La Vuelta a España es mucho más que deporte. A su paso, los municipios salen a la calle y muchos de sus habitantes saludan a los ciclistas y a los helicópteros que, desde el cielo, graban el serpentear de los corredores por el asfalto. Muchos son los que a primera hora suben a los puertos de montaña, nevera en mano, para pasar el día a modo de picnic campestre hasta que pase el coche escoba, el que cierra la carrera. También están aquellos que hacen parte de la etapa horas antes de los profesionales, como las chicas del grupo ciclista femenino Las Pitas, que ascendieron hasta El Marchal y descendieron hasta la Urbanización de Roquetas de Mar para ver el final de la etapa.

Allí, en la Urba, una mezcla de culturas, pero sobre todo mucho turista que apura sus últimos días de vacaciones. Desde Madrid, Jaén, País Vasco o Sevilla, pero también desde Francia, Países Bajos, Alemania, Bélgica o incluso Colombia. Países con tradición ciclista y ellos, ellos con bañador, ellas con bikini o pareo y todos con gorras de propaganda para cubrirse del sol, intentando pillar el mejor sitio junto a la valla en cualquier punto dentro del último kilómetro, por la Avenida del Mediterráneo roquetera, tomando la rotonda a la izquierda para enfilar el Paseo del Mar.

Por allí, antes de los ciclistas, pasaron los más pequeños. La Vuelta Júnior dio la oportunidad a 150 escolares de los centros educativos de Roquetas de Mar de realizar el mismo último kilómetros que los profesionales, cruzando la línea de meta y subiendo luego al podio con sus ídolos.

Desde los centros Portocarrero, Portomagno, Las Salinas, La Romanilla, Virgen del Rosario, Al-Bayyana, Torrequebrada, La Molina, Llanos de Marín y Juan de Orea salieron los jóvenes que tuvieron la oportunidad de subirse a una bici ante cientos de aficionados que les jalearon tanto o más que a los mayores. Quién sabe si en un futuro alguno será el nuevo Cristian Rodríguez.