LA REALIDAD Y EL DESEO | CRÍTICA

Un hombre herido busca su verdad

  • Alianza publica en formato bolsillo 'La realidad y el deseo', de Cernuda, con prólogo de Antonio Rivero Taravillo

Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - Ciudad de México, 1963)

Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - Ciudad de México, 1963)

Pocas obras logran en el lector una emoción y un reconocimiento tan genuinos como los que provoca la poesía de Luis Cernuda, en cuyos versos se expone el hombre herido que se debate entre el resentimiento y la necesidad de ser aceptado, el amante vulnerable que encuentra su credo en la belleza y reflexiona sobre lo efímero y raramente eterno de ese prodigio, el exiliado que añora el paraíso perdido pero también se siente "español sin ganas / que vive como puede bien lejos de su tierra / sin pesar ni nostalgia".

En la franqueza doliente y bellísima de sus poemas resulta difícil no identificarse: el sevillano es, algo que manifiesta de manera descarnada, un individuo en busca de sí mismo. "Alguno, después de leer lo anterior, tal vez me considere un inadaptado, lo cual sé que constituye uno de los inconvenientes mayores para el individuo en sociedad, y al considerarme así no dejaría de tener, probablemente, alguna razón. Yo no me hice, y sólo he tratado, como todo hombre, de hallar mi verdad, la mía, que no será mejor ni peor que la de los otros, sino sólo diferente", escribía Cernuda en Historial de un libro, ese soberbio testimonio en el que compartía su visión de la literatura y de la vida y por el que asoma de manera constante ese individuo aislado, confundido, que anhela la comunión con el otro. "No conozco a los hombres. Años llevo / de buscarles y huirles sin remedio. / ¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo / demasiado?", se preguntaba el autor en A un poeta futuro.

"Cada promoción posterior ha visto algo en él, sin que haya perdido un ápice de vigencia", sostiene Antonio Rivero Taravillo

La reedición que Alianza lanza ahora, por primera vez en formato bolsillo, de La realidad y el deseo brinda una nueva oportunidad para reencontrarse con ese autor incontestable, que cantó a la pasión de la manera más sublime ("eras tú una verdad, / sola verdad que busco, / más que verdad de amor, verdad de vida") y que interpeló a los hombres de su tiempo ("Si queréis / que ame todavía, devolvedme / al tiempo del amor. ¿Os es posible?") y en ese diálogo conquistó la eternidad. "Cada promoción posterior ha visto algo en él, sin que haya perdido un ápice de vigencia. La estimación de los poetas oscila y suele suceder que quien goza de la más alta consideración una temporada luego acabe relegado en el gusto de las generaciones siguientes. No sucede así con Cernuda", afirma Antonio Rivero Taravillo, biógrafo del poeta que firma el prólogo de este volumen.

La posteridad, ya se sabe, sería una batalla que Cernuda ganaría y que no se presagiaba en sus comienzos: sus obras más tempranas, Perfil del aire y Égloga, Elegía, Oda, serían recibidas con desdén -"mozo, bien mozo era, cuando no había brotado / leyenda alguna, caísteis sobre un libro / primerizo lo mismo que su autor", reprocharía ya al final de su vida- y se daría la desafortunada coincidencia de que La realidad y el deseo aparecería en 1936 y el estallido de la Guerra Civil, como sostiene Rivero Taravillo, impidió que su creador fuera "más conocido y reconocido".

En el prefacio, entre otras virtudes del maestro, el especialista destaca cómo su poesía fue engrandeciéndose gracias a la curiosidad de Cernuda por otras tradiciones, como la griega antigua, la francesa del XIX y principios del XX o la literatura anglosajona, cuyo descubrimiento le supuso toda una conmoción. "Pronto hallé en los poetas ingleses algunas características que me sedujeron: el efecto poético me pareció mucho más hondo si la voz no gritaba ni declamaba, ni se extendía reiterándose, si era menos gruesa y ampulosa. La expresión concisa daba al poema contorno exacto, donde nada faltaba ni sobraba", apuntaba el autor de Ocnos en Historial de un libro, que Alianza incluye como apéndice -también lo hacía en las anteriores- en esta edición. En esta receptividad de Cernuda, Rivero Taravillo halla una interesante paradoja: que "el poeta retraído, solitario, que no buscaba la compañía y hasta la rehuía, con toques misántropos, era a su vez un poeta abierto, atento, que abría la compuerta de los vasos comunicantes de otros con su propia obra, muy por encima de lo que fue corriente en otros poetas españoles de su época, más limitados al horizonte nacional".

Una imagen de Cernuda en su madurez. Una imagen de Cernuda en su madurez.

Una imagen de Cernuda en su madurez.

Rivero Taravillo detalla en su introducción los asuntos en los que se detiene Cernuda en sus versos -ese deseo que expresa de forma valiente, la preocupación por España y el "enfrentamiento sempiterno" entre sus habitantes, la evocación de la felicidad pasada, la premonitoria sensación de finitud que recorre sus últimas creaciones- y evita aquí incidir en los apuntes biográficos que ya aparecen en el confesional Historial de un libro. "En muy pocos casos un poeta o escritor de la talla de Cernuda ha dejado testimonio tan claro y preciso de su peripecia vital", señala el prólogo.

Para Rivero Taravillo, ese texto contiene también "opiniones muy valiosas sobre la escritura, la lectura y la traducción, dignas de ser tenidas en cuenta por quien quiera que desee aplicarse a la creación literaria". Son muchos los fragmentos en los que se percibe esa fiera independencia que guió a Cernuda: "Hoy sé que el seguir ciegamente las maneras literarias de la época, tanto como la complacencia para consigo mismo, dan pronto ocasión a las primeras arrugas, y que nada como ambas cosas hace vulnerable ante el tiempo a una obra literaria", argumenta el autor antes de rescatar una máxima que él cumplió con creces: "Aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú".

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