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Los Martínez a la melé

  • Los Manolos, padre e hijo, comparten vestuario en el Costa de Almería El patriarca fue uno de los creadores del club en los 80

La cartera de Manuel Martínez guarda uno de los secretos mejor conservados por la familia. Con el olor clásico que desprende cualquier fotografía en papel, el sabor añejo que tiene el color grisáceo y el paso el tiempo que se nota en los ropajes que vestían los protagonistas de la misma, la imagen que sostienen en la mano padre e hijo aquí al lado es su mejor curriculum vitae. El patriarca, gesto serio y concentrado, ruda sudadera, pantalón corto para presumir de trabajadas piernas y espinilleras para contener los tibiazos en el ardor del partido. Su hijo, asustado por la hombría que veía a su alrededor, no tenía ni idea que años después serían sus patadas al balón y sus ensayos los que levantarían a los aficionados en el Estadio de la Juventud.

Exactamente, el rugby es el mejor hijo para Manolo Martínez padre y el mejor padre para Manuel Martínez hijo. Si bien tres décadas de olor a linimento los separan, en el vestuario son dos más de la familia del Costa de Almería. El mayor, con medio siglo ya a sus espaldas, es un segunda o tercera línea que lleva haciendo grande al rugby almeriense desde que comenzara a practicarlo en el año 87. Su hijo es ahora un ala con una pierna prodigiosa, uno de las perlas del club que él creó, junto con Juan Luque y Rafa Pizarro, cuando todavía entrenaban en una pista de cemento en el Puerto. Si bien ahora cuenta con 18 años de ilusión y musculatura, el bautismo deportivo de Manuel se produjo con un mes de vida, cuando hizo el saque de honor de un partido del Costa que iba a disputar su padre.

Como en vez de glóbulos rojos por las arterías de los Martínez corren ovales rojos, patriarca y sucesor iban a terminar jugando juntos en el club de toda su vida. Fue en Córdoba, en un partido que nunca olvidarán, cuando en el ADN del Costa de Almería se metieron genes de los Martínez. Desde entonces, además de hogar, los Manolos comparten vestuario. "Compartir el deporte al que adoro con el hijo al que amo, es maravilloso. El día que hizo aquel saque de honor, no me podía imaginar compartir con él hierba, sudor y golpes. Ahora todos los domingos nos levantamos juntos, preparamos las bolsas, desayunamos y nos vamos al campo", comenta el mayor de los Martínez, experimentado a fuerza de choques, pero con la ambición de un recién llegado.

"La familia opina que estamos locos, sobre todo la abuela. Pero sé que en el fondo se sienten orgullosos por nosotros y por lo bonito que es compartir estas sensaciones codo con codo en una batalla donde el honor, la deportividad, el compañerismo, juegan un papel tan importante", unos valores que si no se creen que el rugby los puede enseñar, sería conveniente que vieran algún partido porque se sorprenderían.

Una vez que cruzan la puerta del vestuario, los galones del padre sobre el hijo desaparecen. Manolo es compañero de Manuel, es uno más al que placar durante los entrenamientos o al que pedirle testiculina en los partidos. "Cuando estamos trabajando, el jefe es el entrenador y la paternidad se diluye con el sudor. Hay que buscar un sitio en el equipo titular y casi no distingues una cara de otra en el fragor del juego", dice el padre, asombrosamente vital para su edad, y cuyo rictus serio sólo se transforma en sonrisa cuando escucha de su hijo-compañero-pupilo-admirador, lo que significa para él. "Lo que más me gusta de mi padre es ver cómo lucha, para mí es el espejo en el que mirarme. Le agradezco todo lo que me ha dado y lo que le queda todavía por ofrecerme". De Martínez a Martínez, de jugador a jugador.

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