El bazar de la memoria | Crítica

El sabor de la magdalena

  • La psiquiatra Veronica O’Keane explica el poderoso vínculo entre memoria y redes neurológicas

La psiquiatra irlandesa Veronica O'Keane.

La psiquiatra irlandesa Veronica O'Keane. / D. S.

Ya sabemos que todo libro sobre la memoria que se precie ha de pagar el peaje de citar a Proust. Este de Veronica O’Keane que comentamos hoy lo hace en su capítulo quinto, en relación con el olor y la catarata de sentimientos remotos que puede evocar en nosotros la inevitable magdalena o el aroma del heno recién segado. Al novelar la nostalgia del narrador, al hacerle evocar el mundo perdido de Guermantes, Proust nos dice que la memoria es la única patria de todos nosotros y que la realidad, para constituirse con la solidez debida, debe reconstruirse forzosamente desde un tomavistas que la mire de lejos. La existencia consiste en su imagen, sus restos, la labor de montaje que con sus piezas realiza nuestro recuerdo.

Algo parecido viene a afirmar la señora O’Keane, psiquiatra irlandesa, aunque de un modo un poco más lacónico. Porque resulta que toda la magia de la dichosa magdalena no radica más que en células que percuten unas contra otras en nuestra pituitaria hasta subírsenos a la cabeza: en concreto, las que excitan la amígdala, órgano recóndito situado entre los hemisferios del cráneo y responsable último de nuestras emociones primarias, empezando por el miedo o la curiosidad. Que nos identifiquemos con nuestra memoria significa que estamos hechos de una red inabarcable de neuronas (exactamente 68.000 millones) por las que imágenes y ecos viajan a velocidad de estampida y que van rellenando las diversas etapas de nuestro periplo vital hasta prestarnos la espesura de personas de carne y hueso. El prodigio se obra en la oscuridad de esa esponja todopoderosa por la que la autora siente una veneración irlandesa: el cerebro. Los sentidos, internos y externos, envían señales al córtex sensorial, que a su vez los remite al hipocampo, verdadero depósito de la experiencia; luego éste las irá almacenando en el córtex prefrontal para su conservación a largo plazo, no sin antes pasar los diversos tamices de la amígdala, que las dota de coloración sentimental, y el hipotálamo, que despierta las reacciones fisiológicas a ellas asociadas. La recopilación en capas de dichas experiencias nos irá dotando de nuestro correspondiente pasado individual.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

El de O’Keane es un libro meritorio. Tratar de defender esta tesis cenicienta y seguramente correcta, la de que nuestra alma no consiste más que en un montón de hebras entreveradas que sacuden intermitentemente calambres de genio o desesperación, la de que las brillanteces de Bach o Einstein pueden reducirse a chispazos en un frasco, y hacerlo sin provocar desilusión o impaciencia, exige talento de quien se ponga a la tarea. Ella llama en su ayuda a todos los filósofos, poetas y escritores a los que puede reclutar: al obligatorio Proust, sí, y a Dylan Thomas, Dostoievski, los hermanos James (Henry y William), Camus, Beckett, además de aliñar todo muy gráficamente con testimonios en primera persona y casos clínicos en los que tuvo ocasión de intervenir. Razones todas para recorrer una excelente obra de divulgación neurológica que no me resisto a recomendar.

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