La disputa del pasado | Crítica

La invención del ayer

  • 'La disputa del pasado', coordinada por Emilio Lamo de Espinosa, analiza la formidable realidad del virreinato de la Nueva España, cinco siglo después de la conquista de Tenochtitlan, y a dos de la independencia de México

Biombo de la conquista de México y La muy noble y leal ciudad de México. Anónimo mexicano. S. XVII

Biombo de la conquista de México y La muy noble y leal ciudad de México. Anónimo mexicano. S. XVII

Se recogen en este libro siete ensayos en torno al descubrimiento de América y la vasta realidad virreinal que prosperó, durante tres siglos, bajo la Monarquía española. Siete ensayos, por otra parte, cuya función es doble, ya que no sólo reivindican la memoria común de unos hechos excepcionales, hoy deformados o ignorados; sino que explican el proceso por el que la memoria de la España virreinal, de la América latina, se ha convertido, incluso en la actualidad, en una imagen de la ignorancia, la crueldad y el arbitrio.

El Renacimiento aplicó una visión científica sobre la realidad, fruto de la recuperación y relectura del Mundo Antiguo

Para explicar este fenómeno, bastaría recordar que el mundo moderno se suele presentar, grosso modo, como un éxito del orbe anglosajón, asociado al protestantismo, que triunfó sobre la lenidad y la simonía de Roma a partir de los siglos XVI-XVII. Lo cierto, sin embargo, es que la Era Moderna es obra de la Europa latina y ribereña, ocurrida dos o tres siglos antes, y que viene asociada, íntimamente, a un complejo proceso como la Rinascitá, el Renacimiento. Un Renacimiento, fuertemente apoyado por papas como Pío II y Julio II, que incluye una visión científica sobre la realidad, fruto de la recuperación y relectura del Mundo Antiguo (que tanto deploró Lutero), y que marcha en paralelo a las grandes navegaciones ibéricas, lusas y españolas, y cuya cima es, como sabemos, el hallazgo de un mundo nuevo, cuando se pretendía llegar al viejo mundo, especiado y aromático, de las Indias.

Es este doble hecho: una nueva consideración racional del globo, aplicada sobre la novedad de unas tierras colosales, que Hernán Cortés se reconocía incapaz de describir (el cubano Carpentier explicaba su concepto de “lo real maravilloso” con esta anécdota del conquistador); es esta doble óptica, repito, junto con el novedoso Derecho generado en España para la defensa de los nuevos súbditos de la corona, tras la denuncia de fray Bartolomé de las Casas -denuncia que secundarían, entre otros muchos, Pedro Mártir de Anglería y fray Tomás de Mercado-, la que habilitará una formidable realidad social, científica y económica al otro lado del Atlántico, cuyo carácter más destacado acaso sea el de un rico, profundo y continuado mestizaje. Como digo, los ensayos incluidos en este volumen, centrados principalmente en la Nueva España, tienen la doble intención de recordar la pujanza cultural y económica del virreinato, así como su posterior desfiguración, transformada en tierra de asiento de la arbitrariedad y el crimen, siempre según la reiterada visión de la cultura anglosajona, de naturaleza protestante. Ensayos que debemos a Emilio Lamo de Espinosa, Martín F. Ríos Saloma, Tomás Pérez Vejo, Luis Francisco Martínez Montes, José María Ortega Sánchez, María Elvira Roca Barea y Guadalupe Jiménez Codinach, y cuya virtud más evidente es la pretensión, plenamente lograda, de ceñir el ámbito de discusión a la disciplina histórica, y entre los cuales destacan, sobre un fondo de probidad y solvencia, los de tres historiadores estrechamente vinculados a México por nacimiento o por vocación: Conquista, ¿qué conquista?, del historiador mexicano Martín Federico Ríos Saloma; Colonia, ¿qué colonia?, del historiador español Tomás Pérez Vejo, así como el epílogo de la historiadora mexicana Guadalupe Jiménez Codinach, que lleva por título Navegación en mares procelosos, y donde se resume, de manera irreprochable, la extensión y la profundidad de este reiterado equívoco, que concierne no sólo a la historiografía wasp, deliberadamente injuriosa, sino a la propia ignorancia y minusvaloración que la hispanidad de ambas orillas mantiene sobre su larga historia en común.

Completan el volumen Una civilización propia, pero ¿cuál?, de Lamo de Espinosa, a quien debemos también la presentación de la obra; Bárbaros, ¿qué barbaros?, del diplomático español Luis Francisco Martínez Montes; Mirada, ¿de quién?, del español, especialista en religiones, José María Ortega Sánchez y Frontera, ¿con quién?, de la filóloga española María Elvira Roca Barea. Un ejemplo de todo lo dicho quizá lo encontremos en los divertidos esfuerzos del conocido historiador del arte Kenneth Clark por excluir a España y la Hispanidad de su concepto de Civilization, a pesar de su abrumadora prominencia cultural y artística. Lo cual es así incluso en los hechos más favorables. De modo que cuando se cumplen cinco siglos de la caída de Tenochtitlán, y dos de la independencia de México, no deja de ser una melancólica y dolosa forma de incuria tomar en consideración estas viejas tergiversaciones de raíz mesiánica.

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