Joaquín Aurioles

Órdago a la globalización

Las políticas del presidente norteamericano podrían responder a un intento por torpederar el orden mundial no sólo en lo comercial sino en otros terrenos, como puede ser el de las migraciones

Donald Trump

Donald Trump / Shealah Craighead / Efe

La Estrategia de Defensa Nacional norteamericana considera a China un competidor estratégico con pretensiones de escalar hasta la cima del poder político y económico mundial, al que, por lo tanto, hay que detener por todos los medios. Argumentan que los chinos no han dejado de hacer trampas desde que se integraron en la Organización Mundial del Comercio, a principios de siglo, y que han sabido aprovechar mejor que nadie las oportunidades ofrecidas por la globalización. La guerra comercial entre China y Estados Unidos sería el primer resultado relevante de la calculada escalada de tensión entre ambos países, tras la llegada de Trump a la presidencia, con el fin de entorpecer la penetración china entre las economías emergentes y su vertiginosa dinámica de crecimiento de las dos últimas décadas.

Salvo casos puntuales, en los que el riesgo de escalada violenta se hace más perceptible (Corea del Norte o Irán) e incluso llegan a materializarse (invasión de Ucrania por parte de Rusia), los conflictos internacionales actuales tienden a discurrir por terrenos más prosaicos, como el de las sanciones comerciales o los aranceles, aunque sus pretensiones difieran poco de los grandes enfrentamientos bélicos del pasado. La guerra comercial entre China y Estados Unidos tiene el trasfondo de la disputa por el control de las tecnologías más avanzadas, de los recursos naturales en los países en desarrollo e incluso del orden monetario internacional. La guerra comercial podría interpretarse, por tanto, como uno de los varios frentes abiertos en la guerra fría por la hegemonía mundial.

La disputa de las divisas

China y Estados Unidos son los protagonistas principales, pero no los únicos actores en el reparto. Otros, como Rusia o la Unión Europea no solo resultan muy visibles en la escena, sino que su capacidad para interferir en el desenlace final de la trama puede resultar relevante. Pensemos en las sanciones occidentales a Rusia por la invasión de Ucrania y en la decisión rusa de reestructurar sus reservas en divisas (491.000 millones de dólares, la sexta mayor del mundo), sustituyendo dólares por yuanes chinos. Hace aproximadamente un año también comenzaron a deshacerse de parte de sus tenencias en bonos norteamericanos (más de 47.000 millones de dólares), cuyas consecuencias podrían no ser excesivamente gravosas para la economía estadounidense, pero que muestra al resto de los que pueden sentirse agraviados por la agresiva actitud norteamericana una forma de represalia con un potencial desestabilizador nada despreciable.

Puede que EEUU logre su objetivo pero hará un gran daño al resto del planeta y a sí mismo

La moneda china tan solo representa el 2% de las reservas internacionales en divisas localizadas, aunque en Rusia ya supone el 15% del total, pero la vieja aspiración del gobierno chino de impulsar al yuan como divisa de referencia internacional sigue intacta. Es poco probable que lo consiga, especialmente en estos momentos difíciles para la economía china, pero si el ejemplo ruso llegase a cundir entre los emergentes, donde se concentra la mayor parte de las reservas mundiales de divisas, el orden monetario internacional podría llegar a acusar el golpe. Especialmente si de la ralentización de la economía mundial pudieran derivarse tensiones económicas en forma aumento de primas de riesgo y costes financieros, como apunta el Banco de España (informe Estabilidad Financiera, 2019).

El orden global, torpedeado por EEUU

Algunos observadores aprecian en la actitud del presidente norteamericano una disparatada pretensión de poner límites a la globalización. La rebelión contra sus iniciativas puede provocar la quiebra de parcelas importantes del orden global, como puede ser el caso del comercio internacional, pero entre sus consejeros podría dominar la convicción de que existen otros muchos órdenes globales en los que el liderazgo norteamericano no admite alternativas. En efecto, el abandono de los proyectos de áreas de libre comercio en los que estaban implicados o la instrumentalización de los aranceles con fines ajenos a los estrictamente comerciales, como acaba de ocurrir con México y su supuesta laxitud en materia de control de la emigración, puede provocar una alteración sustantiva de los flujos de comercio internacional y hasta perjudicar los intereses económicos de los Estados Unidos. Cabría pensarse incluso en la posibilidad de que la escalada proteccionista desembocara en un aumento del comercio regional, es decir, de corta y media distancia, en detrimento de la escala global, pero es difícil imaginar el abandono de la perspectiva global en el tratamiento de procesos como el tecnológico o el medioambiental.

Podría ser el órdago de Trump a la globalización. Ni en China ni en ninguna otra parte puede surgir una iniciativa que consiga desplazar a internet, lo que significa que la división del mundo en dos o más bloques con diferentes protocolos de conexión informática es bastante poco probable. Con el calentamiento global ocurre algo parecido. En la administración norteamericana podrían pensar que los problemas del clima no pueden resolverse en base a acuerdos regionales, por muy amplios que sean, sobre todo si entre los implicados no están los Estados Unidos. Y puede que tengan razón.

Otros órdenes globales torpedeados por Trump han sido las migraciones, el tejido institucional internacional de apoyo a la cooperación y a la lucha contra la pobreza o a la propia coordinación de las políticas económicas. Podría ocurrir que, si desde Washington se hubiese efectivamente lanzado un órdago a la globalización, los promotores consigan el resultado pretendido, en cuyo caso también sería muy probable que sus consecuencias fuesen nefastas para el resto del planeta.

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