Lo que fue presente (Diarios 1985-2006) | Crítica

¿Contarlo todo?

  • El colombiano Héctor Abad Faciolince publica 'Lo que fue presente', una magnífica incursión en su intimidad personal y literaria en forma de diarios

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958).

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958). / Paco Campos (Efe)

En el breve y sabroso prólogo al libro, Héctor Abad Faciolince cuenta que un día, charlando con su editor, le dijo que no estaba nada satisfecho con la novela que traía entre manos y no se la iba a entregar. Quizá apremiado por algún plazo contractual, le comentó que sólo disponía de unos cuadernos que venía escribiendo desde 1985, una especie de diario. Al editor se le abrieron los ojos y se los pidió. De aquel encuentro viene esta obra, un libro desmesurado en muchos sentidos, y quizá, junto a su ya clásico El olvido que seremos (2006) y la novela La oculta (2015), lo mejor de la literatura de este autor colombiano.

Uno siempre ha desconfiado de esa pose de ciertos escritores de diarios que dicen llevarlos para sí y jamás pensaron en que nadie los leería, menos en publicarlos. Cuando un escritor escribe, así como los mejores olvidan enseguida al probable lector y se entregan a su labor sin pensar en él, al acabar sabe perfectamente que aquello sólo cobra sentido si alguien lo lee. Por eso, todo escritor de diarios que no los destruye es porque antes o después piensa editarlos, o cree que algún heredero, carnal o intelectual, lo hará.

Y aquí surge la duda: si ese escritor sabe que sus diarios probablemente verán la luz, cuando parece que lo está contando todo, que no se guarda nada para sí, ¿en verdad lo cuenta todo? No que cuente las rutinas de su vida, que eso apenas interesa (salvo a los sufridos pero encantados seguidores de Trapiello), sino todas sus intimidades, las que atañen a su trabajo, a su cama, a su familia, a sus amistades. Y si lo hace, ¿hay necesidad de contarlo todo? ¿Puede interesar si un escritor tuvo una tarde torera y echó cuatro polvos con una lozana colega 20 años menor que él? Si lo vivió, ¿por qué no contarlo?, argumentarán algunos.

Quizá ayude a trazar el perfil que, al cabo, se dibuja tras las hojas y hojas de un diario mantenido durante decenios. Pero ¿en verdad interesa? A la vida le es inherente cierto secreto, no que quien lleve una vida secreta (un espía, por ejemplo) la acabe desvelando, sino que ciertos velos nunca se levanten, ciertos secretos sigan siéndolo. Se dirá que para qué escribir un diario entonces. No sé: tal vez sea más sincero quien algo se guarda que quien lo cuenta todo. La verdad descarnada suele ser inhumana, ronda peligrosamente el encarnizamiento. Y a veces se produce con quien la cuenta, con quien se desnuda o, en un raro desdoblamiento, es cirujano y paciente a la vez y se nos saja y abre en carne viva antes los ojos, sin anestesia. Tanta humanidad dada de golpe, sin filtro, provoca una paradójica deshumanización. No se puede dejar de leer este diario de Abad Faciolince, o de otros escritores que también lo contaron todo, como Ignacio Carrión, ni tampoco dejar de pensar, conforme se avanza, cuán solo debe de estar, que uno no tendría trato con tal señor, más allá de leerlo.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

También hay escritores que llevan un diario como entrenamiento, para mantener el músculo literario en forma, para no perder el hábito de la pluma. Algo de esto hay en el libro de Abad Faciolince. Se ve que es un literato con dudas, con bastante inseguridad, sobre todo cuando era un joven en busca de una novela lograda, ya menos cuando ha encontrado su sendero, algo que sucede a partir de la novela Basura (2000), ganadora de un premio que le supuso cierto espaldarazo íntimo y literario, y el ejercicio casi diario en sus cuadernos es a la vez calentamiento de mano, adquisición de destrezas y afinamiento de la manera de afrontar su quehacer, de soslayar dudas y demostrarse que sí es capaz de llevar sus proyectos literarios a buen puerto (quizá por esto desde ese año las anotaciones sean más esporádicas y deslavazadas).

Más allá de sus infidelidades matrimoniales y líos de alcoba, de sus a veces despiadadas reflexiones sobre seres queridos, de sus cuitas e inseguridades literarias, la peripecia del autor interesa al contarnos las consecuencias que tuvo la violencia extrema en la Colombia donde se hizo adulto (su padre fue asesinado, como contó en su mejor libro, El olvido que seremos), las vivencias algo incómodas de un emigrado en el norte de la Italia anterior a Berlusconi, la armonía vital que encuentra en una buhardilla madrileña cuando se afinca en España para estar más cerca de los hijos que su primera mujer se trajo a Italia, tras una dolorosa y complicada separación, o la gracia con que cuenta episodios largos, como sus encuentros, o desencuentros mejor dicho, con García Márquez y Fidel Castro, que hacen al lector echar de menos más páginas dedicadas a situaciones similares.

Pero, por encima de anécdotas literarias, anhelos amorosos, angustias sobre sus logros y líos esporádicos de alcoba, lo que realmente hace de éste un libro para volver, para releer de vez en cuando en pequeñas catas, son algunas reflexiones que, como fogonazos, al principio deslumbran y dejan algo cegato, si bien luego nos van iluminando con la largura de miras que sólo confieren ciertas verdades. "Uno debe escribir como se viste para el diario, con cierto descuido (...) Nada más insoportable que un escritor que se viste de fiesta en cada página". "Un idioma se sabe bien no cuando uno lo domina, sino cuando es la lengua la que lo domina a uno". "Detesto toda militancia; para mí militar es renunciar a pensar". "El dolor otorga un contacto más intenso con la realidad". "Hay relaciones que no se extinguen: lo van extinguiendo a uno". "En Bajo el volcán se lee: No se puede vivir sin amor; yo diría más bien: no se puede escribir sin amor". "No estamos dispuestos a arriesgar un dedo, pero sí toda la vida". "Hay siempre un encanto raro en lo que se repite". "Se puede ser muy profundo, de verdad profundo, cuando lo que se consigue es volver claro lo difícil". "La mejor manera de destruir la literatura es enseñándola". Así que quizá mejor no enseñar nada más de este magnífico libro, sólo recomendar su lectura.

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