Vida en el jardín | Crítica

Una dicha primigenia

  • El reciente ensayo de la veterana narradora Penelope Lively recoge su pasión por los jardines reales o ficticios a través de su experiencia y la de otros escritores de la tradición británica

La narradora británica Penelope Lively (El Cairo, 1933).

La narradora británica Penelope Lively (El Cairo, 1933).

La lectura, la escritura y el cuidado del jardín han sido las tres actividades a las que Penelope Lively confiesa haber dedicado su vida. Aunque hay lectores que no escriben y escritores que no leen, siendo lo primero lo más natural del mundo y lo segundo una negligencia inexcusable, nadie duda del estrecho vínculo que une a ambas dedicaciones que en el caso de la autora británica se sobreponen de manera natural a esa tercera que llamamos jardinería, a la vez arte y oficio y sobre todo, para los genuinos aficionados, placer o razón de vida. De Lively, que tiene una larga trayectoria como narradora de literatura infantil y juvenil o narradora a secas, conocíamos por referencias de profesores amigos su adaptación de la Eneida para niños, En busca de una patria, pero no habíamos leído nada suyo hasta que Impedimenta ha publicado esta Vida en el jardín que refleja con entusiasmo, sensibilidad y criterio las tres pasiones mencionadas, componiendo algo parecido a un autorretrato indirecto –o a veces expreso– que es también un recorrido literario y una prueba más de la peculiar e intensísima relación que mantienen los británicos con los espacios, fastuosos o humildes, consagrados al verde.

Por un efecto de 'resonancia', los jardines tienen la capacidad de evocar otros tiempos y otros lugares

La jardinería es en efecto una afición nacional que se extiende a todas las clases y hace tiempo que no es considerada, como dice la misma Lively, "una actividad ñoña y de ancianos", aunque desde luego sea menos cultivada por los jóvenes del extrarradio que por los matrimonios de mediana edad en los barrios acomodados. En otras ocasiones, por ejemplo a propósito de un hermoso libro de John Fowles, El árbol, publicado por la misma editorial, hemos celebrado los entornos salvajes por oposición a la naturaleza domesticada, como hacía el propio Fowles que recordaba con desagrado el cuidado obsesivo que dedicaba su padre al mínimo huerto de la familia, situado en la trasera de un adosado de la periferia londinense. De ese desagrado nacería precisamente su devoción por el medio agreste, por los bosques y los espacios naturales ajenos a la intervención humana. Pensamos al leerlo, sin embargo, que el autor se mostraba en cierta medida injusto con la figura paterna y por extensión con todas las personas que obtienen de su dedicación a las plantas una sensación de armonía, una gratificación, un aliento que apenas pueden explicarse con palabras. De ello, también, trata el libro de Lively.

La diseñadora y paisajista Gertrude Jekyll (1843-1932). La diseñadora y paisajista Gertrude Jekyll (1843-1932).

La diseñadora y paisajista Gertrude Jekyll (1843-1932).

Por un efecto de resonancia, explica la autora, los jardines tienen la capacidad de evocar otros tiempos y otros lugares, que en su caso pasarían por el soleado de la casa en la que nació, en las afueras de El Cairo, diseñado al estilo inglés con inevitables concesiones al clima egipcio, "una especie de paraíso íntimo, hondamente personal" que ya sólo existe en su memoria; pero también por el "pequeño terreno suburbano" en el que se inició, junto a su marido el fallecido historiador y profesor de Teoría Política Jack Lively, hijo de una familia obrera cuyo "padre había practicado la jardinería casi con fanatismo en el jardín de la casa de protección oficial donde vivían en Newcastle"; por los dos sucesivos que la pareja mantuvo en Oxfordshire o por el que creó su hija Josephine en Somerset, cerca del majestuoso que levantara su abuela sobre un terreno en pendiente, del que el actual ha heredado un reloj de sol y múltiples especies y variedades, si bien contiene otras que aquella no habría reconocido.

La tradición inglesa ha estado muy condicionada por la herencia, transmitida en el ámbito familiar

Los capítulos del libro abordan la relación entre el jardín como realidad y como metáfora, su reflejo en la literatura o los manuales de horticultura, las modas paisajísticas asociadas a los distintos periodos históricos, la forma en que las rutinas del jardín –"practicar la jardinería es elidir pasado, presente y futuro; es desafiar al tiempo"– ordenan la memoria y se proyectan en lo venidero, los cambios relacionados con las variaciones estacionales, la intención sobre todo decorativa de la jardinería patricia por oposición a los usos funcionales –esto es alimenticios– de la plebeya o el esnobismo de los burgueses pretenciosos, la evolución social y tecnológica del oficio de jardinero, la marcada singularidad y el carácter inmediatamente reconocible de la tradición inglesa –muy condicionados por la herencia, transmitida en el ámbito familiar– o  el clásico antagonismo entre la ciudad y el campo. Naturalmente, los jardines rurales superan en extensión y posibilidades a los urbanos, pero entre estos –incluyendo las numerosas parcelas promovidas durante la carestía ("cavad por la victoria") durante los años del Blitz, o los de los suburbios que constituyen un ámbito intermedio– hay multitud de ejemplos en los que usos imaginativos e ingeniosos les han sacado un enorme partido a espacios poco prometedores.

Estudio de Virginia Woolf en el jardín de Monk's House. Estudio de Virginia Woolf en el jardín de Monk's House.

Estudio de Virginia Woolf en el jardín de Monk's House.

Más que en los excursos históricos, instructivos y amenos pero no demasiado originales, Lively brilla cuando reflexiona sobre su propia experiencia o trata de las relaciones de los escritores o los pintores con sus jardines reales o ficticios, en ambos casos elocuentes, por medio de observaciones sutiles y bienhumoradas que le dan a su discurso –amable, veteado de ironía– un aire inequívocamente británico. Entre los nombres más citados figura el de Gertrude Jekyll, la famosa autora de Colour in the Flower Garden, cuyas ideas sobre la jardinería, que tanto influyeron en su abuela, tuvieron amplia resonancia en las eras victoriana y eduardiana. La dedicación a las plantas no entiende de sexos, pero en el ensayo de Lively aparecen muchas otras autoras como la pionera norteamericana Willa Cather o la sofisticada Vita Sackville-West, gran entendida en la materia y asidua visitante al célebre jardín de los Woolf en Monk's House, Rodmell, que cuidaba sobre todo Leonard y donde Virginia tenía su estudio. De allí partió en su último viaje, después de haber disfrutado muchas veces de una "dicha pura y rudimentaria" que probablemente remitía a esa necesidad primigenia de experimentar, con las manos arañadas y las uñas manchadas de tierra, el fascinante espectáculo de la vida que se renueva.

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