Cultura

Del traidor y del héroe

  • Amos Oz trata de los rumbos enfrentados del cristianismo y el judaísmo en una heterodoxa novela de ideas donde reinterpreta la abominada figura del delator de Jesucristo.

judas. Amos Oz. Trad. Raquel García Lozano. Siruela. Madrid, 2015. 304 páginas. 18,95 euros.

Ya de niño, como ha contado en varias ocasiones, lo acusaron de confraternizar con los ocupantes británicos, y desde entonces Amos Oz, que defiende desde hace años un acuerdo de coexistencia pacífica con los palestinos, ha sido calificado muchas veces de traidor por quienes en Israel no ven otra política posible que la expansión y la mano dura. Su nueva novela gira en torno a la idea de la traición representada en la imagen del delator por excelencia, que se extiende a los personajes, pocos, de una trama muy leve, localizada en la Jerusalén de finales de los cincuenta. Un joven sensible pero indolente, Shmuel Ash, abandonado por su novia y alejado de su familia, ha dejado los estudios para trabajar como conversador en la casa de un anciano inválido, Gershom Wald, hombre sabio y desengañado que perdió a su hijo Mija en una feroz escaramuza y convive con la atractiva viuda de este, Atalia, cuyo padre ya fallecido, Shaltiel Abravanel, quedó estigmatizado cuando se enfrentó al sionismo del que formaba parte por su oposición a la creación del Estado de Israel. Fuera de algunos paseos por la ciudad, la mayor parte de la novela transcurre intramuros de la casa que habitan, en una atmósfera cerrada, asfixiante. Apenas hay acción propiamente dicha y desde el principio el relato adopta una forma casi enteramente discursiva, que va revelando poco a poco la historia de los personajes -caracterizada por la pérdida o por la renuncia- a través de conversaciones repletas de silencios o cortes abruptos. El tema del trabajo que ocupaba al estudiante, Jesús a ojos de los judíos, deriva a una escandalosa revisión de la figura de Judas Iscariote.

Yehuda Ben Simon Ish Cariot no sólo no traicionó a Jesús, al que veneraba, sino que fue "el más devoto de sus discípulos", a juicio de Ash el primer cristiano, el último y el único entre los fieles que seguían a un Mesías de cuya condición divina -al contrario que Él mismo- no tenía dudas. No es una interpretación exactamente novedosa, pues ya los gnósticos -por ejemplo en el llamado Evangelio de Judas, hallazgo reciente que se suma a la colección de los apócrifos- interpretaron la aborrecida encarnación del traidor en un sentido muy alejado de las lecturas canónicas. En uno de los artificios recogidos en Ficciones, Tres versiones de Judas, recoge Borges una variación de esa tradición heterodoxa o abiertamente herética -que en su relato llega al extremo de identificar al discípulo descarriado con la propia divinidad- y han reflejado de distintas formas autores como Hesse, Bulgákov o Kazantzakis. Lo original de la propuesta de Oz no es tanto, así pues, la tesis de fondo sobre el papel oculto de Iscariote -producto de una expectativa errada, pero no desleal, o de un sacrificio deliberado, siempre en calidad de instrumento necesario- en el drama de la Pasión, como el modo en que se relaciona con las tragedias particulares de los protagonistas de la novela o con las historias respectivas del cristianismo y el judaísmo -en el odio secular de los antisemitas ha pesado la imagen que los retrata como los "malditos asesinos de Dios"- hasta la controvertida fundación de Israel.

El propio Borges incluyó en el mismo libro citado otra inquisición cuyo título, Tema del traidor y del héroe, recoge bien el propósito de Oz, que pone de manifiesto la ambigüedad de ambas etiquetas o las distintas perspectivas que hacen que una misma figura pueda ser considerada una cosa y la contraria, tanto en el plano personal como en el histórico o el religioso. No hay conclusiones, aunque el discurso sugiere la condena de la intransigencia y una desconfianza general hacia los idearios redentores, que a menudo conducen a "ríos de sangre". Sobre los distintos personajes y sus tormentos, se impone la realidad o la leyenda del supuesto delator de los Evangelios, que aparece directamente retratado en un impresionante soliloquio. Camino de la misma higuera maldecida por Jesús en vida -la gratuita acción del Maestro habría debido hacerle ver que no era más que un hombre, un hombre grande y maravilloso, pero hecho como los demás de carne y hueso-, Judas, que aguardaba el milagro y el comienzo del Reino, piensa que la crucifixión ha sido en vano. "El mundo -se dice, antes de ahorcarse- está vacío".

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