Hiere, negra espina | Crítica

Un amor maldito

  • Claude Louis-Combet recrea en una hermosísima novela biográfica la intensa y atormentada relación que unió al gran poeta expresionista Georg Trakl con su hermana Margarethe

Claude Louis-Combet (Lyon, 1932).

Claude Louis-Combet (Lyon, 1932).

La figura del poeta austriaco Georg Trakl, autor de una obra perturbadora y enigmática que cifra de modo ejemplar la estética del expresionismo, ejerce una fascinación especial por su vida desordenada y su muerte prematura, precedida de toda clase de excesos que no le impidieron intuir en sus versos, dolientes, oscuros y visionarios, el derrumbamiento de ese viejo mundo que se hundió para siempre –como el Imperio Austro-Húngaro, como él mismo– en las trincheras de la Gran Guerra. Siempre se cita la admiración que suscitó en Heidegger, que vinculó su locura a la de Hölderlin, en Rilke o el joven Wittgenstein, pero cuando leemos de su corta vida es habitual que nos encontremos con una tópica exaltación de los desarreglos en la que comparecen otros creadores adictos al alcohol y los estupefacientes con los que Trakl tiene poco que ver, como si el hecho de haber padecido la dependencia los uniera a todos en una misma cofradía. Uno de los grandes aciertos de esta hermosísima novela de Claude Louis-Combet es que recrea, por así decirlo desde dentro, la tragedia del poeta sin traicionar su individualidad, su misterio único que desde la perspectiva del narrador se encuentra indisolublemente vinculado al de su hermana la pianista Margarethe Trakl, figura asimismo trágica que comparte el protagonismo de Hiere, negra espina hasta el punto de que ambos, como acaso soñaron, se convierten en las dos caras de una misma personalidad.

Georg Trakl (Salzburgo, 1887-Cracovia, 1914). Georg Trakl (Salzburgo, 1887-Cracovia, 1914).

Georg Trakl (Salzburgo, 1887-Cracovia, 1914).

Louis-Combet recrea, desde dentro, la tragedia del poeta sin traicionar su individualidad

Construida sobre la certeza de una intimidad carnal de la que sólo hay indicios, aunque estos sean muy poderosos, la novela relata el drama de los Trakl con un lenguaje de exquisita belleza, una belleza dura y a veces violenta, como corresponde a la historia, pero no innecesariamente escatológica. Sin alejarse de la narratividad, muchos pasajes pueden leerse como verdaderos poemas en prosa, atravesados por un lirismo sombrío que remite a los versos de Trakl o a las cartas, igualmente aludidas, de la hermana y coautora, partícipes de los mismos sentimientos y el mismo imaginario. Imbuido de sus personajes, Louis-Combet se erige en una especie de médium que da forma a ectoplasmas muy verosímiles, revividos en siete capítulos que resumen las evoluciones de una relación obsesiva desde su remoto origen en la infancia hasta la temprana desaparición de los enamorados. La escena inicial se sitúa en el otoño de 1897, en el desván de la casa familiar donde los niños –Georg cuenta diez años, Grete o Gretl cinco, ambos tienen un asombroso parecido físico– descubren una "oscurísima fuerza de atracción" de la que nace el terrible secreto que los unirá de por vida. El desvelamiento toma la forma de una epifanía que prefigura el "deseo prohibido", pero sólo todavía insinuado, y se convierte desde entonces en una imagen recurrente, fundamento de la dilatada complicidad entre dos seres inseparables, el futuro poeta y "aquella que trae la tiniebla".

La conciencia de un destino fatal se aborda a través de episodios significativos

La conciencia de compartir un destino fatal se aborda después a través de otros episodios significativos entre los que Louis-Combet interpola pinceladas biográficas o aborda el reflejo literario, en pasajes casi ensayísticos, pero la unidad del relato, que proviene de la empatía con la tortuosa sensibilidad de los protagonistas y de su escritura arrebatada, no se pierde en ningún momento. Tenemos así noticia de la primera "sangre de luna" de Gretl, de la abundante correspondencia –poemas de Georg o sobre todo cartas no enviadas por ella, una especie de diario íntimo donde verbaliza su pasión oculta–, de las experiencias del hermano en burdeles y "antros infames", del proceso de autodestrucción al que se abandonan antes y después de la consumación ritual, narrada en un episodio de alto valor simbólico donde al fin tiene lugar, en un claro situado al final de la colina que contemplaban de niños, "la fusión sin mesura del hombre y la mujer de la misma sangre, del mismo origen, hasta conformar juntos una única identidad sin nombre", emanaciones de un solo espíritu o dobles inclinados a reunirse en una sola carne. El negro "sol del incesto" brilla en ese momento extático y en adelante las ensoñaciones inducidas por los paraísos artificiales, vano remedo del "insaciable y desesperado deseo de eternidad", sólo aportarán una lucidez efímera, a menudo dolorosa.

Gretl Trakl (Salzburgo, 1891-Berlín, 1917) en 1916. Gretl Trakl (Salzburgo, 1891-Berlín, 1917) en 1916.

Gretl Trakl (Salzburgo, 1891-Berlín, 1917) en 1916.

La degeneración no se opone a una pureza inversa que a su modo participa de lo sagrado

Desde su "exilio lejos de la tierra de la inocencia", ambos se entregan, por mediación de Louis-Combet, a un culto privado que toma de la religión las omnipresentes imágenes del pecado, la redención, el sacrificio o la condena, de los ángeles, las vírgenes, los santos o los demonios, una forma de turbia espiritualidad que anhela la perdición con fervor decadentista. El deterioro, la degeneración, no se oponen a una pureza inversa que a su modo participa de lo sagrado, aunque se vea sometida a pruebas cada vez más duras. La deriva final se traduce en una orgía de destrucción que une a los no nacidos y a los que no sobrevivirán, superados por una espiral que alterna los momentos de "éxtasis furtivo" con el hundimiento en la niebla tóxica de las drogas, la progresiva enajenación y la completa locura. El inconcebible infierno de la guerra, a la que Georg se ha sumado como impotente médico en medio de la carnicería, y la estancia de la "novia náufraga" en una casa de reposo, serán los últimos escenarios desde los que ambos puedan pensarse en vida, encarnando, como en la obra de Trakl, "la soledad radical del ser y su miseria constitutiva frente a un amor que lo devora y un Dios que lo abandona". Pocas veces habrán sido descritas muertes tan aparatosas con semejante delicadeza.

Pocas veces habrán sido descritas muertes tan aparatosas con semejante delicadeza

Insertas con naturalidad en el relato, las iluminaciones de Louis-Combet sobre la poesía de Trakl, repleta de imágenes reveladoras en las que la limpidez verbal se opone al hermetismo de fondo, sirven a sus fines narrativos pero admiten además una lectura crítica. El "Hiere, negra espina" del título es una de las claves que a juicio del autor permiten acceder al núcleo no expreso de su poética, sólo inteligible en todo su alcance por la hermana a la que se dirige. Ni siquiera, nos dice, los amigos más cercanos o los escasos lectores contemporáneos, podían acceder a un sentido último donde lo inefable encubre lo terrible. "La herida. El declive. La caída. La muerte". El desciframiento de la secuencia, la causa de la incurable melancolía de Trakl, conducen a la verdad del poeta "abrasado en su interior por un amor maldito".

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