La risa nos hará libres | Crítica

La muerte y su comedia

  • Antonella Ottai, estudiosa del espectáculo en Europa, analiza la actividad de los cómicos en los campos de concentración de Westerbork en Países Bajos y Theresienstadt, en la otrora Checoslovaquia 

Roberto Benigni en un fotograma de 'La vida es bella'.

Roberto Benigni en un fotograma de 'La vida es bella'.

El Berlín de Weimar, con toda su tramoya, acabó convertido en un cabaret donde la metrópoli se divertía. Si al almirante Horthy le pareció que Budapest se había convertido en "la ciudad del pecado", Berlín, el gran Berlín que precede al Tercer Reich, era la ciudad industriosa y eficiente, que mostraba el triunfo de la ordenación urbana al extranjero que la visitaba o la sobrevolaba por la noche, contemplando su vasto cuerpo tachonado de tulipas brillantes (lo contó Chaves Nogales en 1928 en La vuelta a Europa en avión). Pero, decíamos, aquel Berlín eficiente era también la urbe libre y disipada. De noche el dadaísmo mostraba la magnificencia de la risa.

El travestismo y las identidades inestables permitía a los hombres, oficinistas de día, convertirse por la noche en "encantadores de serpientes" (así lo vio Sandor Márai, espectador atónito). Por su parte, las mujeres se quitaban el disfraz diurno para vestir como oficiales prusianos. Es aquí, en este Berlín atrevido y procaz, reflejado en las telas de Grosz o en el cine de Schünzel, el origen de la historia que Antonella Ottai ofrece bajo el impagable título La risa nos hará libres. ¿Qué fue de los cómicos bajo las antorchas del nazismo?

Portada de la obra. Portada de la obra.

Portada de la obra.

La noche en Berlín, como en toda Alemania, dejó a un lado la diversión. Los cómicos que la animaban comenzaron a interpretar su peor comedia. Muchos de ellos acabaron en campos de extermino. Pero Antonella Ottai, estudiosa del espectáculo en Europa, se centra en dos peculiares campos, Westerbork en Países Bajos, y Theresienstadt, en la otrora Checoslovaquia. Ambos hacían la vez de campos de asentamiento (dicho sea eufemísticamente), en espera de que sus inquilinos pudieran viajar, llegado el caso, a los crematorios de Austria y Polonia.

Ottai analiza la peripecia de los cómicos judíos que hicieron de la risa un acto de insubordinación, de conjuro por encima de la tragedia. En Westerbork, bajo el mando del comandante Konrad Kemmeker, se concitó buena parte de la edad dorada del cabaret berlinés. Los cómicos interpretaron su papel al gusto de los verdugos, que reían sus morisquetas y apreciaban lo que se había considerado "cosas de judíos". No lejos de Praga, en Theresienstadt, se llevaría a cabo la Operación Embellecimiento (un simulacro de los nazis ante la Cruz Roja para mostrar que los judíos recibían un trato decente). Muchos comediantes quedaron atrapados por la propia comedia. 

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