José María Pérez, 'Peridis'. Dibujante, arquitecto y escritor

"Los políticos hacen teatro, sobreactúan, para desviar la atención de lo importante"

  • Tras haber superado el coronavirus, el cántabro publica 'El corazón con que vivo', la novela con la que ganó el Premio Primavera y en la que reivindica la necesidad de la reconciliación

José María Pérez, 'Peridis' (Cabezón de Liébana, Cantabria, 1941).

José María Pérez, 'Peridis' (Cabezón de Liébana, Cantabria, 1941). / José Ángel García

"Estos gemelos tienen una historia digna de ser contada", le dice un conocido que encuentra en un tren a José María Pérez, Peridis, tras haberle enseñado el accesorio que adorna sus mangas, "pero ni sé hacerlo como es debido ni tengo tiempo para ello. A mi familia y a mí nos gustaría que alguien la novelara". El relato que contienen esas piezas no atañe tan sólo a aquel hombre y sus parientes, ahí se esconden también los orígenes del propio Peridis y el pasado convulso de un país, España, donde bien podían haber nacido Caín y Abel. Tras su Trilogía de la Reconquista, Peridis, creador inquieto e inclasificable –viñetista, arquitecto, divulgador del patrimonio y escritor– viaja a los años de la Guerra Civil para contar la peripecia de dos familias instaladas en bandos contrarios entre las que sin embargo se impondrá la comprensión y el amor. En El corazón con que vivo (Espasa), la novela con la que su autor ganó el Premio Primavera, Peridis tiene la valentía de buscar la emoción ("¿Has llorado?", le pregunta al periodista) y pone el énfasis en un concepto, el de reconciliación.

–En un momento de la novela, un minero va a avisar a Don Honorio de que está en la lista de enemigos de la República y que corre peligro. La novela está llena de acciones así, en las que el sentido común, la generosidad de los vecinos, se impone a la ideología.

–Somos humanos. Una guerra civil es una locura, una catástrofe inimaginable. Quizás nos hagamos una idea hoy por lo de Siria. Lo terrible de un conflicto así es que convierte a amigos, vecinos y a familiares, de la noche a la mañana, en enemigos a muerte. En mi novela Don Honorio y Don Arcadio, que han sido compañeros de estudios en Valladolid, que treinta años antes aparecían juntos en la orla de la promoción, amanecen el 18 de julio siendo adversarios de bandos contrarios. Esto es lo que tienen las guerras civiles, los enfrentamientos políticos, cuando se tensiona la vida y no se resuelven los problemas.

–Hablando de tensiones, en esa romería donde arranca El corazón con que vivo se palpa la crispación que desembocará muy poco después en la guerra. ¿Le preocupa la fiereza con la que hoy se tratan los políticos, ese fomentar el odio más que el acercamiento?

–Sí, me preocupa, pero están haciendo teatro. Están sobreactuando. Y lo saben ellos, que están desviando la atención. El debate ahora era muy sencillo. ¿Cómo demonios acabamos con el coronavirus? ¿Cómo paliamos sus efectos, sobre la salud y la economía? ¿Cómo salvamos el empleo y cuidamos a los ciudadanos? Estamos en una situación endiablada, sí, pero hay que buscar soluciones. Usted se opone, perfecto, pero diga a cambio qué propuesta tiene. Porque era complicado: si desconfinamos antes de lo debido para activar la economía, y abrimos las puertas al turismo, los visitantes podrían enfermar e incluso morir, y la gente no iba a querer venir aquí. Es lo que más me duele de esta situación: que por un lado estaba el Ministerio de Sanidad y por otro estaban las autonomías preguntando qué hay de lo mío. Y han faltado ideas, alguien que sugiriera medidas o planes concretos más allá de que se abrieran los bares o, eso que hemos hablado, que se dejara venir al turismo.

"Una guerra civil es una locura. Tu vecino, tu amigo, se convierte en tu enemigo de la noche a la mañana"

–A unos les preocupa, sostiene un personaje en su libro, "la libertad", a otros "la religión, la patria, la familia". Ha intentado dar voz a unos y a otros.

–Bueno, yo no soy equidistante, yo condeno el golpe, creo que quien siembra vientos recoge tempestades, y las consecuencias fueron funestas. No quiere decir esto que no habría habido guerra en España, probablemente habrían entrado los alemanes. La Guerra Civil fue española en parte, porque aquí se probaron las técnicas de bombardeos de poblaciones, a ver qué efecto producían, y sin ayuda de Hitler y Mussolini Franco no habría ganado la guerra. Pero, volviendo a la pregunta, he procurado que no hubiera buenos y malos en mi libro. Claro que hubo malos en la vida real, quienes sacaban a la gente de sus casas para pegarle un tiro, pero eso no era lo que me interesaba. Hay en la novela una cita de Azaña que reivindica tres palabras, paz, piedad, perdón, que reflejan bien el espíritu de la novela. Yo quería quedarme en eso. Esa reconciliación entre hermanos se vivió realmente en la Transición. Pactaron unas reglas del juego, se hizo una nueva Constitución, y detrás de todo eso había un fundamento, una convicción: que nunca más podía darse un enfrentamiento entre españoles.

–Para escribir esta novela usted recurrió a su propia memoria, pero también se entrevistó con mucha gente que había vivido en la zona. ¿Descubrió algo que no supiera de sus orígenes en esa investigación?

–No mucho. Alguna historia de mi padre y... Sí, mira, yo no sabía que el abuelo del líder del PP, Pablo Casado, Herman Blanco Ramos [Germán Blanco en la novela], era íntimo amigo y compañero de estudios del protagonista de la novela, alguien me lo contó. Casado habla mucho de su abuelo como represaliado, pero fue mucho más que eso. En la guerra lo iban a condenar a muerte, pero un cura, también la familia, se movieron para que no lo fusilaran. Pasó cuatro años y medio en la cárcel, en la prisión donde estuvieron Miguel Hernández, Buero Vallejo y Pepe Hierro, y allí operaba con instrumental que improvisaba, curaba a los enfermos... Era un hombre extraordinario, muy culto. Un personaje muy interesante.

–En el prólogo cuenta que empezó este proyecto para esquivar la tristeza por la muerte de su hijo. ¿Es la literatura una tabla de salvación?

–Sí, para el lector y para quien escribe. Para mí lo ha sido. Yo tenía la sensación de que me llevaba la corriente de la tristeza por un río turbulento, y no tenía dónde agarrarme. Ahora yo estoy sentado en casa y tengo a mi alrededor varias fotos de mi hijo. El sillón en el que me siento es donde tuve la última conversación con él... Todo me recuerda, inevitablemente. Yo me he agarrado a la escritura como un náufrago a un tablón. Me vino muy bien, porque a mí no me gusta ir llorándole a la gente, aunque los amigos estén ahí por si necesitas desahogarte. La literatura te da muchas alegrías: en un momento concreto te sientes en un atolladero, no sabes cómo resolver algo de la narración, y, de repente, un personaje te da una clave y lo resuelves. ¡Es tan satisfactorio eso!

–Se enfrenta a la promoción de El corazón con que vivo tras haber superado el coronavirus. ¿Cómo está ahora?

–Estoy bastante bien, un poco cansado todavía. Voy a ver cómo ha quedado el tema pulmonar. Tuve una neumonía, que, por cierto, es la segunda gorda que padezco. De la primera, de la que casi me muero, me salvó Don Honorio, que me hizo una transfusión con sangre de mi madre. Mire hasta qué punto los personajes de la novela han influido en mi vida.

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