, y pongamos entre comillas ese informada. Una noticia se cuelga al momento en internet y los políticos quieren que el caso se resuelva cuanto antes. Es lógico, los gobernantes viven de la opinión pública, es lo que les va a mantener en el cargo, y un crimen que tarde en aclararse les preocupa mucho. Sigue existiendo el secreto del sumario, pero la locura de Twitter hace que se filtre. Y los policías tienen mucha más presión. Por los que he conocido, no están muy pendientes de lo que se dice, intentan estar al margen. En los casos de pederastia que se dan a través de internet es más complicado dar con el malo, tienen que recabar pruebas suficientes para que el tipo acabe en la cárcel los años suficientes. Estos delitos tecnológicos son muy difíciles de perseguir y están poco penalizados.

Félix G. Modroño. Félix G. Modroño.

Félix G. Modroño. / Juan Carlos Vázquez

–Uno de los agentes lamenta: "Antes los policías éramos gentes de mal vivir que pasábamos las noches en los garitos vigilando choros y buscando confidentes. ¿Y ahora qué? Niñatos locos por el deporte, con cuerpos de modelos para subir fotitos a Instagram".

–Yo tengo amigos policías que se recogen pronto por las noches para madrugar y salir a correr. En Villalpando, el pueblo de mis padres, en Zamora, tenemos una peña en la que nos ponemos faldas escocesas, por cierto, cuatro días al año, y ahí tenemos dos subgrupos: los mazaos, que después de una juerga tremenda quedan a la mañana siguiente para correr, y los intelectuales, como yo digo, que somos los fondones que salimos de fiesta y luego necesitamos dos días para recuperarnos... Yo quería recrear un ambiente policial verosímil, apartarme de esas novelas en las que no hay quien se crea a esos agentes superdotados, con traumas un tanto retorcidos… Me he basado en lo que he visto, en las personas que he conocido, el inspector Ceballos soy yo, físicamente, con mi ropa y mi pelo, me he empapado de la misma lluvia del personaje… Aunque también quería darle al libro este tono de polar francés, por el que asoma la corrupción y en el que no hay buenos y malos, porque en un momento dado, dependiendo de lo que nos ocurra, todos somos capaces de cruzar una línea.

"Parece que en la novela negra cabe todo, pero no. Para mí debe haber en ella un retrato social y una denuncia"

–Santander es un escenario singular. Usted habla de las jornadas Vivaldi, en las que llueve, sale el sol, hace calor y frío y se alternan las cuatro estaciones en un día.

–Mi casera me dice que no ventilo suficiente la habitación, y es que si salgo de casa no puedo dejar la ventana abierta por mucho sol que haga, porque vuelvo y la lluvia me ha mojado el suelo y la cama. No me quejo, yo crecí con el Cantábrico y echaba de menos sus cambios de luz, de tiempo. Estos cuatro años que llevo viviendo en Santander me han permitido conocer la idiosincrasia local y, curiosamente, he encontrado muchas similitudes con Sevilla [donde vivía antes y a la que sigue vinculada, es propietario del restaurante Milonguitas]. Son dos ciudades que me encantan, pero en ambas percibo ese elitismo de algunas clases. La primera vez que quedé con gente allí me preguntaron que donde vivía, y al decirles que en Puerto Chico querían saber la calle. No es lo mismo vivir cerca del Paseo de Pereda que algo más allá. En la Torre del Oro están los escudos de Cantabria y Santander, porque los cántabros ayudaron a la reconquista de Sevilla, y pensé que esa conexión montañesa se mantenía.

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