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Gerardo Vera: el oficio del teatro bien hecho

  • La pérdida del que fuera director del Centro Dramático Nacional significa, tal vez, la extinción de una manera de entender el teatro como arte y al público como objetivo de la mayor honestidad

Una escena de ‘Divinas palabras’, el histórico montaje de Gerardo Vera estrenado en el Teatro Valle-Inclán de Madrid en 2006.

Una escena de ‘Divinas palabras’, el histórico montaje de Gerardo Vera estrenado en el Teatro Valle-Inclán de Madrid en 2006. / Efe

De la etapa que firmó Gerardo Vera al frente del Centro Dramático Nacional, entre 2004 y 2011, parece haber quedado para la historia el montaje de Divinas palabras, con versión de Juan Mayorga, que inauguró el Teatro Valle-Inclán como nueva instalación del CDN en Madrid en 2006. Que el nombre de Gerardo Vera haya permanecido ligado a este hito hace justicia al creador escénico por el impacto artístico que el espectáculo causó en su momento y por cuanto, de alguna manera, se hacía justicia a Valle-Inclán desde las tablas, al fin, con toda la intención artística y política. Tuve la suerte de ver aquel montaje en el mismo año 2006 en el Teatro Cervantes de Málaga y recuerdo bien que mi impresión se parecía, eso sí, a una incógnita: si, como escritor, Valle-Inclán ocupaba ya en el discurso literario español del siglo XX (partido en dos por la Guerra Civil y sus consecuencias, digamos, intelectuales) el lugar que le correspondía, ese discurso todavía estaba por hacer en lo escénico. Es decir, faltaba aún que el teatro español reconociera a Valle-Inclán como su autor más importante fuera del reconocible paisaje del Siglo de Oro, que para finales del siglo XX sí había disfrutado ya de una loable reparación, al menos en cierto grado. El problema era, y es aún, que para identificar a Valle-Inclán con el teatro español tal y como identificamos a Shakespeare con el teatro isabelino o a Brecht con el teatro alemán del último siglo había que tener claro cómo se sube al autor de Luces de bohemia a escena. Porque el reto no es nada sencillo. Gerardo Vera plantó esta incógnita pero al mismo tiempo abrió una puerta: su montaje de Divinas palabras tuvo un carácter fundacional por cuanto suponía el primer paso a una odisea que debía culminar, en algún momento, con la definitiva adopción de Valle-Inclán como emblema esencial del teatro español. Y ya en aquel paso brindó su lección particular: fuese cual fuese la solución, habría de garantizar el mayor equilibro entre la fidelidad absoluta al autor (algo bien difícil) y la más abierta honestidad respecto al público (algo más difícil todavía). Y, pensándolo bien, fidelidad y honestidad han sido los mimbres con los que Gerardo Vera, fallecido el pasado domingo a los 73 años, ha hecho su teatro.

Vera, junto a Juan Echanove, en una imagen promocional de ‘Sueños’ (2018). Vera, junto a Juan Echanove, en una imagen promocional de ‘Sueños’ (2018).

Vera, junto a Juan Echanove, en una imagen promocional de ‘Sueños’ (2018). / Javier Naval

La continuidad del órdago lanzado por Gerardo Vera ha sido, como cabía esperar, discreta. La definitiva revelación escénica de Valle-Inclán en el teatro español, como autor inspirador de un paradigma estético singular, está por hacer y llevará su tiempo. Lo que sí urge considerar, tal vez, es la adopción del teatro tal y como lo entendía Gerardo Vera (quien a través de experiencias como el espectáculo Azabache y las galas que dirigió para el Festival de Málaga mantuvo una fluida relación con Andalucía) como un modelo válido para la tan deseada y necesaria conexión con el público. La confluencia entre fidelidad y honestidad da como resultado, siempre, un teatro bien hecho, entendido desde el oficio puro y duro. Así lo demostró en otros espectáculos facturados en el CDN, como Rey Lear, Platonov, Madre Coraje y el legendario montaje de Agosto de Tracy Letts, con Amparo Baró y Carmen Machi, con el que se despidió de la institución. Lo mismo cabe decir de montajes posteriores como La loba de Lillian Hellman que protagonizó Núria Espert o del díptico dostoievskiano que conformaron Los hermanos Karamazov y El idiota. Semejante trayectoria revela la inquietud de un creador que demostró siempre una intuición muy bien afinada para ganarse al público. En cuanto a sus últimas propuestas, si bien algunas como la Reina Juana que protagonizó Concha Velasco no estuvieron a la altura de lo que cabía esperar, otras como Sueños, que perseguía para Quevedo intenciones parecidas respecto a lo que había supuesto Divinas palabras para Valle-Inclán con un enorme Juan Echanove (aprendimos bien que en Quevedo había un material dramático de primer orden por más que el genio renunciara al teatro), daban cuenta de lo mucho que podía dar de sí el binomio fidelidad / honestidad cuando parecía que ya nada podía sorprendernos.

De vuelta al CDN, quizá le faltó a Gerardo Vera una mayor determinación para hacer del centro una institución realmente nacional, no sólo madrileña, si bien sabemos que su ambición en este sentido fue mucho mayor aunque quedó tristemente truncada. Por último, y que perdonen los cinéfilos, muy a pesar de películas admirables como La Celestina, es en el teatro donde el talento de Gerardo Vera quedará para siempre.

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