El análisis

Davos, Oxfam y la carta robada de Poe

  • Pedro Sánchez no aprovechó la oportunidad de brillar en su intervención en Suiza.

  • Algunos creen que en la cumbre conspiran los poderes políticos y económicos a la vista de todos.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / GIAN EHRENZELLER (Efe)

Esta semana se ha venido celebrando el Foro de Davos, un encuentro anual que se inició en al año 1991, promovido por el World Economic Forum (WEF). No había más intención desde el principio que provocar un lugar anual de encuentro de responsables políticos, grandes actores económicos de primera fila, periodistas e intelectuales. Una ocasión donde exponer sus visiones de la situación del mundo y del futuro, donde emitir mensajes de importancia y desde donde tratar de proporcionar a los interesados en los hechos del mundo interpretaciones sobre lo que estaba acaeciendo.

Es un encuentro de naturaleza mucho más informal que una reunión de un G-lo que sea, o de un plenario de la Organización de Naciones Unidas. La singularidad del lugar, su propio aislamiento ante manifestaciones y demostraciones –recuerden la de Seattle, en 1999, contra una cumbre de la Organización Mundial de Comercio–, la difusión mediática que tienen las intervenciones en el evento, la ausencia de la obligación de tomar decisiones y de emitir disposiciones, hacen que este encuentro tenga una gran importancia, mayor o menor según el nivel de los asistentes, y una gran utilidad: dirigentes políticos se conocen y conversan entre ellos sin las limitaciones y compromisos de un viaje oficial, transmiten sus mensajes en un ambiente normalmente más amable que el de sus propios parlamentos, y conversan, como decía, con actores de la empresa mundial. Más de uno se habrá dado cuenta, seguramente, de que Bolsonaro, por ejemplo, pudiera no ser ni tan extremo ni tan "peligroso" como lo han descrito los medios.

Sin grandes líderes

El foro del año pasado, sin ir más atrás, tuvo una importancia capital con la presencia e intervención de Xi Jinping. Era la primera vez que un líder chino acudía a este evento y la primera vez que Xi expuso con toda claridad su visión de China en el mundo. Lo había ido haciendo parcialmente en Kazajastán, en Perú o en Indonesia, pero ahí se manifestó que el pensamiento de Deng "no mostremos nuestra fuerza" había quedado atrás. Quiso la casualidad –y el cambio de fecha del foro– que Donald Trump no pudiese acudir a la cita, dado que coincidía con su toma de posesión como cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos. En consecuencia, todo el foco fue para Xi.

Este año ha habido notables ausencias. Parece que Trump, con el presupuesto paralizado, no ha podido sacar los billetes, mientras que May y Macron tienen sus propios problemas en sus países. Ocasión estupenda para la visibilidad de nuestro presidente Sánchez, y para que haya hecho defensa de sus políticas progresistas. Lástima que la crisis de Venezuela y su renuencia a adoptar el papel de liderazgo que de nosotros espera la UE le haya impedido convertirse en el "pasmo de Davos", dicho sea esto remedando el apodo del trianero Juan Belmonte, y que quizá haya quedado deslucida su exposición de los dos nuevos impuestos, recentísimos, con los que se quiere dar una patada a seguir a la financiación del estado de bienestar, no vayamos a tener que ocuparnos seriamente de esto.

Sería ocioso por mi parte reseñar lo que estos días se está exponiendo en la ciudad suiza, está en todos los medios, pero sí hay que señalar que la acción del WEF no se limita a este encuentro anual. Por el contrario, los informes que publican son de lectura obligada sobre no pocos asuntos de importancia mundial, todos ellos disponibles en www.weforum.org. Y, además, tiene dos productos de sumo interés. Uno de ellos es el muy conocido Global Competitiveness Index, sin parangón en cuanto al análisis de la competitividad de los países y de sus fundamentos. Y el otro es el Global Gender Gap Report, de lectura inexcusable cada año para comprender la situación de la desigualdad de género en el mundo y el progreso que se está produciendo.

También cada año y exactamente en las mismas fechas, Oxfam, una de las ONG de mayor visibilidad, hace público un informe sobre las desigualdades económicas en el mundo, en el que se alarma sobre la concentración de riqueza en un número reducido de personas y –así se hace ver– en detrimento de la situación de decenas o centenares de millones de personas. Las cifras de su informe han venido dando lugar a titulares casi escandalizados, si bien parece que han dejado de ser tan llamativos; bien sea por repetición o bien sea porque nos hemos ido dando cuenta de qué hay detrás de las cifras publicadas o bien porque constatamos que en una economía mundial que no es de reparto sino de creación de riqueza, los ricos no lo son porque otros sean pobres, sino porque han sabido hacer algo que a otros, libremente, les ha parecido oportuno adquirir, teniendo posibles para ello. Aquí, es cierto, la contestación inevitable sería la frase "sin dinero, no hay elijan", que escribió José Luis Sampedro, aludiendo al libro Libertad de elegir del matrimonio Friedmann, pero esto sería motivo para otro artículo.

Análisis de la desigualdad

El informe de Oxfam de este año se titula Bien público o riqueza privada (www.oxfam.org) y su titular es que las grandes fortunas se incrementaron un 12% en 2017 –a un ritmo de 2.500 millones de US$ diarios–, mientras que 3.800 millones de personas, las más pobres de la humanidad, vieron decrecer su riqueza un 11%. Sostiene el informe que los gobiernos están exacerbando la desigualdad debido a la infrafinanciación de los servicios públicos –educación y sanidad– mientras que se reduce la fiscalidad de las empresas y de la riqueza, y no se detiene la evasión de impuestos, siendo las mujeres y los niños los más afectados por una desigualdad económica creciente. Hacen frente de esta forma a una de las críticas más habituales, que la riqueza no es sólo el patrimonio de cada uno, sino también el patrimonio colectivo traducido en servicios públicos que no pagamos individualmente, sino de forma colectiva. Lo malo es que sus afirmaciones sobre el gasto público no se compadecen bien ni con la realidad ni con los datos –los únicos en muchos casos– que produce el Banco Mundial. Por su parte, ya se ha dicho en no pocas ocasiones, los datos sobre distribución de la riqueza proceden del torcimiento de lo contenido en el informe anual de Credit Suisse: Global Wealth Report y su complementario Global Wealth Databook.

Por último, y sin salir de Davos, no es infrecuente que se critiquen las jornadas como si fueran sede de una conspiración, e incluso este año se critica la ausencia de algunos importantes dirigentes políticos, como señal de decadencia. Poco menos que un contubernio de pro-globalizadores en su propio beneficio se ha venido a decir del foro, una suerte de reunión de un Gran Oriente de la masonería, pero con fotos y reportajes. Bien, si esto fuese cierto, que no lo es, lo extraño es que sea tan público, que las intervenciones se retransmitan, que en las reuniones estén asesores y traductores, y que haya un estrecho contacto con la prensa. O, a lo mejor, se trata de una puesta en escena inspirada en La carta robada de Poe. Es todo tan evidente que no puede estar ocurriendo una conspiración entre los ricos y los políticos del mundo y, sin embargo, sucede. Como la carta, no escondida sino a la vista y en su lugar natura

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