ANÁLISIS

Europa, socio para el futuro de África

  • Los 840.000 inmigrantes ilegales que han llegado al Viejo Continente desde los países africanos desde 2009 han obligado a replantear el conocido como Plan Marshall del siglo XXI

Europa, socio para el futuro de África

Europa, socio para el futuro de África

áfrica: un continente de casi 1.300 millones de personas que se duplicarán en 2050, 54 países en 30 millones de kilómetros cuadrados, 1.700 lenguas autóctonas, una rango de renta per cápita desde 681 dólares anuales en la República Centro Africana a casi 34.900 en Guinea Ecuatorial (su distribución es otro asunto), una densidad de población muy baja y una ruralidad elevada, pero en la que no faltan grandes aglomeraciones urbanas.

Un continente en el cual 38 países muestran un nivel bajo en el Índice de Desarrollo Humano, ocupando los últimos lugares de la lista salvo muy escasas singularidades de otros continentes, y asolado por la corrupción, salvo excepciones, según el índice que elabora Transparencia Internacional. Pero también es donde se encuentran la mitad de las 20 economías con mayor crecimiento en el mundo y que hacia 2035 supondrá la mayor parte del potencial de fuerza de trabajo mundial.

Desde allí y desde enero de 2009 hasta abril de este año, huyendo de la pobreza, de los conflictos armados y también de los malos gobiernos, han arribado a Europa 840.000 inmigrantes ilegales, la cuarta parte de los que lo han logrado desde las más diversas procedencias, según las cifras de Frontex.

Pero ni siquiera, por lo que sabemos, gran parte de los numerosísimos inmigrantes legales han logrado integrarse de forma satisfactoria en las sociedades europeas, ni siquiera con la permanencia de generaciones como muestra la situación de los suburbios franceses.

El inhumano espectáculo de los salvamentos mediterráneos de este verano y las discusiones sobre a quién corresponde la acogida, junto a los antagónicos golpes de efecto de rechazo y acogida que hemos presenciado, parecen estar removiendo las conciencias (y el temor) de la ciudadanía y las voces políticas y otras llaman a la acción, no pocas veces de forma casi improvisada, confiando en que la mera ayuda al desarrollo o la acumulación de inversiones empresariales servirán para resolver la situación de millones de personas.

Para ser precisos, hay que tener en cuenta que África Subsahariana ha recibido en promedio anual 42.000 millones de dólares (constantes de 2015) entre 2008 y 2016 en asistencia y ayuda oficial al desarrollo, alrededor de un 30% del total mundial otorgado y no parece que su aplicación haya sido suficientemente eficaz, por lo que no cabe esperar milagros derivados de su incremento. Y tampoco de la mera inversión exterior: en ese mismo período los países africanos en desarrollo han sido el destino de 473.000 millones de dólares de inversión exterior directa. Creo que yerran los que bajo la denominación de Plan Marshall para África creen que con sólo el incremento de ayuda y de inversión podrá prosperar.

Afortunadamente Alemania, el país que mejor supo aprovechar las facilidades norteamericanas de la inmediata posguerra, se ha puesto al frente de la acción, aprovechando su presidencia del G-20 en 2017 y su influencia en la Unión Europea, llamándola a redefinir su estrategia para África, que ya fue modificada en 2005 para reemplazar el Acuerdo de Cotonú (Benin).

Este acuerdo comercial fue firmado en 2000 entre la UE y los casi 80 países de África, Caribe y Pacífico (ACP), con el objetivo principal de contribuir a la desaparición de la pobreza en aquellos países.

Su precedente inmediato habían sido las sucesivas versiones de la Convención de Lomé (Togo) 1975-1995, que inicialmente facilitaban la exportación sin aranceles de productos primarios desde ex colonias británicas, francesas y belgas, complementada con ayuda y cooperación económica. De particular interés fue el empleo del Fondo Europeo de Desarrollo, que había sido creado en el Tratado de Roma, y que en este acuerdo se enfocó en el desarrollo de la agricultura y en construcción de infraestructuras. Y también merecen ser recordados los mecanismos de compensación de pérdidas de ingresos por bajadas de precios en productos agrícolas y mineros.

Este convención había tenido, antes del ingreso del Reino Unido, un precedente muy próximo en el tiempo a la creación de la CEE. Fue la Convención de Yaundé (Camerún) 1963-1975, establecida con 18 ex colonias africanas de Francia y Bélgica en 1963 y ampliada luego a 21. Este acuerdo comercial y de cooperación contó con la aplicación del Fondo Europeo de Desarrollo, y las facilidades para los intercambios se centraron también en el ámbito de las materias primas, como era lógico.

En definitiva, la Unión Europea cuenta con un largo acervo de facilidades comerciales y de cooperación económica con países africanos, con formas y objetivos que respondían tanto al pensamiento de cada momento cuanto a las particulares relaciones que se establecen entre la metrópoli y las ex colonias cuando el momento de independencia no está todavía lejano.

Ahora, la nueva estrategia se enfoca en la paz y en la seguridad, en el buen gobierno, en la inversión en personas y en el crecimiento económico. El planteamiento es mucho más completo que los habidos en el pasado y tiene muy en consideración los factores institucionales que influyen decisivamente en el desarrollo económico, asumiéndose que para ello no son suficientes ni las facilidades de exportación ni la ausencia de conflictos armados.

Como señalaba más arriba, Alemania ha asumido ahora el papel de impulsor. En 2017, su Ministerio para la Cooperación Económica y Desarrollo dio a conocer los contenidos de un nuevo partenariado África-Europa para la paz y el desarrollo, denominándolo Plan Marshall con África. Sus principales bases son las siguientes: Un pacto de muy largo plazo; Soluciones africanas para África, en línea con la agenda 2063 de la Unión Africana e incluyendo; Prioridad a los trabajos y oportunidades para los jóvenes, ya que la edad promedio es de 18 años; Inversión en emprendimiento, asumiendo que será el sector privado y no los gobiernos es el creador de las oportunidades de empleo a largo plazo; Creación de valor y no explotación de los recursos, dejando de ser el continente de las materias primas; Entorno político sometido a la ley y crecimiento inclusivo, no sólo las elites; Reformas institucionales a cambio de cooperación; Equidad en las estructuras e instituciones; Insuficiencia de la Ayuda al Desarrollo para proporcionar todas las respuestas; y no dejar a nadie atrás.

El desarrollo de estas premisas es impecable y las experiencias que han comenzado en algunos, todavía pocos, países es muy alentadora, especialmente en el camino hacia las imprescindibles reformas institucionales y el buen gobierno. No olvida el plan ni el suministro de energía, ni las infraestructuras transfronterizas, ni la necesidad de crear grandes mercados regionales a los que habría de contribuir el Área Continental de Libre Comercio que se encuentra entre los propósitos de la Unión Africana establecida en 2002.

"Socios para el futuro, no receptores de ayuda", dejó escrito en 2005 Louis Michel, entonces Comisario Europeo de Desarrollo y Ayuda Económica. Y tal parece que hubiera leído al gran Julio Camba, cuando en su artículo Sobre los ideales Ford vino a decir que la filantropía "es como un sistema de seguros en virtud del cual se les da a los pobres, en efectivo, la mitad del dinero que costaría defenderse contra ellos con balas".

Ahora el gran reto no está en nuestra generosidad, sino en la propia capacidad de los países africanos -de sus gobiernos y elites, en realidad- para transformar su institucionalidad en aquella que permite que haya progreso económico. De ellos mismos depende el éxito del Plan Marshall del siglo XXI.

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