El diario de Próspero

Sátira sin paliativos o el humor como esperanza

  • El sello Pepitas de Calabaza reedita ‘Muerte accidental de un anarquista’ de Dario Fo con el final que el autor dio por definitivo y ausente, sin embargo, en las sucesivas versiones españolas

Dario Fo, con su compañía La Comune, en el estreno de ‘Muerte accidental de un anarquista’, el 5 de diciembre de 1970 en Milán.

Dario Fo, con su compañía La Comune, en el estreno de ‘Muerte accidental de un anarquista’, el 5 de diciembre de 1970 en Milán. / M. G.

Los llamados años de plomo quedaron inaugurados en Italia el 12 de septiembre de 1969. Una bomba estalló en la Piazza Fontana de Milán con un saldo de diecisiete muertos y un centenar de heridos. El Gobierno italiano hizo responsables del atentado a grupos de extrema izquierda y pocos días después un ferroviario anarquista llamado Giuseppe Pinelli fue detenido. Los acontecimientos son bien conocidos: durante los interrogatorios, Pinelli cayó al vacío desde el cuarto piso de la comisaría y la policía calificó el suceso en el expediente como muerte accidental. Un año después del atentado, el 5 de diciembre de 1970, Dario Fo estrenó con su compañía La Comune Muerte accidental de un anarquista en el mismo Milán. En correspondencia con su compromiso artístico, Fo optó por la sátira y presentó como protagonista a un bufón de índole shakespeareana que se planta en la misma cuarta planta de la comisaría a investigar lo sucedido. No fue una decisión fácil y las consecuencias no se hicieron esperar: prácticamente todos los grupos políticos italianos, así como buena parte de la opinión pública, rechazaron la obra y acusaron a Fo de tomarse a broma lo que únicamente debía ser tomado en serio. En el primer final de la pieza el bufón acababa corriendo la misma suerte que el ferroviario, y ésta ha sido la resolución conocida en las distintas versiones españolas, fijadas en su mayor parte por Carla Matteini, introductora esencial de la obra de Dario Fo en España. Sin embargo, el autor probó otras alternativas durante los tres años posteriores al estreno y mostró su predilección última por un final distinto, que terminaba justo antes de que el bufón saliera despedido por la ventana de la comisaría y dejaba su destino, al más puro estilo romanocircense, en manos del público. Ahora, por primera vez, el lector en lengua española puede conocer de primera mano este final gracias a la edición que acaba de publicar Pepitas de Calabaza con la traducción de Mónica Zavalla Matteini, hija de Carla Matteini.

El Premio Nobel italiano, con Franca Rame. El Premio Nobel italiano, con Franca Rame.

El Premio Nobel italiano, con Franca Rame. / M. G.

La propia Carla Matteini consideró siempre el primer final de la obra como el más fidedigno a su espíritu original. La posibilidad, sin embargo, de someter la vida del protagonista al dictamen del público convierte al espectador, como si de un experimento de John Milgram se tratase, en trasunto del poder político en su faceta criminal, lo que, al cabo, entraña el quid esencial de Muerte accidental de un anarquista. Dario Fo presenta un ataque frontal, posiblemente el más despiadado del teatro del siglo XX, al poder político que con mayor desprecio hace gala de su arbitrariedad a la hora de disponer de la vida y la muerte de sus súbditos. Y, para lanzar su dardo, Dario Fo opta por la figura decisiva del bufón, el tradicional irónico del teatro clásico que delataba la pedantería de sus señores y que Shakespeare, en su afán barroco por subvertir los estamentos, eleva a la categoría de verdadero rey, especialmente en Lear: aprendemos en la tragedia que el bufón siempre dice la verdad y que únicamente se le puede responder con la verdad, por más que, a menudo, la verdad aprendida no sea la esperada (en palabras de Mario Praz: “La revolución llega. No la que se espera, pero sí otra, siempre otra”). Lear encuentra en su bufón la mayor majestad, hasta el punto de que decide convertirse él mismo en un bufón en su huida del mundo. El loco que planta Dario Fo en la comisaría milanesa viene también de otro mundo, llega con la distancia precisa y eso le permite ignorar todas las trampas y todos los protocolos hasta atisbar la verdad esencial. Por eso el bufón es el principal enemigo del poder: con su burla es capaz de demostrar, siempre, que el emperador va desnudo. Que el retablo de las maravillas está vacío. El chiste del bufón es la esperanza de las víctimas del poder político. Por eso su humor no le gusta a nadie. Sólo al público.

El propio Dario Fo lo explica a las claras en su introducción a Muerte accidental de un anarquista: “La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”. Cabría decir que, de hecho, el humor es la gota que colma el vaso, la piedra de toque, la excepción sagrada que acusa la democracia, la misma que encarceló a Sócrates por corromper a los jóvenes. En el contexto presente, donde el humor, y muy especialmente la ironía, son objeto implacable de persecución, la Muerte accidental de Fo sigue siendo un antídoto necesario. Hoy y siempre.

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