Las ventajas de ser antipático | Crítica

El desnudo mueve montañas

  • El aventurero Simón Elías publica 'Las ventajas de ser antipático', una suerte de 'fanzine' 'post-punk' donde narra sus tribulaciones como viajero por todos los continentes

El montañero y escritor riojano Simón Elías (Logroño, 1975).

El montañero y escritor riojano Simón Elías (Logroño, 1975). / Pepe Villoslada

Al riojano Simón Elías, guía de montaña, aventurero y escritor, lo conocíamos por su otro libro anterior, en donde ya ofrecía una voluntad de desnudo que iba más allá del estilo formal. Lo tituló Alpinismo bisexual y otros escritos de altura, lo que parecía remitir a un libro de Julio Camba por las montañas o a una revisión del Zaratustra de Nietzsche en clave LGTBI.

En aquella portada, Elías aparecía posando sobre una blanca cumbre, en tanga, botas de montaña, gafas y una cinta para el pelo a lo McEnroe. Ahora, en su nuevo libro, lo vemos aún más ligero de equipaje, pero de un modo postmachadiano. Posa desnudo, integral como el pan, con sólo un cuadrado negro que, como taparrabo, aparece para disgusto del autor con su editor (la excelente, por otra parte, editorial Pepitas de Calabaza).

Las ventajas de ser antipático viene a ser un fanzine post-punk y viajero, en el que el autor narra sus tribulaciones como aventurero –desnudo– por países y parajes variopintos. Elías presume de antipatía, de ser antipático, lo mismo en el suelo que en la antepuerta del cielo ("el uniforme del guía de montaña es ser antipático"). No obstante, su antipatía no es la común que entiende el pueblo, asociada al carajote, al malaje, al sieso.

Se es antipático como filosofía insurgente, algo traviesa, incluso pueril. Sabemos por la poesía que lo más profundo del hombre es la piel. Y sabemos que la máscara de un hombre te dice toda la verdad sobre él (Oscar Wilde). Para Elías la máscara es la piel, el hombre comprometido que, como es su caso, compagina el nudismo ético, la montaña, la lectura y el periodismo en primera línea de batalla.

Ciertos lugares se describen aquí como etnografía y aguafuerte sin esperanza. Uno de ellos discurre en Finlandia, en la región post-industrial de Äänekoski. Un lugarejo digno para una película de los hermanos Coen o del propio nativo Aki Kaurismäki. Droga, alcoholismo, violencia, estética gótica-heavy y desempleo forman su sucísimo manto de nieve en Äänekoski. Nada que ver con la Finlandia de su idílico sistema educativo.

Por otra parte, conocemos el Marruecos de los gnawas, oriundos de los esclavos sudaneses. Su arte rupestre, puro, nos da una lección antipática: la necesidad de creación no precisa de academia alguna. Elías recorre también la lámina agria del Rif, que modela el carácter y lo vuelve mostrenco, a imagen y semejanza de lo infecundo. El 80% del hachís que se consume en Europa sigue teniendo un origen rifeño.

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Ya sea desde los Alpes franceses o en las cumbres de Persia, nuestro hombre y librepensador tiende a despelotarse, física e intelectualmente. Se convierte en un performer de las conciencias, lo que en parte lo acerca a su admirado Noboyosi Araki, el fotógrafo japonés para quien "el origen del arte visual reside en la vagina".

En Lahore (Paquistán) los tópicos sobre la cerrazón islámica se agrietan si se profundiza en lo que etnológicamente nos llevaría, sin escándalo, a la cultura del ano. En este país existe medio millón de transexuales. El Huffington Post británico reveló que Paquistán era el primer país del mundo en búsquedas en Google para contactos entre hombres. El periodista aventurero investiga el poso cultural –¿coránico?– que hay tras la homosexualidad en Paquistán.

Elías viene a ser un émulo de Francis Richard Burton, aquel etnógrafo, viajero, esgrimista y explorador de la Inglaterra victoriana (fue uno de los descubridores de las fuentes del Nilo). A Burton le interesaba lo mismo la poligamia de los mormones que las formas de asalto a la bayoneta. Pertenecía a la escuela de los antipáticos. Consideraba la sexualidad como la gran pulsión humana y era tan quisquilloso que le gustaba medir con exactitud los penes erectos de las tribus africanas.

Otro referente para este nudista vertical es Paul Preciado, autor de Texto yonki (su adicción a la testosterona) y que se autodefine como "transviril". Elías comparte la teoría política sobre el cuerpo que Preciado imparte hoy por distintas universidades. Como el caso de Jan Morris, pero al revés, Paul dejó atrás su vida burguesa en Burgos. Adiós a la "pseudoseñora" que fue: Beatriz Preciado.

La montaña siempre ha tenido su pedigrí literario y religioso. Recuérdese la imagen de la montaña y Mahoma que sugirió Bacon o, también, la relación de las tablas mosaicas y el monte Sinaí. La subida de Petrarca, inventada para muchos, al Mont Ventoux en la Provenza inauguró la literatura de montaña. Como correlato literario más reciente pensamos en Robert Walser, Thomas Mann o Dino Buzzati, nacido en los Dolomitas (Gallo Nero ya publicó sus crónicas en Los indómitos de la montaña).

Simón Elías, adscrito a la escritura del despojo, está dispuesto a subir más montañas, a viajar de género a género sexual en busca de lo oscuro: uno mismo. Habrá que probar lo que respondió en este periódico a preguntas de nuestro colega Juan de la Huerga: "El sexo es una magnífica montaña rusa".

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