Los últimos días de Immanuel Kant | Crítica

La inteligencia herida

  • Firmamento recupera, con esclarecedor prefacio del Marcel Schowb, una de las obras más singulares de Thomas de Quincey, dedicada al genio de Königsberg, 'Los últimos días de Immanuel Kant'

Thomas de Quincey por Sir John Watson-Gordon. 1865

Thomas de Quincey por Sir John Watson-Gordon. 1865

Es curioso que Marcel Schowb, quien abre las presentes páginas de De Quincey, no alcance a comprender la nervadura de esta obra y acuse al autor de la misma impudicia que él comete en su prefacio: esto es, envilecer o depreciar al retratado. Sin embargo, el ávido lector de Confesiones de un inglés comedor de opio, el lector sobrecogido de El asesinato considerado como una de las bellas artes, sabe ya que en De Quincey la magnanimidad, el infortunio y la vileza son sólo algunas de las formas con que el autor construye o clarifica la humanidad de lo humano.

Kant es retratado por De Quincey en una honesta civilidad, no exenta de humorismo

Por otra parte, no son muchos los libros que alcancen la trágica sinceridad de sus Confesiones... A pesar de lo cual, Los últimos días de Immanuel Kant poseen en grado similar la desvergonzada indefensión de quien explica, en su totalidad, la sencilla y frágil aventura del hombre. Ese hombre, como sabemos, no es un hombre cualquiera, sino el extraordinario pensador de Königsberg, cuya gentileza, cuyo pundonor ilustrado (recordemos el “sapere aude” con que termina su ¿Qué es la Ilustración?), son retratados aquí en su honesta civilidad, no exenta de humorismo. El ardid empleado por De Quincey es el de otorgar una voz, en primera persona, a la amalgama de testimonios con que se construye este relato; una voz que, sumariamente, De Quincey hace coincidir con la del teólogo Ehregott Wasianski; y por lo tanto, es a él a quien cabe atribuir las pequeñas indiscreciones que aquí se incluyen, y que no son sino impertinencias y desfallecimientos del cuerpo, extraídos de su obra biográfica sobre los últimos años del filósofo.

De modo que es al teólogo Wasianski al que cabría adjudicarle tales indelicadezas, siendo lo cierto que, atendiendo al modo en que vienen expuestas, no hacen sino engrandecer la figura de Kant, azotado por la vejez, y pesar de ello cordial y afectuoso hasta su hora postrera. Mostrar aquel doméstico heroísmo es el logro debido a este grande y aflictivo De Quincey.

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