Los pueblos de colonización de la provincia de Sevilla | Crítica

Entre la tradición y la modernidad

  • Un nuevo libro analiza los pueblos de colonización del franquismo en Sevilla

Calle de Esquivel, de Alejandro de la Sota.

Calle de Esquivel, de Alejandro de la Sota. / Juan Manuel García Nieto

Entre 1940 y 1970, el Instituto Nacional de Colonización construyó más de 300 pueblos en toda la geografía española. Aquella operación tenía un doble objetivo, transformar grandes áreas de secano en tierras cultivables y mejorar las condiciones de vida de los campesinos, pero gracias al concurso de varios trabajadores del Instituto, como José Luis Fernández del Amo, los pueblos se convirtieron además en laboratorios de arquitectura moderna y arte vanguardista. En esta deriva de los acontecimientos tuvo mucho que ver el origen del INC, que hundía sus raíces en la Segunda República. En esa época, el Instituto de Reforma Agraria trató de modernizar la agricultura española y solventar la situación de los trabajadores sin tierras propias, que vivían en condiciones infrahumanas. Lo intentó con una reforma de baja intensidad, que no pretendía una colectivización de la tierra, sino su redistribución. Pero aun así chocó, a veces de manera violenta, contra los grandes propietarios y las fuerzas conservadoras.

Tras la guerra, el nuevo régimen retomó aquella iniciativa sin tocar apenas nada: devolvió algunas tierras expropiadas y cambió el nombre del Instituto, pero conservó a la mayoría de sus funcionarios y trabajadores. Un continuismo que la historiadora Ricarda López González explica por "miedo a una revuelta campesina" y porque, "ante la hambruna y el racionamiento, era urgente aumentar la producción de alimentos". Además, y aunque la ley pretendía "transformar revolucionariamente el suelo", también se aseguraba de "armonizar este objetivo con los legítimos intereses de la propiedad privada". Al dar una vivienda y un poco de tierra a los colonos, al convertirlos en pequeños propietarios, el gobierno se aseguraba su fidelidad y su estima, evitaba un incómodo éxodo de población hacia las ciudades y garantizaba la mano de obra en el campo. Y más importante aún, construía una imagen idealizada del nuevo hombre español, que debía ser rural, trabajador y católico.

López González cuenta todo esto en un libro, creado junto a la historiadora y fotógrafa Rosa M. Toribio Ruiz, que estudia los diecinueve pueblos que el INC construyó en la provincia de Sevilla. Es una empresa con riesgos porque, como advierte Víctor Pérez Escolano en el prólogo, el de los pueblos de colonización es un tema sobre el que se ha escrito mucho. Y yo añadiría que muy bien: ahí está la ejemplar monografía de Miguel Centellas Soler sobre Los pueblos de colonización de Fernández del Amo. Quizás por eso, las autoras han decidido centrarse "fundamentalmente en las iglesias por la singularidad, monumentalidad e importancia que estos edificios adquieren en los poblados de colonización", y en las obras de arte que contienen, "verdaderas joyas de la plástica contemporánea".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Es una decisión inteligente, porque es en estos edificios donde mejor se ejemplifica la tensión que existía entre el imaginario rural que promovía el gobierno y los aires de modernidad que se respiraban en el Instituto. Para solventar ese desafío, Fernández del Amo, al que Centellas definió como "un humanista infiltrado en la administración franquista", aplicó los preceptos del Concilio Vaticano II al diseño de unas iglesias blancas y austeras, construidas con los mismos materiales pobres de las viviendas, pero que no renunciaban a una abstracción propia del Movimiento Moderno. Una estrategia que, en la provincia de Sevilla, produjo ejemplos notables: los dramáticos juegos de luz de Antonio Fernández Alba para la iglesia de El Priorato, la elegante curvatura exterior que Alejandro de la Sota dibujó en la de Esquivel, la sorprendente manipulación geométrica que el propio Fernández del Amo utilizó en La Vereda.

Estos aires de modernidad se trasladaron también al interior de los edificios. Fue de nuevo Fernández del Amo, que compatibilizó su puesto en el INC con la dirección del recién creado Museo Nacional de Arte Contemporáneo, el que formó un equipo de artistas jóvenes, muchas veces "rojos y ateos", a los que inculcó "una idea de trabajo colaborativo, similar al de los gremios medievales, con la finalidad de conseguir la fusión de las artes en un todo armónico al servicio de la liturgia". Artistas como Manuel Rivera, Antonio Suárez, Pablo Serrano, Ángel Atienza o Teresa Eguibar, que diseñaron esculturas, pinturas murales, vidrieras, cerámicas y piezas de mobiliario de rabiosa modernidad. Un trabajo realizado de manera anónima y colectiva, que han catalogado y sacado a la luz López González y Toribio Ruiz, con una labor de investigación que supone otro de los valores del libro.

Iglesia de Setefilla, de Fernando de Terán. Iglesia de Setefilla, de Fernando de Terán.

Iglesia de Setefilla, de Fernando de Terán. / Juan Manuel García Nieto

Sin embargo, es necesario recordar que los pueblos de colonización eran ejemplos de esa arquitectura total en la que, como decía Mies Van Der Rohe, se diseñaba "desde el tirador a la ciudad". Y en ese sentido, las iglesias y sus campanarios no se pueden entender como elementos aislados, sino como parte de un todo que integraba viviendas de agricultores y obreros, escuelas y edificios administrativos, calles, plazas, fuentes, bancos y farolas. Elementos que, según Alejandro de la Sota, rendían "un homenaje a este tan maltratado folclore o tipismo, a lo muy bueno que en él encierra". Por eso, cualquier lectura sobre estos pueblos tiene que incluir reflexiones críticas acerca del diseño urbano, de las variaciones tipológicas utilizadas en las viviendas, de los recursos formales, del diálogo entre la esfera tradicional y las abstracciones de la modernidad; cuestiones a las que las autoras deberían haber prestado más atención.

Más allá de esta carencia, el libro supone una estupenda puerta de entrada a un patrimonio poco conocido y valorado, una guía de viajes por los lugares menos frecuentados de la provincia. Además, las nuevas fotografías permiten comprobar que los pueblos mejor diseñados, como El Priorato, Esquivel o Setefilla, han permanecido casi inalterados, prueba de que una arquitectura realizada con cuidado y honestidad es más fácil de entender por sus usuarios y aguanta mejor el paso del tiempo que los caprichos historicistas. Cuestiones importantes en un contexto como el actual, cuando los pueblos de la España vacía son objeto de debate público, y muchos arquitectos están trabajando con materiales y técnicas artesanales. Gestos que en demasiadas ocasiones se traducen en un manierismo impostado, que funciona muy bien para las fotos de Instagram, pero no tanto para la vida real.

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